¿Es conveniente una apertura drástica de la economía con el actual nivel del dólar?
De a poco, comienzan a aparecer debates más profundos que estaban siendo tapados por la vorágine coyuntural.
Ya con los dólares financieros tocando un piso cercano al mayorista oficial (dólar MEP con brecha inferior a la alícuota de Impuesto País, y relación CCL/MEP en 2,8%) y el riesgo país también amesetado en valores cercanos a 750 pb, el foco de la discusión económica parece querer buscar un nuevo objetivo, todavía indefinido.
Aun con una agenda macroeconómica lejos de alcanzar niveles altos de certidumbre (como siempre mencionamos, el balance externo se fragiliza de a poco, aun con puentes financieros más o menos próximos y con Vaca Muerta esperando dar más frutos las próximas temporadas), de a poco comienzan a aparecer debates más de fondo que estaban siendo tapados por la vorágine coyuntural.
Para empezar, luego de dos meses de crecimiento de actividad económica (+2,7% y +0,9% en julio y agosto, respectivamente), septiembre volvió a mostrar un valor negativo (-0,3%) y continúan las dudas respecto de si es factible que la recuperación se consolide cada vez con mayor vigor, y no tan selectiva en cuanto a sectores beneficiados.
Octubre y noviembre muestran varios indicadores de consumo y actividad con valores positivos, pero no tan concluyentes. Es evidente que cierta recuperación del salario real y el mayor crédito están permitiendo un dinamismo algo más vigoroso, pero por ahora resulta insuficiente para que mejoren sustancialmente las expectativas de mayores ventas y márgenes futuros.
De hecho, el amesetamiento del riesgo país en estos valores (muchísimo más bajos que hace un puñado de meses, por cierto, pero que todavía reflejan riesgos importantes) podría indicar una cautela de los inversores más líquidos a la espera de una reactivación económica. En este sentido, podríamos llegar a ver un nuevo piso de rendimientos recién cuando las noticias de aumentos de actividad sean más frecuentes.
Al mismo tiempo, el gobierno se siente seguro luego de las mieles surgidas de los mercados financieros y continuó tomando medidas para abaratar los productos del exterior. Sin ningún lugar a dudas, Argentina venía ubicándose en una posición muy cerrada a productos y servicios del exterior, lo que acentuaba el sesgo anti-exportador y además dificultaba el proceso desinflacionario: con importaciones en un mínimo histórico, el disciplinamiento de la competencia externa brillaba por su ausencia.
Las DJAI y luego las SIRA, además, generaban malos incentivos y peores suspicacias. Ha sido mérito del gobierno desactivar prontamente todo ese manojo de restricciones discrecionales, al igual que otro conjunto de medidas tendientes a agilizar el comex, como la eliminación de estampillas y precios de referencia, entre otras medidas que otorgan más previsibilidad.
A todo esto, el gobierno sumó bajas de aranceles, la ampliación del tope a USD 3.000 para la importación vía courier (los primeros USD 400 sin aranceles), y mejoras en los plazos de liquidación para exportadores y para acceso de dólares de importadores y emisores de deuda.
Estas dos primeras medidas en particular podrían fomentar un “fervor importador”. Y una cosa es una bienvenida apertura comercial con un dólar equilibrado, y otra es con atraso cambiario.
Esta semana, por ejemplo, el Real se depreció otro 3% y el tipo de cambio real con esa moneda ya se ubica por debajo de los mínimos del año pasado (año que tenía blends más generosos).
Con todo esto, en definitiva, se está planteando si es conveniente una apertura drástica con este nivel de tipo de cambio. Y, aun con Vaca Muerta con sus dólares, lentamente se irá discutiendo el modelo de producción e inserción internacional, con derivaciones también en el nivel de empleo y en el tejido social.
Nada nuevo, porque esto es algo que Argentina también ha vivido. En última instancia, se discutirá si tenemos también las capacidades estatales para poder realizar una planificación de una serie de dilemas, en donde ya sabemos que tanto una protección casi paranoica como una apertura impulsiva y desenfrenada (y con dólar barato) no suelen llevarnos a buen puerto.
Vinculado con esto, pero desde una óptica más coyuntural, con una brecha en estos niveles, el dólar blend deja de existir de facto y, con la eliminación del anticipo del pago del impuesto país para las importaciones, desde la semana que viene el dólar importador también.
Dicho sea de paso, ese 7,5% menos de barrera impositiva equivaldría a 3 meses con una inflación de 4,5% (el dólar oficial todavía en 2%). Frente a renovadas presiones para levantar el cepo en estas circunstancias, volvemos a afirmar que, con reservas todavía negativas, eliminar toda restricción puede resultar todavía aventurado.
Hoy, en esta euforia, parecen ser restricciones no operativas, pero podrían serlo en caso de que el humor de los inversores de activos líquidos cambie. El cepo ciertamente incide en las decisiones de inversión; pero levantarlo no necesariamente estimula esas inversiones latentes. Sólo lo harían si ese levantamiento del cepo de concibe como permanente, algo que difícilmente ocurra cuando los stocks de dólares son negativos y los flujos cada vez menos positivos.