Espert, Milei y la adultez política
Quienes llegan lejos aprenden en los momentos de victoria tanto como en los de derrota. Es fundamental que la derecha argentina se despersonalice, institucionalice y nacionalice, si realmente quiere llegar al poder.
El resultado de las elecciones para los espacios de derecha, tanto en CABA como en Provincia de Buenos Aires, no hacen menos que señalar el éxito creciente que vienen teniendo en la arena discursiva las ideas representativas de este sector. La diferencia con la elección de 2019, en tal sentido, radica principalmente en la transformación alquímica que el caldero electoral tuvo sobre el mero ideario, transformándolo ahora en poder concreto: 4 diputados nacionales, 3 diputados provinciales y 5 legisladores por la Ciudad. Una enorme cuota de éxito, considerando el tiempo que llevan ambas fuerzas en la arena política real.
Sin embargo, es importante señalar que quienes llegan lejos corrigen en los momentos de victoria tanto como en los de derrota. Y es cierto afirmar también, que la derecha argentina aún tiene mucho que aprender y desarrollar para que este poder incipiente se transforme realmente en una alternativa de gobierno que permita transformar la realidad decadente que transita nuestro país.
Los malos tragos son preferibles al principio, suelen decir los viejos lobos de la política. Por tanto, haciendo honor al consejo, comencemos por allí: la derecha necesita despersonalizar su propuesta política. Este desafío es quizá el más duro para un espacio que se ha ordenado reproduciendo las mismas prácticas personalistas que son tradicionales en nuestra política nacional. Expresiones como Yrigoyenismo, Peronismo, Frondizismo, Alfonsinismo, Menemismo, Macrismo y Kirchnerismo, debieran ser suficientes para detectar un patrón malsano en el que la gravitación de los hombres es superior a la institucionalización de las prácticas y las ideas. Intentar cambiar el país meramente desde lo económico, implica una ingenuidad en la que un espacio nuevo no debiera caer. En tal sentido, sería provechoso comprender que proponer y ejercer prácticas políticas diferentes también es parte de la transformación que el país necesita.
Desde ya muchos dirán que ninguna fuerza política se constituye sin líderes ni liderazgos, pero si bien lo segundo es absolutamente cierto no lo es tanto lo primero. Sobre todo si por la palabra “líderes” se entiende la entronización que muchos de nuestros políticos han ejercido, generando espacios de selección adversa en los cuales solo sobreviven, prosperan y se reproducen los aduladores, mediocres y lisonjeros. Favoreciendo esa casta sin ideas que justamente estos espacios dicen venir a combatir.
Sin ir más lejos, basta mirar del otro lado del atlántico y verificar la construcción política que ha realizado Santiago Abascal Conde, con su estilo de liderazgo, convirtiendo a un partido nuevo como VOX en una alternativa seria de poder con capacidad real de llegar a la Moncloa. Como suelo ilustrar cada vez que me es posible, si se observa ese espacio político, es difícil augurar quién podría ser el candidato a presidente en un potencial cambio de gobierno. Y esto porque Abascal ha ejercido el poder institucionalizándolo en un partido con reglas abiertas y competitivas y sin menoscabar la trascendencia pública de otras figuras como Jorge Buxadé, Rocío Monasterio, Javier Ortega Smith, Rocío de Meer o Iván Espinosa de los Monteros. Todos posibles candidatos que, desde la mirada infantil e insegura que suelen tener los políticos argentinos, podrían ser considerados una competencia a destruir por el propio Abascal.
Justamente este es el segundo punto trascendente. La derecha debe institucionalizarse generando una unión entre fuerzas que no dependa de negociaciones de última hora ni de la compra de sellos de goma, del mismo modo que no debe encontrarse ya nunca más a tiro de valija como se suele recitar sin mucho pudor en la jerga política. Es absolutamente fundamental que con el mismo tino con que se deje atrás el personalismo nefasto que ha destruido la política nacional y ha expulsado por décadas a hombres y mujeres de buena fe que podrían haber contribuido a que nuestro país transite un camino diferente, se concrete una unión de fuerzas de derecha, dentro de un movimiento de coalición, que implique reglas claras de participación y competencia.
Ese ha sido también el camino que otros partidos de derecha han recorrido para llegar al poder y mantenerse en él en otras latitudes. Sin ir más lejos, el Partido Popular español, una de las fuerzas más exitosas en su momento en relación con su rápida expansión y llegada al gobierno, logró en sus comienzos lo que se denominó Unión de Centro Democrático, cobijando bajo este sello a distintas figuras y fuerzas políticas menores, condición sine qua non para el surgimiento real de personalidades competitivas que pudieran hacerse con el poder y ejercerlo realmente. Y esto último porque solo una carta orgánica que surja de la participación de convencionales legítimos podrá dar forma a sistemas de selección de candidatos que no dependan de componendas, maniobras oscuras o caprichos de los líderes de turno. Todas condiciones que no han hecho más que, como decía anteriormente, llevar al poder a genuflexos e incapaces, provocando la crisis económica, moral y política en la que vivimos hoy.
Por último, pero no menos importante, es fundamental que la derecha argentina deje de gravitar solo en el AMBA y se nacionalice, incorporando las miradas, ideas, necesidades y matices, que surgen naturalmente cuando los armados no se encuentran centrados únicamente en cinco manzanas de la Capital Federal. Es absolutamente imposible ser parte de una alternativa real de poder, sin que la construcción política abarque la incorporación de líderes federales con suficiente autonomía para representar las ideas del espacio, adaptándolas a las idiosincrasias de sus respectivos electorados. Cada conquista de la derecha debe apoyarse, celebrarse y fortalecerse, entendiendo que en esta gesta de transformación bien vale una diputación nacional como una concejalía en cualquier municipio del país. Y esto implica necesariamente no repetir otro patrón característico de las fuerzas políticas que vienen gobernando nuestro país: la conurbanización de las prácticas y los discursos políticos, que no han hecho otra cosa que concentrase en el AMBA, invisibilizando en consecuencia a todo un país.
En conclusión, despersonalizar, institucionalizar y nacionalizar, debiera convertirse más pronto que tarde en el mantra de todos aquellos que desean una derecha argentina fuerte que se transforme en opción de gobierno y represente a los cientos de miles de argentinos que llevan décadas esperando una transformación real del país y la vuelta a la senda de la seguridad, la paz y el desarrollo.