Cualquier análisis sobre variables económicas en estos meses, está atravesado por el contexto de pandemia. También la inflación. Hecho el disclaimer, los resultados que se vienen registrando son muy buenos, y permiten ilusionarse a futuro. Argentina tiene un problema crónico e histórico. Debatir las causas del problema exceden a este artículo, pero es un hecho que en los últimos años se siguió agudizando

A partir de la eventual desaceleración de este año, nuestro país tiene una oportunidad única para construir una curva decreciente en materia de precios, que contribuya a la normalización de la economía. La anomalía inflacionaria de nuestro país es perniciosa en el contexto de una economía funcionando. Y mucho más lo es en una situación tan crítica, donde los ingresos de buena parte de la población se vieron afectados. En este marco, la desaceleración de precios se vuelve esencial para minimizar la pérdida de poder adquisitivo.

Los números al primer semestre del año marcan una inflación del 13,6%. Se trata de un nivel casi 9 puntos porcentuales por debajo de igual periodo 2019. Cuando se estudia la dinámica de los últimos meses, es ostensible la desaceleración. En diciembre, la actual administración recibió un IPC nacional acumulado anual del 53,8%, que fue récord en los últimos 28 años. Actualmente, el consolidado doce meses se posiciona en 42,8%, esto es, 11 puntos porcentuales menos. Otro número promisorio es el del rubro de “Alimentos y Bebidas”, uno de los que más impacta en la canasta de consumo de toda la población, con principal foco en los sectores de menores ingresos. Los alimentos básicos también emprendieron una trayectoria bajista, después del salto de inicios de cuarentena por la menor oferta en algunos productos específicos. Así, este capítulo cerró en 0,7% para mayo y 1% para junio, con una contracción de 9,2 puntos desde el pico de diciembre, cuando había acumulado un avance anual del 56,8%.

El camino que se empezó a transitar es importante, pero recién comienza. Para profundizarlo, se requerirá una conjunción de herramientas, donde predomine el pragmatismo y queden en el olvido los programas de fuerte componente dogmático, que se aplicaron los últimos años. Venimos de un modelo que proponía recetas mágicas, esa letanía monetarista que asocia la impresión de billetes como causal unívoca del problema. El modelo “de manual”, adoptado por el Banco Central desde 2018 solo agudizó los problemas; la apuesta por el control estricto de agregados como única variable relevante para el combate inflacionario, derivó en un desequilibrio de proporciones que derivó en una crisis macroeconómica severa.

Un enfoque más comprensivo implica considerar efectos múltiples. La alta incidencia de los productos importados en la formación de precios de nuestra economía, implica seguir de cerca la dinámica cambiaria. Una trayectoria suave en el valor del dólar, ayuda a quitar presión sobre los costos de la producción. Por su parte, saltos significativos en los precios de insumos difundidos, servicios públicos y otros regulados, también han sido un combustible inflacionario en años anteriores. Dar una trayectoria estable a las tarifas, manteniendo la desdolarización de los servicios, también contribuirá a aplacar presiones inflacionarias. Por último considero también importante trabajar las fuentes tradicionales de presión sobre los precios internos, vinculadas a los desequilibrios entre oferta y demanda de dinero.

El debate sobre el exceso de pesos para financiar gasto público debe darse sin hipocresía. Nadie quiere déficit, nadie quiere unas cuentas públicas que necesiten de financiamiento crónico para funcionar, pero nuestra economía no soporta más ajustes. El alivio en la carga de deuda, y una mayor tranquilidad en el plano macro-financiero, pueden ser un plafón importante para equilibrar paulatinamente las agobiadas arcas del Tesoro. También será importante superar la recesión lo más rápido posible, para licuar la monetización del déficit vía crecimiento económico.

Los beneficios asociados a una baja consistente en la variación de precios, son innumerables. Desde recuperar gradualmente la confianza en la moneda hasta mejorar las condiciones para la inversión de largo plazo, pasando por las indudables consecuencias positivas en materia de ingresos, en particular sobre los deciles más bajos que tienen menor posibilidad de cobertura ante la inflación.

Las hipótesis agoreras que se escuchan esporádicamente, por parte de algunos analistas, sobre un proceso hiperinflacionario inminente, no son más que alharacas para mover el avispero. Hoy no hay aspectos racionales que justifiquen tales desequilibrios, ni la estructura institucional y de contratos anticipa una aceleración de precios inminente. El camino no será un lecho de rosas y los desafíos son múltiples. pero las condiciones están dadas para que nuestro país de un paso rotundo en el combate inflacionario. Lo que se juega no es una anécdota, el Gobierno que logre una solución definitiva, sin dudas va a quedar en la historia.