El pasado lunes 14 de octubre, el Premio Nobel de Economía 2024 fue otorgado a los economistas Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, destacando su influyente investigación sobre las causas que explican que haya algunos países ricos y otros pobres.

A lo largo de este extenso recorrido investigativo, los autores lograron desarrollar un análisis integral plasmado en su influyente obra ¿Por qué fracasan los países? (un recomendado para toda biblioteca de aquellos interesados en temas de crecimiento y desarrollo económico). En dicho libro, exploran cómo las instituciones políticas y económicas establecen las reglas que rigen a las sociedades, y cómo estas estructuras determinan el curso del desarrollo y la prosperidad de las naciones.

Así, explican como algunos países, en apariencia similares en cultura, recursos naturales y geografía, tienen destinos de desarrollo bien disímiles. El caso natural es de las dos Coreas, que previo a la guerra de 1950-1953 eran un único país, cuya región más rica y próspera, paradójicamente, era el norte. Sin embargo, tras décadas de divergencia institucional, hoy la Corea capitalista es 30 veces más rica que la comunista.

AJR también muestran cómo países con menos ventajas iniciales como es el caso de Japón o Singapur, han prosperado gracias a la creación de instituciones inclusivas. Mientras otros, bendecidos con amplias riquezas, pero atrapados por instituciones extractivas, se han estancado.

¿Qué son las instituciones inclusivas según los autores? Las que respetan la propiedad privada, promueven la participación amplia de la población en las decisiones económicas y políticas, promueven la igualdad de oportunidades, incentivan la innovación y aplican una redistribución equitativa y constructiva de los recursos.

En contraste, regiones como América Latina, en donde predominan los "regímenes extractivos", la crisis y la pobreza se convierten en características persistentes. En estas sociedades, las instituciones concentran el poder y los recursos en manos de una élite, lo que restringe la participación, limita la competencia y fomenta la desigualdad. Prácticas como el clientelismo y la corrupción también se vuelven recurrentes. Como resultado, el crecimiento económico se ve profundamente comprometido y es difícil alcanzar un desarrollo sostenido a largo plazo.

Lo que nos plantean los ganadores del Nobel tiene plena vigencia para la Argentina actual. En las últimas décadas, Argentina ha demostrado cómo las instituciones de carácter extractivo, que en nuestro país hemos dado el nombre de corporativismo, han obstaculizado las oportunidades para un crecimiento económico sostenido. La intervención excesiva del Estado en el mercado, acompañada de políticas inconsistentes, impuestos y transferencias forzadas de riqueza, incumplimiento de contratos, e inestabilidad en las reglas, favoreció la concentración del poder político y económico, generó desincentivos para la innovación, la productividad y la inversión a largo plazo, provocando una fuga masiva de capitales. Las regulaciones gubernamentales y los controles excesivos impidieron el desarrollo pleno de la economía, apareciendo la distinción entre los sectores privilegiados (llamados “estratégicos”) y los que no. Como consecuencia, esto se reflejó en un estancamiento económico y retrocesos significativos en la competitividad.

Ante la debacle institucional, las reformas urgen y deben ser profundas. La macro importa, pero en el largo plazo las instituciones también juegan. El trabajo de reconstrucción institucional implica volver a las Bases de la Constitución argentina de 1853, asegurando la propiedad privada, la igualdad ante la Ley y eliminando los privilegios. Promoviendo el desarrollo de un Estado focalizado en sus funciones fundamentales. Y de una sociedad civil fuerte, que estabilice su poder frente a los ciudadanos.

"En cierto punto, si las instituciones son fuertes, no es necesario saber el nombre de los políticos", explica Acemoglu. El claro debilitamiento de las instituciones ha sido un factor determinante en sus crisis económicas. Para no volver a caer a caer en las crisis del pasado, la reforma deberá ser económica en el cortísimo plazo, pero institucional en el mediano. Argentina necesita un replanteamiento profundo de sus instituciones, orientado hacia la creación de un marco más inclusivo y transparente que promueva la inversión y el crecimiento a largo plazo.