Repensar la educación para que la escuela vuelva a tener un rol preponderante en la sociedad
La experta en Educación y Tecnología, Melina Masnatta, dialogó con Data Clave sobre la experiencia del “aula invertida” y cómo podría adaptarse a la realidad argentina. Advirtió que muchas plataformas digitales que se han utilizado para dar clases el año pasado no son gratuitas, porque trabajan con los datos de los usuarios.
La educación es uno de los grandes temas de debate en el marco de la pandemia del covid-19. La experiencia del año pasado, dejó al descubierto una infinidad de falencias relacionadas con las clases, entre ellos, qué se enseña, cómo se enseña y el uso de los recursos tecnológicos.
Melina Masnatta, emprendedora social en temas de Educación y Tecnología con perspectiva de género y Directora Ejecutiva de Chicas en Tecnología, habló en exclusiva con Data Clave sobre cómo construir sobre la base de lo transitado y profundizó en el concepto de “aula invertida”.
Data Clave: ¿Cómo resultó la experiencia de las clases virtuales en Argentina durante el 2020?
Melina Masnatta: Hubo buenas experiencias con docentes que hicieron un trabajo muy comprometido, pero le dedicaron muchas horas a esa formación y planificación por fuera de lo que se le paga y de su contrato profesional, y también hubo otras experiencias en las que no hubo mucho compromiso por parte de quien educa. La realidad es que esto dista un montón. Las experiencias son muy diversas y dispersas en nuestro país. No hay un relevamiento exhaustivo y no se comparten muchos datos. Sería valioso que ahora que tenemos plataformas digitales podamos empezar a medir qué pasa con los aprendizajes y compartir esa medición. Nuestro sistema educativo es federal, pero el rol del ministerio de Educación nacional es dar algunas prescripciones grandes y cada ministerio provincial las adapta a sus realidades. En ese proceso de toma de decisiones lo que empezó a pasar, si lo vemos de un lado positivo, es que las clases se pusieron en el debate público. En general las familias y los otros actores de la sociedad están bastante apartados de las decisiones y solo vemos en las noticias el debate en relación a las paritarias. Acá se empezó a ver la posibilidad, pensar con tiempo y empezar a ver de otra manera. Empezamos a darnos cuenta los desafíos que tenemos en el acceso, la infraestructura tecnológica y en la preparación de quienes educan.
DC: ¿La educación y la tecnología van de la mano?
MM: Sí, de hecho hay un campo de conocimiento que hace mucho que existe en el mundo y en Argentina, con pioneras como Edith Litwin que creó el sistema de UBA XXI donde en ese entonces no había la digitalización del conocimiento de la tecnología como ahora conocemos. Lo más interesante de este campo es la posibilidad de democratizar el acceso al conocimiento. La tecnología trabaja con la información, pero la educación trabaja con el procesamiento de esa información para que pase a ser conocimiento. En ese encuentro virtuoso se genera esta búsqueda y esta posibilidad. Hoy la realidad es que lo tenemos escindido. La tecnología está pensada y diseñada por el mercado con un objetivo clave que es crear más y mejores consumidores, mientras que la educación siempre se encargó de pensar en el futuro cercano y en qué iba a hacer la ciudadanía y qué perfil de trabajador iba a desarrollar. Van de la mano, pero se tienen que revisitar y rever históricamente los puntos de encuentro y los encuentros virtuosos que tuvo la tecnología educativa. También hay que pensar cómo podemos abonar a un escenario adonde hoy es un juego de poderes y decisiones.
DC: Cuando los chicos vuelvan a las aulas, algo en ellos se habrá modificado seguramente. ¿Cómo se incorpora la experiencia del año pasado a la enseñanza en el salón?
MM: Depende mucho del contexto, de quién está educando y cómo es esa escuela. Se puede capitalizar mucho. Hace unos años, en varios países se instaló la modalidad de la escuela invertida (“flipped classroom”), donde en el momento de las tareas se utiliza la tecnología, se dan conceptos, y en el momento de la clase se hacen las tareas en sí mismas para desafiar o pensar diferente la búsqueda del conocimiento. Es decir, el rol de la escuela es vamos a pensar cómo resolver esto, el conocimiento disciplinarlo a la tecnología y en eso las personas que estudian lo absorben durante la hora de la tarea tradicional. Vos podés buscar información, leer diferentes espacios y después en la escuela te sacás esas dudas. Es una movida súper interesante para pensar cómo dividimos la atención que la tecnología genera en las aulas históricas, para pensar en los encuentros con quienes educan y los compañeros en las clases. La experiencia vivencial significa poder construir conocimientos compartidos y colaborativos y aspectos más socioemocionales y socioculturales que pueden ir directo a la escuela. Se puede canalizar ese espacio y no dárselo a las redes sociales, que sabemos también que tienen ese algoritmo del éxito.
DC: ¿Por dónde se empieza?
MM: Lo primero que hay que hacer es una profunda exploración en conversación con las personas que estudian. Preguntarles, por ejemplo, ¿cómo se sintieron?, ¿qué vivieron?, ¿cómo aprendieron más?, para poder hacer lo que se llama en educación una meta cognición y poder pensar el rol de la escuela como más importante. Quien educa tiene cumplir también un rol de tamizador de estas preguntas importantes: qué estás usando, para qué, qué plataformas, y cómo eso se va generando en esa sintonización del conocimiento. Fue una experiencia que atravesó a todas las personas estudiantes y a todas las personas educadoras, es cierto que también se vivió desde un individualismo muy profundo con diferentes capacidades de acceso, de trabajo con las familias y vinculadas también a la experiencia previa de cómo nos acercamos o utilizamos la tecnología. Hay que hacer ese punto de revisión y dejar eso que es positivo y pensar conjuntamente qué queremos para que la escuela vuelva a ocupar un espacio preponderante en las sociedades.
DC: ¿Cuáles son las claves para incorporar las herramientas digitales en el proceso de aprendizaje?
MM: Primero preguntarse sobre la infraestructura y el acceso. Algo que pasó en el tiempo de covid-19 es que muchas herramientas y plataformas digitales se volvieron gratuitas, pero muchas no son gratuitas, porque trabajan con nuestros datos. Ese es un componente de acceso para evaluar sobre la infraestructura y en ese tamiz pensar qué es gratis, qué no, qué estamos trabajando, como para formar a estos nuevos ciudadanos digitales en el acceso de sus datos y el cuidado de su perfil y su identidad digital. Es importante para pensar qué se está transaccionando en el uso de lo digital. El siguiente punto es la ética, que tiene que ver con lo cognitivo y con las propuestas de cómo podemos hacer una experiencia de aprendizaje que responda más a las necesidades de las personas. El aprendizaje es un proceso de construcción y experimentación en el que cada persona tiene diferentes puntos y fortalezas. ¿Por qué no podemos pensar en esas fortalezas y en esos puntos expresivos a través de estas herramientas digitales?
DC: ¿Podés compartir alguna experiencia?
MM: Trabajé con estudiantes de escuelas públicas de nivel secundario de Misiones. Los docentes para trabajar la Segunda Guerra Mundial (un tema tan lejano para su realidad) les propusieron primero que investiguen y después que generen videos sobre lo que habían investigado. Esas producciones audiovisuales con celulares, notebook o netbook terminaban teniendo las apropiaciones de los estudiantes. Empezaban a verse como protagonistas y a contar. La información que habían recabado la incorporaron a sus realidades. Por ejemplo, estos estudiantes usaron música de los videojuegos que juegan, como es el Counter-strike, que es controversial, pero al ponerla de fondo habían entendido que esos videojuegos están muchas veces situados en esos tiempos históricos y que a partir de esta propuesta educativa empezaban a entender que esos consumos culturales digitales tenían un sentido profundo en sus vidas. Empezar a poner al usuario en el centro de la experiencia es vital. Así como antes se diagnosticaba y se decía que alguien era bueno para matemáticas o ciencias sociales, ahora es importante que pueda pensarse que esta persona adquiere este conocimiento mejor de esta manera. Y que ese sea un proceso coconstruido con la persona.
DC: En muchas provincias hablan del retorno a las escuelas con modalidad mixta (presencial y virtual). ¿Esto es viable? ¿Puede ser una estrategia de largo plazo que trascienda la pandemia?
MM: Tiene que ver con las “flipped classrooms”. Se viene haciendo en muchos lugares del mundo antes de la pandemia. Por eso es importante lo que pasó. Algo que se venía pensando, desarrollando, yendo más rápido, hoy se aceleró. Este debate ya existe en otros lugares del mundo. Sí es una estrategia a largo plazo y espero que trascienda la pandemia, porque van a ser más significativos los encuentros presenciales. Hoy el trabajo, cualquiera sea, está atravesado por la tecnología. Pensarlo así es pensar que por primera vez se cierra un puente que se le discutía mucho al sistema educativo que es entre lo que se hace en el sistema educativo y lo que se hace en el mundo del trabajo o la universidad. Hoy la tecnología puede ser el puente de esos dos caminos. De hecho el año pasado todos usamos zoom, desde los que estaban en el jardín hasta los que estábamos trabajando. Ahí hay un ejemplo de cómo se homogenizó eso.
DC: Si este año se volviera a replicar lo que sucedió en el 2020, ¿qué se debería hacer diferente?
MM: El relevamiento es clave. Poder entender que le vamos a ofrecer a aquellas personas que no tienen acceso a la información, que no tienen acceso a las tecnologías básicas o a internet. Creo que medir es importantísimo. Hoy las provincias tienen un relevamiento y también preguntarles a las escuelas. Entre Ríos tiene todo un registro digitalizado de quienes estudian. Es importante poder trackear eso, poder generar tres propuestas compensatorias. Sé que se hicieron cuadernillos impresos. Es importante que la escuela también sea un mundo de la convivencia y de la preparación a una sociedad. Identificar buenas prácticas que sucedieron en el país y poder contarlas a través de protagonistas como son los educadores.
DC: Las clases online, ¿exponen a los chicos a algún riesgo?
MM: Sí, cuando las clases no son significativas y si la cantidad de horas solo se piensan para que estén frente a una pantalla y no que trabajen en un proceso cognitivo profundo. La atención es lo primordial para poder generar luego aprendizaje. Si estoy con múltiples pantallas y hago que veo, pero no lo estoy haciendo, caemos en esa trampa. Einstein nos mostró como la ciencia puede ser utilizada para bien o para mal. No es la ciencia, no es la tecnología, no son las plataformas, es para qué lo estamos haciendo y cómo lo estamos usando.
DC: El año pasado, las aulas virtuales se crearon con las plataformas que estaban disponibles. ¿Esto debe cambiar?
MM: Las plataformas digitales están lideradas por el mercado que busca consumidores, cuánto tiempo está esa persona conectada, qué hace, de qué manera y esto tiene un desafío grande que es adónde van esos datos. Muchas de estas plataformas educativas no están diseñadas desde la experiencia real de alguien que educa. Entonces también tienen un límite fuerte. La reflexión más grande es que las tecnología nos puede pre formatear o generar ciertos hábitos, pero el punto es que somos las personas las que deberíamos tener esa capacidad analítica de decir qué estoy haciendo, para qué y cómo. No necesitamos que las personas que educan sean programadores o tengan grandes habilidades tecnológicas, sino que puedan hacer estas grandes y profundas preguntas filosóficas.