Dólar, inflación, FMI y las PASO
La política cambiaria no tiene margen para ser alterada en el corto plazo en tanto no hay un plafón político viable para instrumentar una devaluación discreta del peso.
Los días transcurren entre el optimismo por mantener el status quo actual al menos hasta las PASO y la posibilidad de enfrentar una fuerte inestabilidad a raíz de no lograr un acuerdo con el FMI. Ni al organismo ni al país le conviene la segunda opción, por lo que somos optimistas respecto a que esa negociación se resolverá en breve.
Posiblemente, se acuerde un formato de metas livianas para este año contemplando los efectos de la sequía, pero sin alterar los criterios por cuales se va a evaluar el programa. Es decir, regiría el mismo programa que existe actualmente. La política cambiaria no tiene margen para ser alterada en el corto plazo en tanto no hay un plafón político viable para instrumentar una devaluación discreta del peso.
Posiblemente el FMI esté más preocupado y quiere garantías que el tipo de cambio no se va a utilizar como herramienta anti inflacionaria y exigirá una tasa de depreciación igual o levemente superior a la inflación. Respecto a los fondos, esperamos que apenas alcancen para cubrir los desembolsos que implica el pago al FMI durante el tercer trimestre del año.
Ya en septiembre la evaluación del programa se hará bajo las nuevas metas con lo que no vemos comprometido su cumplimiento.
En el plano local, si eso se configura, uno puede ser optimista respecto a que no habrá una fuerte inestabilidad en el período pre PASO, o sea, el próximo mes. El dato de inflación se sumó como un elemento que trae algo de alivio en una dinámica inflacionaria que podría haberse espiralizado al doble dígito mensual.
Esa sensación si bien se va alejando, hay que tener en cuenta que el dólar libre rigió a los precios en abril y cualquier movimiento del tipo de cambio libre y oficial harán resucitar el problema de ir escalones más altos en la nominalidad de la economía.
Por el momento, la inflación mensual para los próximos meses, de no mediar complicaciones debería rondar el 6,5% (símil a la inflación núcleo de junio). Aun así, el panorama no es alentador.
El país se enfrenta en los próximos meses a un cocktail complejo. Por un lado, el frente político. Los resultados de las distintas elecciones pueden ser eventos que coordinen expectativas para un lugar no deseado. La candidatura de Sergio Massa quitó algo de incertidumbre, pero aún está la posibilidad de que La Libertad Avanza sea competitivo y también habrá que lidiar con la posibilidad de una unificación cambiaria en caso de que Patricia Bullrich sea elegida dentro de la interna de JxC. Ese frente político es el que debe convivir con una economía que estará muy corta en dólares y eso implicará una menor disponibilidad de bienes importados, la consecuencia es menor actividad y una fuente adicional de presión sobre los precios domésticos.
Al menos, no nos hace ser optimistas en que esta “desaceleración” de la inflación sea sostenible en los próximos meses. La caída del gasto privado en medio de ese escenario de incertidumbre no podrá ser sustituido por gasto público en el marco de un saneamiento de las cuentas públicas ya deterioradas. Posiblemente, antes del cambio de gobierno, entre puntas la economía entonces estará cayendo un 4%. Habrá que ver si la economía no le empieza a contaminar a la política en materia de competitividad electoral. En tal caso, en ese escenario, las opciones de centro son las que más tienen para perder.