Terminó un año horrendo en materia económica y empieza, con alta probabilidad, otro peor. El programa de ajuste ortodoxo que implementa Javier Milei va a desembocar en una recesión de proporciones, en adición a la elevada inflación por el sinceramiento de los precios regulados. Al deterioro distributivo de casi una década con retracción salarial se va a sumar una nueva problemática: la crisis de empleo. Las alternativas hacia delante son insondables. Pronosticar en este contexto es como navegar en la neblina profunda. Aún así, vale la evaluación de escenarios contingentes. 

Como concepto general, la primera parte del año mostrará una economía en camino a recuperar equilibrios mínimos, asumiendo todos los efectos colaterales que implican las correcciones. Las medidas iniciales anunciadas por Caputo fueron parches parciales para el mal funcionamiento de mercados críticos (cambiario, monetario, de capitales), pero no resuelven las fallas de coordinación de una macro disfuncional. 

El siguiente paso en algún momento del 2024 deberá ser la puesta en marcha de un Plan de Estabilización puro y duro para remover trabas institucionales, pero también con mecanismos de desindexación para alinear los incentivos. Requerirá un diseño consistente para el sector externo, suavizando los vaivenes y distorsiones del cambio de régimen. Al mismo tiempo, el gobierno de Milei deberá desarrollar una política de ingresos decidida para amortiguar los efectos de la aceleración inflacionaria. Si solo se descansa en el orden natural de los mercados, la viabilidad política del programa puede resultar afectada.

En materia de precios prevemos un acumulado del IPC en 333,5% para el escenario base. En la primera parte del 2024 contemplamos una aceleración inflacionaria severa, fruto de la liberación de precios reprimidos y una dinámica desordenada de recomposición de márgenes. La liberación de regulados pasando a valor internacional se dará rápidamente, para focalizar el impacto socioeconómico en un acotado período de tiempo. 

Esto puede determinar una inflación de hasta el 100% en un cuatrimestre. A partir de determinado punto (difícil de fijar) se jugarán las posibilidades reales del Plan de Estabilización. Si la recesión inducida logra apagar la tensión de precios anestesiando el consumo y la demanda interna, es probable que la curva inflacionaria empiece a dibujar una trayectoria decreciente, desde niveles altos. 

En cambio, si el gobierno sufre algún shock endógeno (cohesión política, orden social) o exógeno (precios globales, resultados de la cosecha), entonces las expectativas se pueden terminar de desanclar y la inercia inflacionaria seguirá haciendo estragos. En los escenarios extremos para 2024 estimamos márgenes que van desde el 213,8% (caso optimista) hasta el 435% (caso pesimista). 

La situación cambiaria no parece mucho más allanada. A pesar de cierto exceso coyuntural de oferta de dólares en el mercado oficial, el gobierno sabe que va a pasar un primer año contando las monedas. Además de la regularización en los flujos de operaciones comerciales y por cancelación de deuda, se van a requerir más divisas para hacer frente a las mayores cantidades importadas en los rubros que se liberen plenamente al comercio exterior.

Macro y clima social 

El Gobierno deberá monitorear de cerca la evolución del crawling cambiario administrado a sabiendas que un dólar con movimientos del 2% mensual puede llegar a marzo con menor competitividad que la heredada. En los dólares paralelos es factible que se registren saltos discretos significativos en momentos críticos, seguidos de períodos con mayor calma. Con todo, nuestra proyección para el Dólar MEP a fin de año 2024 es de $2.950. Esto implicaría un crecimiento de pizarra en casi 200%, pero con abaratamiento una vez descontada la inflación. 

El plano fiscal tendrá los reflectores encima. El objetivo de la convergencia rápida al equilibrio de las cuentas públicas estará determinado por la contingencia de la aprobación o rechazo en el Congreso de los cambios impositivos. También será relevante la capacidad del Ejecutivo para gestionar la política de austeridad, que se enfrentará a resistencias e intentos de bloqueo. Entre los números que presentó el Ministerio de Economía se destaca un recorte de subsidios económicos por 0,7% del PBI, menor inversión en infraestructura por 0,7% del PBI y un ajuste en jubilaciones por 0,4% del PBI. 

En adición a la contracción del gasto, también se sumará la restitución de impuestos, la suba de alícuotas y un blanqueo por 2,2 puntos del PBI. Como producto del nuevo enfoque fiscal del Gobierno y su voluntad obcecada por equilibrar las cuentas públicas, prevemos un cierre del 2024 en superávit fiscal primario por medio punto del PBI, pero no confiamos que Caputo logre también cubrir los intereses de la deuda. Una vez descontado este efecto vemos un déficit total por casi 1% del PBI.

Una de las dimensiones donde se espera mayor impacto es la productiva. La caída del PBI de 2023 fue casi asintomática, ya que estuvo signada casi exclusivamente por el efecto sequía. En 2024 ocurrirá lo contrario: el agro podrá amortiguar la caída, pero la mayoría de los sectores dependientes del consumo (como la industria y el comercio) se sumirán en una recesión severa. Estimamos la caída del PBI en 4% para el escenario base, con umbrales entre el -0,5% (escenario optimista) y -6% (escenario pesimista). En cualquier caso, será un año complicado para las empresas que trabajan para el mercado interno. 

El propósito del Plan Licuadora de Caputo es la desmonetización de la economía, erosionando el poder de compra de los pesos. Enfriar la actividad es un objetivo del programa, y no un efecto colateral. El resultado será una mayor caída de salarios, que estarán disciplinados a partir del crecimiento del desempleo por la crisis. Estimamos la caída promedio del poder adquisitivo del primer año en 21,2%, con notoria heterogeneidad sectorial. Recuperando el disclaimer sobre la dificultad de proyectar variables en un entorno inestable, creemos que sirve el ejercicio teórico de trazar hipótesis en función a los datos actuales. 

Como todos los años, las proyecciones pasarán por sucesivas correcciones, conforme se modifique el contexto. Lo seguro es que 2024 será un año muy malo, que en el mejor de los casos va a allanar el terreno para que la economía se resetee y remonte desde fundamentos más sólidos. Pero, en el otro extremo, el programa puede naufragar por errores propios, factores externos o por la debilidad macro general. La probabilidad de un escenario disruptivo donde se precipitan las variables está lejos de ser nula.