En la vasta extensión de tierra que rodea San Pedro, hace ya más de una década, un hombre bajaba de un helicóptero enfundado en un traje azul impecable. Max Higgins, el autoproclamado "Rey del entretenimiento", había llegado para cumplir lo que en ese momento parecía un sueño imposible: construir un parque temático de proporciones faraónicas, el “Disney argentino”. Acompañado de empresarios internacionales y un séquito que incluía la contratación de Diego Maradona, Higgins vendía una ilusión de grandeza que rápidamente capturó la imaginación de muchos.

Sin embargo, el hombre que un día caminaba con aires de magnate por los pasillos de Puerto Madero, acabó perdido en las calles de Buenos Aires, delirando sobre fortunas embargadas y conspiraciones que solo existían en su mente. Hoy, su historia es un espejo roto de lo que alguna vez fue o pretendió ser.

La soledad del hombre que juraba tenerlo todo: Max Higgins, el otro estafador de San Pedro

Max Higgins no era solo una figura de promesas vacías; su vida parecía sacada de una novela de intriga y locura. Tras la debacle financiera que afectó a sus negocios, se le vio merodeando por las calles cercanas al Luna Park, durmiendo en la intemperie con un maletín que contenía las pocas pertenencias que le quedaban. Descalzo, con la mirada perdida y hablando en inglés sobre cómo podría salvar la economía argentina si recuperaba sus millones embargados, se convirtió en una sombra del hombre que un día proclamaba grandes proyectos. Nadie en las calles lo reconocía como el hombre que un día fue anunciado como el salvador de San Pedro.

En octubre de 2020, un video de Higgins durmiendo en las calles se volvió viral. En la entrevista, realizada por el youtuber Magnus Mefisto, Higgins afirmaba entre delirios que tenía acceso a dos billones de dólares y que si los recuperaba, podría resucitar la economía argentina. Pero detrás de esas afirmaciones, se ocultaba un largo historial de mentiras, estafas y proyectos fallidos que comenzaron en San Pedro.

El gran proyecto de Higgins comenzó en 2007, cuando prometió la construcción de un parque temático en las afueras de San Pedro. Lo llamaba "Disneylandia argentina" y aseguraba que la inversión sería de mil millones de dólares. El anuncio generó entusiasmo, no solo entre los habitantes del pequeño pueblo, sino en gran parte de la clase política y empresarial del país. "Vamos a poner a San Pedro en el mapa mundial", proclamaba en su llegada.

Aquel 18 de octubre de 2007, tres helicópteros aterrizaron en un terreno baldío a las afueras del pueblo. En esa inmensa extensión de hectáreas, Higgins descendió junto a empresarios de los Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos, mientras el intendente de San Pedro, Mario Barbieri, y el director de planeamiento, Diego Chediak, los recibían con sonrisas esperanzadas. Ese día, parecía que algo grande iba a suceder en ese rincón de la Argentina.

La soledad del hombre que juraba tenerlo todo: Max Higgins, el otro estafador de San Pedro

Sin embargo, poco después, The Walt Disney Company desmintió cualquier relación con Higgins y amenazó con acciones legales. El supuesto empresario que había prometido poner a San Pedro en la vidriera mundial, comenzaba a mostrar fisuras en su relato.

La historia de Max Higgins y su "imperio" no era más que una cortina de humo. Higgins había construido una red de engaños que funcionaba bajo el clásico esquema Ponzi. Este tipo de fraude, que consiste en utilizar el dinero de nuevos inversores para pagar a los anteriores, mientras se generan falsas promesas de rentabilidad, es un conocido método de estafa que tarde o temprano colapsa.

Como señala Emilse Pizarro en su libro La Argentina Increíble, la fascinación por figuras como Higgins se inserta en una larga tradición de estafadores y fabuladores en el país. "Argentina ha sido siempre un terreno fértil para los visionarios de papel. En un país donde la historia misma parece estar construida sobre promesas, el público suele caer en los espejismos de grandes proyectos que nunca ven la luz", escribe Pizarro. Higgins, con su carisma y promesas grandilocuentes, aprovechó este terreno fértil para sembrar su fraude.

X de Emilse Pizarro

Su caída fue rápida. Su esposa, Sandra Zapata, lo denunció por violencia de género y empezó a revelar la verdad detrás del supuesto magnate. Higgins había sido encarcelado en Estados Unidos y el Reino Unido por emitir cheques sin fondo, y su vida de lujo en la Argentina era financiada por los propios inversores a los que había engañado.

Conforme las denuncias se multiplicaban, Higgins fue quedando cada vez más aislado. Su "imperio" se desmoronó, y aquellos que alguna vez lo rodearon como una figura de éxito y poder, desaparecieron. Su vida de lujos se convirtió en un recuerdo lejano mientras comenzaba a dormir en las calles de Buenos Aires.

El hombre que soñaba con crear un parque de atracciones, hoy sobrevive con lo poco que le ofrecen los transeúntes. Sus delirios, que lo hacían gritar sobre conspiraciones mundiales y ovnis en pleno Puerto Madero, no eran más que la manifestación de una mente que había perdido la conexión con la realidad.

El caso de Max Higgins no es único. A lo largo de la historia, personajes como él han encontrado en Argentina un público dispuesto a creer en grandes promesas. Como bien señala Emilse Pizarro, "el país ha sido un campo fértil para los estafadores que saben cómo vender ilusiones en tiempos de crisis".

Al igual que Higgins, otros personajes han utilizado el contexto de inestabilidad económica y política para sacar provecho de las necesidades de la gente. En este caso, San Pedro fue el escenario de una estafa que dejó más que promesas incumplidas: dejó una cicatriz en la confianza de quienes apostaron por el sueño del "Disney argentino".

La soledad del hombre que juraba tenerlo todo: Max Higgins, el otro estafador de San Pedro

En los últimos años, Max Higgins ha sido internado en diversas ocasiones, principalmente por sufrir descompensaciones psicóticas. Actualmente, sigue bajo tratamiento en el Hospital Borda, tras haber sido encontrado en una situación de riesgo. Las autoridades informaron que su internación fue involuntaria, y que, si bien no opuso resistencia, Higgins ya no comprende lo que ocurre a su alrededor.

El empresario caído en desgracia, que alguna vez soñó con reyes y castillos, ahora se enfrenta a un destino muy distinto: el de un hombre que ha perdido todo, incluso su identidad.