Acerca del singular triunfo del oficialismo en las últimas elecciones generales
La módica recuperación del 14 de noviembre, si bien le devuelve al Frente de Todos los resortes institucionales de la Gobernabilidad, no modifican el panorama de malestar social, escepticismo e incluso bronca que anida hoy en la conciencia de nuestro pueblo.
El 12 de septiembre, la participación de la ciudadanía en la elección fue bajísima: apenas el 67,5% del padrón electoral. La situación cambia un poco el 14 de noviembre, donde el 34% de quienes se ausentaron de la votación en las PASO, decidieron votar en las generales. Así, se sumaron en las urnas 1.641.208 votantes. De estos, 859.598 votaron al Frente de Todos, en tanto 912.641 votaron a Juntos por el Cambio.
¿Por qué razón tanta alegría cuando el Gobierno perdió en 15 provincias incluida Buenos Aires? Pues bien, los 579.288 votos obtenidos en la provincia de Buenos Aires evidenciaron capacidad de recuperación en el distrito estratégico para el Frente de Todos, al tiempo que la distribución de la votación le permitió que el control de la gobernabilidad siga en sus manos. Así, el oficialismo sumó tres diputados más manteniendo la primera minoría en la Cámara de Diputados, y si bien perdió el quórum propio en el Senado, los gobiernos de Neuquén y Río Negro le proporcionan los dos senadores que le estarían faltando.
La módica recuperación del 14 de noviembre, si bien le devuelve al Frente de Todos los resortes institucionales de la Gobernabilidad, no modifican el panorama de malestar social, escepticismo e incluso bronca que anida hoy en la conciencia de nuestro pueblo.
El Frente de Todos perdió 5.606.382 votos respecto a su triunfo del 2019. Es decir, el 43% de sus votantes. A la vez, la participación electoral en esta elección de medio término se ubicó en un 71,7%. Es decir, muy lejos de ese 85% de participación electoral, propia del comienzo de la democracia en nuestro país. Habrá que ver (y evaluar) si la pérdida de legitimidad del sistema político dominante que se evidencia en estas elecciones se profundiza o no.
En principio, parte de la respuesta al desprestigio del sistema político podemos encontrarla en el declive vivido por la Argentina en materia económica y social durante los últimos cuarenta y cinco años. Declive asociado a la puesta en marcha de una profunda reforma estructural del capitalismo argentino que descargo sobre el conjunto de la sociedad una verdadera estrategia de la desigualdad. La experiencia histórica genera condiciones para que ya resulte limitada cualquier consideración sobre lo que ocurre que no cuestione la complicidad, el vínculo o la ineficacia del sistema político frente a la voracidad del poder económico.
Resulta prácticamente imposible de sostener el cuestionamiento exclusivo a los actores económicos dominantes. El sistema político, que además demuestra acumular privilegios mientras la población mayoritariamente pierde derechos, ha sembrado las condiciones para los discursos disparatados y cargados de bronca de los Milei o los Espert que colocan el problema, de manera excluyente, en la denominada casta política.
Esta preocupación se agiganta cuando se escuchan discursos que no parecen comprender que el comportamiento popular haya sido el que fue cuando, se afirma, terminaremos el año recuperando prácticamente los diez puntos de caída del PBI vividos en el 2020. Por un lado, se reconoce que la reactivación vivida no les ha llegado a todos, pero a la vez no se profundiza la causa de que tal cosa haya ocurrido. Parece mentira, pero se ha perdido la capacidad de pensar, no sólo en términos de puntos del PBI, sino también en términos del patrón de crecimiento y distribución que todo momento económico conlleva.
Extrañamente la experiencia histórica y popular más importante de la Argentina (el peronismo) parece haber olvidado la problemática de la distribución del ingreso. A efectos de arrojar luz sobre este 5 punto presentamos los resultados que surgen de la Cuenta de Generación y Distribución del Ingreso que publica el INDEC y que nos permite ver la evolución de la distribución desde el primer trimestre del 2020 hasta el segundo trimestre del 2021.
Durante los últimos 15 meses, los asalariados transfirieron a favor del excedente empresario en manos de los principales conglomerados, 3,9 billones de pesos que equivalen a 41 mil millones de dólares. Si consideramos al conjunto de la fuerza de trabajo, inclusive por fuera de la relación salarial, la transferencia de ingresos es aún mayor: 5,3 billones de pesos, 56 mil millones de dólares. En definitiva, del trabajo al capital fueron arrebatados nada menos que 11,3 p.p. del PBI. Es decir, los grupos locales que concentran la riqueza se apropiaron, a través del festival de los precios, nada menos que el monto total de deuda que contrajo Macri durante la gestión anterior.
Sin embargo, la apropiación de recursos por parte del excedente de explotación fue aún mayor porque también lograron concentrar los recursos transferidos por el Estado para contener la pandemia. En total, fueron 6,2 billones de pesos, 66 mil millones de dólares, el 13,4% del PBI el total arrebatado por unos pocos propietarios de grandes empresas.
Finalmente, queda claro que si los/as trabajadores/as, o los jubilados/as, o los planes sociales insumieron recursos del Estado, ello no tiene parangón con los recursos que las grandes firmas expropiaron a estos grupos del campo popular.