El sistema educativo como estafa y violencia
La escuela no es una extensión de la familia, no es un reemplazo de los padres y mucho menos debe ser el eje central de la vida comunitaria.
Nuestra propuesta es simple: Ud. pasará un promedio de 14 años de su vida, asistiendo continuamente a nuestras oficinas de forma obligatoria, pagará por ello con sus impuestos, escuchará lo que nosotros tenemos para decirle, deberá repetirlo para liberarse, y no le garantizamos que todo aquello le sirva para algo después. Y eso sí: no podrá en ningún momento intervenir en el proceso, ni evaluarnos ya que Ud. no está capacitado para ello.
Perfecto, ¿hay lugar ya mismo o debo anotarme en lista de espera?
El diálogo parece extraído de algún tipo de distopía o tragicomedia, pero a la luz de algunos hechos que han tomado relevancia pública en las últimas semanas, podría servir perfectamente de resumen de aquello en lo que nuestro sistema educativo se ha convertido.
Desde ya que el anuncio de Toyota de principios de agosto denunciando la falta de personal con requisitos mínimos de empleabilidad para su planta de Zárate o el video de la docente adoctrinando a los gritos a su alumno en La Matanza no sorprenden. O al menos no nos sorprende a los que no vemos al sistema educativo a través de esa aura romántica que el mismo sistema ha construido para ocultar sus fallas y miserias.
No, la escuela no es una extensión de la familia, no es un reemplazo de los padres y mucho menos debe ser el eje central de la vida comunitaria, aunque eso es lo que trágicamente ha sucedido. La escuela, en sus diferentes niveles, y el personal docente y no docente que trabaja en ella, junto a la enorme burocracia que existe detrás de los ministerios de las distintas jurisdicciones, por el contrario, son meros servidores públicos, financiados por impuestos, que deben cumplir su función esencial y rendir cuentas por ello. Ni más ni tampoco menos.
Ya en los inicios del sistema educativo la discusión entre Domingo Faustino Sarmiento y Juan B. Alberdi permitía traslucir un problema de fondo: este último le solía advertir al sanjuanino, con la contundencia de aquellas epístolas magistrales, que, si el sistema educativo no se orientaba a partir del eje de la producción y el trabajo, podría terminar resultando más un escollo que una solución. El genial Sarmiento, sin embargo, subestimó estas advertencias, aunque a su favor, es justo decir, el enorme clima de un país pujante no permitía evidenciar que esa cosmovisión implantada al origen derivaría en esta burla absoluta a los contribuyentes que es hoy el sistema.
Intentar analizar la decadencia del país sin poner la mirada en el sistema educativo no solo es inconducente sino incluso una manifestación de ingenuidad supina. Las aulas se han convertido en un espacio vetusto, absolutamente alejado de las transformaciones tecnológicas profundamente disruptivas que se están sucediendo en el mundo, en el cual una pirámide de burócratas iluminados decide a su antojo qué deben recibir nuestros hijos como instrucción.
Al mismo tiempo, miles de docentes son precarizados en su función esencial, derivados a tareas subsidiarias que poco o nada tienen que ver con enseñar, desprovistos de verdaderos planes de carrera y capacitación, y tensionados por la enorme presión que generan algunos compañeros militantes amparados por la decisión atroz de la mayoría de los sindicatos de convertir ese espacio sagrado para los niños en un vector de adoctrinamiento mordaz.
Es falso que la mayoría de los docentes sean como esa maestra del video, como también es falso que se sientan cómodos con este sistema obsoleto en el cual sus vidas transcurren sin evidenciar resultados concretos de su tarea, viendo pasar generaciones abúlicas que no entienden por qué los condenan, en uno de sus momentos cognitivos más lúcidos, a estar encerrados en una especie de simulación que poco o nada tiene que ver con lo que sucede fuera de esos muros o con lo que deberán afrontar al salir.
La refundación de esta Argentina que hoy se ha condenado a sí misma a arrastrarse, no podrá eludir la consecuente refundación de su sistema educativo, el cual a su vez no podrá evitar abrazar cuatro ejes principales, no obstante puedan existir otros:
1) Libertad de decisión para que los padres seleccionen la mejor escuela para sus hijos, según su propio proyecto de vida.
2) Libertad para que los directores de dichas escuelas construyan su Proyecto Educativo Institucional adecuándolo a las necesidades locales y de su comunidad educativa.
3) Profesionalización absoluta de la tarea docente, lo cual implicará niveles de capacitación muy superiores a los actuales, mejores salarios, evaluaciones continuas y exclusividad de su tarea orientada a la enseñanza.
4) Declaración de la educación como servicio esencial, evitando así que se convierta en un ariete de negociación política por parte de aquellos sindicatos que han extraviado su función original, convirtiéndose en apéndices de partidos o movimientos políticos circunstanciales.
Sin estas reformas urgentes, el sistema seguirá siendo un gasto para el contribuyente y no una inversión real para un mejor país. Al mismo tiempo permanecerá erigido como un vehículo de situaciones violentas como las vistas en el mencionado video y otras tantas aún ocultas en las cuales las víctimas terminan siendo tanto aquellos alumnos que van a buscar al espacio áulico la orientación necesaria para desarrollarse plenamente en su vida como aquellos buenos docentes que aun comprenden que su tarea resulta un recurso sumamente valioso y fundamental para el desarrollo social.