La distribución de libros en escuelas de la Provincia de Buenos Aires desató un conflicto que, más allá del ámbito educativo, se trasladó al plano político y judicial. El programa “Identidades Bonaerenses”, lanzado en 2023 por la gestión de Axel Kicillof, buscaba reflejar la diversidad cultural, histórica y social de la provincia a través de una colección literaria de 122 títulos. Sin embargo, la aparición de obras con temáticas como violencia de género, abusos y relatos con contenido sexual explícito generó críticas y denuncias que ahora comprometen a las autoridades provinciales.

El foco de la controversia se centra en la novela "Cometierra", de Dolores Reyes, una obra que narra la historia de una joven con el poder de encontrar cadáveres de mujeres desaparecidas al comer tierra. La autora, aclamada por la crítica internacional, describe su obra como un retrato crudo y visceral de la violencia que atraviesa al conurbano bonaerense. “Quería contar desde una lengua particular, que resonara con la voz de los pibes y pibas golpeados por la violencia de género, esos que responden con enojo y dureza”, explicó Reyes en una entrevista.

¿Qué significa proteger la niñez? La "libertad" selectiva entre la literatura y la disputa ideológica

El programa establece que las obras deben ser leídas con acompañamiento docente y para alumnos de los últimos años del secundario, pero los cuestionamientos no tardaron en llegar. Desde sectores de La Libertad Avanza, encabezados por la vicepresidenta Victoria Villarruel, se acusó al gobierno de Kicillof de “sexualizar” a los estudiantes. En redes sociales, Villarruel apuntó directamente contra la administración provincial: “Los bonaerenses no merecen la degradación e inmoralidad que Kicillof les ofrece. ¡Con los chicos NO!”.

La respuesta del gobernador no se hizo esperar. Publicó una foto leyendo "Cometierra" junto a otros libros del programa y escribió: “Qué mejor que un domingo de lluvia para leer buena literatura argentina. Sin censura”. Este gesto desató un nuevo cruce con Villarruel, quien replicó: “Nunca es buen día para leer libros que exaltan la pedofilia y sexualizan a los niños, Kicillof. ¡Con nuestros niños no te metas!”.

X de Victoria Villarruel

El debate rápidamente escaló. Por un lado, funcionarios bonaerenses como el secretario de Educación Pablo Urquiza defendieron el programa: “No son libros de Educación Sexual Integral. Son literarios y están pensados para estudiantes mayores, con el acompañamiento docente adecuado”. Por otro lado, organizaciones como la Fundación Natalio Morelli llevaron el caso a tribunales y denunciaron (bajo una figura insólita), al director de Educación Alberto Sileoni por los delitos de corrupción de menores y abuso de autoridad.

La denuncia judicial, presentada en La Plata, se centra en cuatro libros: "Cometierra", "Las Primas" de Aurora Venturini, "Si no fueras tan niña" de Sol Fantin y "Las aventuras de la China Iron" de Gabriela Cabezón Cámara. Según la fundación, estas obras contienen escenas explícitas que “aceleran la maduración sexual de los menores” y afectan su desarrollo emocional. Además, se cuestionó la presencia de temas como diversidad sexual y aborto, que algunos sectores consideran inapropiados para el ámbito escolar.

Desde el ámbito literario y educativo, las críticas hacia estas posturas no se hicieron esperar. Es contradictorio que quienes promueven la libertad busquen censurar libros. Pensar que porque una novela incluye la palabra ‘pija’ es pornográfica es simplificar el contenido de una obra”, aseguró Urquiza. Además, Mabel Bianco, presidenta de la FEIM, remarcó: “Hay muchos libros con fragmentos explícitos. ¿Prohibimos la literatura? No. Deben estar dirigidos a un público específico y acompañados por un docente”.

La novela de Reyes no es la única que generó controversia (que, dicho sea de paso, a partir de los ataques, Cometierra, hoy, está entre los primeros libros en las listas de ventas). En "Si no fueras tan niña", se aborda la relación abusiva y violenta entre una adolescente de 14 años y un hombre mayor, mientras que "Las aventuras de la China Iron" reinventa la historia del Martín Fierro desde una perspectiva femenina y crítica. Estas obras, según el catálogo de “Identidades Bonaerenses”, buscan promover el análisis de las desigualdades de género, la construcción de identidades y los cambios sociales, pero su interpretación generó divisiones profundas.

La judicialización del caso pone en juego una discusión más amplia sobre los límites entre la protección de los menores y la censura cultural. ¿Es la literatura un espacio para abordar temas sensibles o debería limitarse según criterios éticos y morales? Mientras tanto, el programa sigue en marcha y las obras están disponibles en bibliotecas escolares y municipales, destinadas a fomentar el debate crítico y la reflexión sobre la identidad bonaerense.

El conflicto también expone tensiones políticas en un contexto nacional donde la educación, la cultura y la libertad de expresión se transforman en campos de disputa ideológica. El presidente Javier Milei apoyó las críticas de Villarruel, pero evitó profundizar en detalles sobre el contenido de los textos. La pregunta persiste: ¿cuánto de esta discusión responde a un interés genuino por el bienestar de los estudiantes y cuánto es una estrategia política?

En paralelo, el gobierno de Kicillof insiste en que el programa “Identidades Bonaerenses” no busca adoctrinar ni imponer lecturas obligatorias. Según las autoridades, se trata de una apuesta por enriquecer el acceso a la literatura en las escuelas públicas, fomentando una perspectiva crítica sobre la historia y la realidad provincial. La colección, que incluye siete categorías temáticas, continúa siendo defendida por autores, educadores y especialistas en educación.

El trasfondo de este enfrentamiento no puede entenderse sin mirar el contexto político actual. Para Milei y Villarruel, denunciar la literatura que aborda temas como violencia de género, diversidad sexual o desigualdad social parece ser parte de una estrategia más amplia como vincular cualquier debate cultural con lo que ellos denominan “agenda progresista” y posicionarse como garantes de una supuesta moral tradicional. Pero esta estrategia choca con una realidad mucho más compleja.

La literatura, lejos de ser un instrumento de adoctrinamiento, es una herramienta fundamental para comprender y cuestionar el mundo. Autoras como Dolores Reyes, Aurora Venturini o Gabriela Cabezón Cámara no escriben para moldear ideologías, sino para reflejar realidades, muchas veces dolorosas, que atraviesan a la sociedad. “Cometierra”, por ejemplo, no es un libro sobre la sexualización de menores, como afirman los críticos, sino una obra que denuncia la violencia de género desde una perspectiva profundamente humana.

Por eso, las declaraciones de Milei y Villarruel no solo ponen en jaque el acceso a la literatura, sino que también revelan una visión reduccionista y peligrosa, la de una infancia encapsulada, alejada de cualquier contacto con la realidad social y cultural que la rodea. ¿Qué implica, entonces, proteger la inocencia? ¿Es acaso cerrar los ojos ante las problemáticas que afectan a los más vulnerables o permitir que desde jóvenes puedan entender y cuestionar el mundo que habitan?

La judicialización de este caso y las críticas mediáticas no solo apuntan a un programa educativo. También reflejan un choque ideológico que tiene en la niñez un campo de disputa. Mientras la cúpula del gobierno siguen utilizando términos como “sexualización infantil” o “pornografía” para referirse a libros que aún no leyeron, la pregunta sigue latente: ¿cuánto daño puede hacer el miedo a lo que no se entiende y cuánto estamos dispuestos a permitir en nombre de la libertad?

La literatura, como bien lo demuestra este caso, no tiene respuestas fáciles. Pero quizás ahí radique su verdadero valor, que está en generar preguntas incómodas que nos obliguen a mirar más allá de nuestros prejuicios.

El debate está lejos de cerrarse. Mientras un juzgado bonaerense evalúa las denuncias y las escuelas buscan adaptarse a las recomendaciones, el programa se mantiene como un ejemplo del cruce entre educación, política y cultura en Argentina. La distribución de libros seguirá siendo una herramienta para el aprendizaje, aunque cada página leída estará acompañada de preguntas que, tal vez, trasciendan las aulas.