No resulta extraño el salto de los dólares paralelos; es algo que se descartaba en los días previos a las elecciones. Pero la escalada fue de tal magnitud que el BCRA se vio obligado a relajar la intervención del dólar MEP, algo que no era del todo esperado.

Con una brecha cambiaria que se pronunció, superando el 170%, y un flujo de reservas que volvió a estar en rojo, subsidiar la dolarización de portafolios no luce como la mejor opción, ni como una sostenible. Es que, aun con la devaluación sectorial que promovió el Gobierno para octubre (Dólar Soja, Dólar Hidrocarburo, Dólar Minero, Dólar Turista reforzado), el BCRA perdió (nuevamente) su posición compradora en el MLC y comenzó a vender dólares con fuerza. En 7 días se desprendió de USD 600 M.

En el interín, algunas frases desafortunadas como “nunca en pesos” (del líder Libertario, Javier Milei) agregaron temperatura al recalentado mercado cambiario, terminando en el CCL arriba de los $ 900 y el Blue por sobre los $1.000. De todos modos, tal como venimos advirtiendo, el tipo de cambio de convertibilidad supera incluso esos valores, por lo que las cotizaciones actuales siguen luciendo como un piso. Son valores que reflejan la incertidumbre imperante, que sobrepasan ampliamente el nivel necesario del tipo de cambio que podría poner fin a la crisis de balanza de pagos que sufre la economía argentina.

El Gobierno intensificó controles en un <nuevo> intento desesperado por frenar la corrida. Apeló a medidas como la extensión del parking para títulos ley extrajera, dispuso la compensación de operaciones para las ALyCs que operen con cartera propia, aumentó los controles de la CNV, y hasta avanzó en la formalización de denuncias y detenciones de cambistas. El efecto no termina de ser claro, y hasta puede resultar contraproducente.

El registro de inflación de septiembre (12,7% mensual) terminó de incorporar el arrastre de la devaluación post PASO. Pero aun cuando se trató de un mes en el cual el dólar oficial estuvo congelado en $ 350, la inercia no se cortó. El <experimento> del dólar fijo no logró anclar las expectativas, que responden cada vez más a la sensación de que la situación tenderá a agravarse. Así, la inercia inflacionaria y un traslado a precios que ya demostró ser muy rápido hace pensar que el dato de septiembre será nuevamente un piso.

Por lo pronto, el BCRA anunció también una suba de la tasa de interés de referencia para que no quede desacoplada de la nominalidad en la que ya viaja la economía, llevándola a 133% nominal anual (258,8% TEA). Difícilmente tenga algún efecto sobre los precios o la brecha. Con la incertidumbre actual, no parece haber tasa que motive la tenencia de pesos.

La apuesta de empujar un descalabro económico para que los costos del ajuste sean afrontados por la administración saliente es, además de mezquina, muy riesgosa. Es cierto que, con una escalada inflacionaria desde los altos niveles actuales, la demanda por estabilidad probablemente prime por sobre cualquier otra exigencia de la sociedad y con ello se flexibilicen los costos asociados a cualquier programa de estabilización, incluido la dolarización. Pero, no es menos cierto que ese programa deberá correr sobre una economía que quedará todavía más debilitada que la de hoy. Si los ajustes se hacen previamente y de manera desordenada, sin la coordinación que requiere un programa de estabilización, los costos en materia social serán elevados y, luego, sobre estos todavía quedarán sumar los propios del <ajuste ordenado>.