El candidato triunfante en las últimas elecciones presidenciales usó la promesa de dolarizar la economía como el gran instrumento para captar votos. Pero la realidad es que había y hay varias dificultades a enfrentar para tratar de dolarizar una economía, cuyo Banco Central carecía de dólares. Recientemente, a seis meses de asumido el gobierno, el ministro de Economía anunció que “el peso va a pasar a ser la moneda fuerte”. 

Argentina ya tuvo dos periodos de “peso fuerte”: fue entre 1978 y 1982, de la mano de la tablita de Martínez de Hoz y entre 1991 y 2001, en que rigió la Convertibilidad. 

La “tablita” implicó que la devaluación del peso era inferior a la tasa de inflación, con lo cual crecía el poder adquisitivo del peso argentino en el exterior. Fue la época en que era más barato vacacionar en Disneyworld que en Pinamar, en que los precios en el exterior eran increíblemente baratos para los argentinos que popularizaron el “deme dos”. 

Algo parecido ocurrió en la década de la Convertibilidad: el tipo de cambio permanecía fijo mientras crecían los precios internos. En consecuencia, los productos eran cada vez más baratos en el exterior. El “uno a uno” aseguraba los votos para el oficialismo. El peso fuerte, además, aseguraba el crecimiento estadístico del PBI. Aunque el producto físico no variara, aumentaba su valor en dólares. 

El peso fuerte sería el producto de una devaluación mensual que se mantendrá en el 2% mientras el Banco Central vende en el mercado financiero parte de los dólares adquiridos con posterioridad al 30 de abril. 

Con este movimiento de tijera se busca que la cotización de los dólares financieros converja con la del oficial, de modo que exista un solo tipo de cambio.

El sacrificio de reservas hará que no se cumpla la meta comprometida con el FMI para fines de septiembre en esta materia. Sin embargo, desde el gobierno se insiste en que antes de fin de año habrá un nuevo acuerdo con el FMI que permitiría contar con fondos frescos y mejorar la posición de reservas del Banco Central.