Atentado a la AMIA: detrás de cada víctima hay una historia que sigue doliendo
En conmemoración de un nuevo aniversario del ataque terrorista, los familiares recuerdan a sus seres queridos asesinados. Una explosión que cambió la historia del país. La gran deuda de la Justicia argentina.
Hace 27 años Argentina cambió para siempre. Un coche bomba explotó en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). El 18 de julio de 1994, a las 9.53 de la mañana se perpetró el atentado terrorista en la sede ubicada en Pasteur 633. El ruido de la explosión ensordeció al barrio porteño de Once. Durante los días siguientes se hizo silencio para buscar a los sobrevivientes debajo de los escombros.
Murieron 85 personas y hubo más de 300 heridos. Detrás de estas cifras estremecedoras hay historias, futuros truncos y familias destruidas que siguen velando por la memoria y exigiendo justicia incansablemente.
El último sobreviviente encontrado fue Jacobo “Cacho” Chemauel de 56 años. Trabajaba en el sector de maestranza de la AMIA. Sobrevivió más de 30 horas entre los escombros, tras el atentado. Mientras los rescatistas trabajaban para sacarlo, él les infundía coraje: “Vamos a salir muchachos”. Murió tres días después de haber sido rescatado en una sala del Hospital de Clinicas. En una entrevista exclusiva con Data Clave, el ex director de la institución de salud, Florentino Sanguinetti, lo recordó.
“Llegó vivo al día siguiente, pero lamentablemente tuvo una complicación renal grave por el aplastamiento y murió. Estaba lúcido y pudo, con gran esfuerzo de los rescatistas, ser extraído debajo de los escombros”, rememoró Sanguinetti.
Horacio Velázquez era vecino de la zona. Vivía justo enfrente de la AMIA, en Pasteur 632, en el tercer piso. Su mujer, Isabel Núñez de Velázquez (51), y su hijo menor, Gustavo (16), fueron asesinados en el atentado. Él define a su mujer como “muy cariñosa”. Era la encargada de la familia y siempre estaba corriendo de un lado para el otro. Gustavo, en cambio, “era medio vago, no le gustaba mucho estudiar”. Disfrutaba de reunirse con amigos para ir a los videos y era muy compañero.
“Nos falta el castigo a los culpables y que se termine la impunidad”, reclama Horacio, en uno de los videos compartidos por AMIA en sus redes sociales.
A Ana María Blugerman de Czyzewski, le arrebataron a su hija Paola (21), una persona de “carácter muy fuerte” a la que sus íntimos llamaban “El Llanero Solitario” porque “siempre era la que defendía a los pobres”. La joven estaba cursando tercer año de abogacía. “Iba a ser la defensora de pobres, menores y ausentes”, recuerda la mamá.
“Después del atentado a la Embajada de Israel ella me vivía pidiendo que no vuelva más a AMIA. Tenía mucho miedo de lo que me podía pasar a mí. Y al final la que quedó en AMIA fue ella”, lamenta Ana María. Ese día había sido la primera vez que Paola iba a la mutual judía.
Abigail, Maia y Denisse Hilú perdieron a su padre, Carlos (36), cuando eran muy chicas. Tenían dos, cuatro y ocho años respectivamente. Él era el jefe de seguridad en AMIA, donde trabajaba hacía un tiempo. “Era un hombre alto, grandote, corpulento. Tenía sentido del humor, hacía chistes. Era muy amiguero, muy sociable”, dice Abigail.
Su hermana Maia cuenta que después de la muerte de Carlos “siempre nos costó hablar de él y más que nada la palabra ‘papá’ fue muy difícil pronunciarla”. Abigail agrega que recién “con la llegada de mis hijos volví a decir ‘papá’”. “En mi infancia trataba de evitar, de esquivar ese nombre, de decirlo de otra forma. Fue una palabra muy fuerte siempre”, confiesa.
Denisse indica que estos 27 años sin su papá han sido “muy duros”. “Obviamente uno lo asumió, siguió su vida, formó una familia, pero el dolor que uno tiene en el alma, en el corazón, del modo en el que lo arrancaron de nuestra vida, eso no se borra”, afirma la mayor de las hermanas Hilú.
Otra de las víctimas fue Gabriel Buttini (36) quien estaba en la AMIA para realizar un trabajo eventual. Era transportista escolar de un colegio muy reconocido de San Isidro donde trabajó por más de 30 años. “En aquella época el dinero no alcanzaba y un amigo le propuso hacer un trabajo de electricidad en la AMIA. Fueron a ver lo que había que hacer unos días antes y el primer día de trabajo se encontraron con el atentado”, relatan sus hijas Julieta y Denisse, quienes tenían 10 y siete años cuando fue el atentado.
Las ausencias dejan vacíos irremplazables. Julieta comenta que lo que más se extraña de su padre es “poder compartir ir a natación, salir a pasear un fin de semana y comer maní y pochoclos”. “Me encantaría que hubiese conocido a mis hijas”, añade, mientras que su hermana, Denisse, señala que lo que más extraña es “tener un papá”.
Hernán Goldenberg fue otro de los familiares que compartió su testimonio. Su hermana Cynthia (20) era “un ángel en la tierra”. “Era un ser humano súper único, especial, naturalmente buena, conectada con los valores más profundos de la vida: un ser súper espiritual”, comenta entre lágrimas.
Les quedó tanto por hablar y compartir… “El año antes del atentado yo empezaba a tener con ella otro tipo de relación. Mucho más de compinches, más íntima, más adulta”, rememora y lamenta que hoy a sus dos hijas “les falte su tía”.
Como estas, hay miles de historias más: de las otras víctimas fatales, los sobrevivientes, sus familiares y amigos. Algunas de ellas fueron compartidas en el acto central que se realizó el viernes pasado y fue transmitido online.
El atentado a la AMIA fue un ataque terrorista contra la república Argentina. La impunidad se adueñó de esta masacre y a poco menos de tres décadas no hay un solo culpable detenido. La deuda con los familiares de las víctimas y con la sociedad toda persiste. “Porque tenemos memoria, exigimos justicia”.