El retraso del dólar como ancla contra la inflación
El anclaje de la paridad peso-dólar se muestra ineficiente como única herramienta para controlar la suba de precios si las otras variables siguen un rumbo impreciso.
La Argentina es un país “dólar-dependiente” desde los comienzos de la inflación en la década del 50. Esto es principalmente debido a la falta de moneda, que aún en las épocas de precaria calma inflacionaria y cambiaria (Plan Austral, Convertibilidad, primeros 3 años del Kirchnerismo, etc.) no pudieron desterrar el apetito por la moneda fuerte.
Ningún gobierno luego de 1950 logró generar expectativas positivas en la población como para que ésta se decida por las inversiones en pesos, salvo en cortos períodos y por razones meramente especulativas. De hecho, resta observar que durante estos días el dólar “blue” llegó al máximo histórico nominal, y en paralelo, la inflación interanual es la más alta de los últimos 30 años. Por lo cual no es desacertado afirmar la moneda extranjera sirve como instrumento antinflacionario para la población, sobre todo en momentos de incertidumbre.
Al ser una economía basada en el dólar, la especulación sobre su valor futuro rige las relaciones comerciales en cuanto a la fijación de precios de los productos y servicios que se transan en la economía. De esta manera, todos los habitantes del país nos hemos convertido en especuladores profesionales sin otro objetivo que la subsistencia y la protección de nuestros ahorros.
Lo antedicho generó en los gobiernos una fiebre de controles sobre el dólar, ya que el razonamiento básico es: si el dólar no se mueve, la inflación no se dispara. Sin embargo, muchos economistas sostienen que la inflación es multicausal y no sólo consecuencia de la devaluación o del exceso de oferta monetaria. Si bien esto último es “ponerle agua a la leche”, las reglamentaciones, impuestos confiscatorios, legislaciones no acordes con los tiempos que corren, presiones sindicales por salarios impagables, etc. podrían integrar la galería de la multicausalidad comentada.
De esta forma, el anclaje del valor del dólar (o mejor dicho de la paridad peso-dólar), se muestra ineficiente como única herramienta para controlar la inflación si las otras variables siguen un rumbo impreciso. La prueba más reciente es que la inflación en nuestro país está promediando un 5% mensual cuando la devaluación del peso es de “apenas” el 1% mensual, y las cotizaciones financieras y paralelas se están desprendiendo de ese camino y comienzan a tener “vida propia” ya que es la forma que encuentra la gente para proteger sus ahorros ante la desconfianza por el futuro inmediato.
¿Qué bienes de la economía tienen sus precios relativos distorsionados por el impacto de este “anclaje”?
Veamos precios dolarizados: Un caso emblemático es el combustible. Tradicionalmente ha sido la relación 1 litro = 1 dólar teniendo en cuenta que el insumo principal tiene precio transparente en el mercado internacional y los demás elementos necesarios para la producción son importados (por lo tanto, atados al precio de la moneda extranjera). Si el valor del dólar oficial está artificialmente controlado y anclado, el impacto será una “ilusión monetaria de ahorro” pero, tal como nos demuestra la historia económica argentina (léase Rodrigazo), más temprano o más tarde el mercado realizará el ajuste correspondiente en función del precio real de la divisa (o sea el precio a que se puede comprar la moneda). Además, genera un aumento del déficit fiscal por la incidencia de YPF en el mercado, al igual que restringe la posibilidad de recibir inversiones en la industria petrolera debido a la pregunta: con un precio del producto manipulado por necesidades políticas y con una valor de la divisa extranjera subvaluado al cual se recibirían los dólares de la inversión, ¿quién invertiría en estas condiciones?
Por su parte, en la producción agrícola, al igual que el petróleo, los granos tienen precios internacionales fijados en dólares. Esos precios son referencia de los valores a los que se comercializa la producción internacional y localmente. Pero en este caso tenemos un problema adicional: además que la divisa se maneja artificialmente, el precio interno y la exportación son reguladas y restringidas, con lo cual se altera la oferta interna y se genera un mercado negro que significa, en definitiva, que las anclas tienen impacto temporal y el mercado realizará su ajuste.
Quizás, a futuro, sería conveniente que el foco esté puesto en muchas más variables que la paridad entre peso – dólar, o la diferencia entre dólar oficial y “blue”. Como se ha visto en otras oportunidades, la solución no parece ser una sola.