La reestructuración de la deuda: es una buena noticia; pero ¿también fue un éxito?
No cabe dudas que el acuerdo de reestructuración de deuda es una buena noticia para los argentinos; porque saca del horizonte la posibilidad de una cesación de pagos que hubiera profundizado la crisis. Sin embargo, evitar lo peor no implica siempre que ese sea el mejor resultado posible.
Hay una gran diferencia. En principio podemos dejar sin consideración el tiempo que nos llevó lograr el acuerdo, lo que implicó alta incertidumbre y propició una mayor fuga de capitales desfinanciando la economía, incentivando menor consumo e inversión y consecuentemente reduciendo la demanda interna. Encima, no es posible decir que la “paciencia” del gobierno se vio compensada por la aceptación de los acreedores de una fuerte quita.
Al contrario, fue el Gobierno Nacional el que se vio obligado a recorrer la mayor distancia para lograr un acuerdo. Ni se puede festejar que se haya bajado el monto futuro de pagos; ya que no habrá “ahorro” para gastar. Nunca generamos un exceso de ingresos sobre gasto que nos permitiera cancelar deuda en términos netos. De hecho, lo usual fue que el Estado acumulara más pasivos.
Sin embargo, es lógico que este fuese el resultado. Cabe imaginarse un empresario que le pide a sus acreedores, por novena vez, la refinanciación de su deuda. Será obvio para ellos que no está manejando bien su empresa y le preguntarán "¿qué piensa hacer para cambiar dicha mala gestión?". Es el caso de la Argentina y la respuesta del gobierno fue que ese "no era asunto de los acreedores" y que su única preocupación debía ser aceptar la reestructuración propuesta.
Por supuesto, a los acreedores lo que les quedará claro es que no habrá modificaciones de rumbo y que las probabilidades de cobro futuro serán muy dudosas. ¿Por qué van a conceder una gran quita si descontarán que habrá otra futura renegociación en la que volverán a tener un nuevo recorte de sus acreencias? ¿Por qué van a aceptar condiciones de reestructuración de la deuda que les restrinjan en el futuro su capacidad de presión para exigir el pago, si volvemos a incumplir con su pago? Sería un suicidio.
Por suerte, hubo predisposición a llegar a un acuerdo. La de quienes negociaban por el Gobierno quedó demostrada a lo largo del recorrido realizado entre la propuesta original para acercarse a los acreedores. Lo cual es lógico dado el alto costo económico que hubiera tenido una cesación de pagos.
Por el lado de los inversores que tienen bonos argentinos, hay que tener en cuenta que administran enormes carteras de ahorros de terceros que están colocadas en activos financieros en un mundo con alta incertidumbre por la pandemia. Sólo una pequeña porción de ella está en papeles de la Argentina, generándoles un enorme dolor de cabeza, en un mal momento. Se necesitan dos para bailar un tango, y por suerte estaban; a pesar de que la música que eligieron los negociadores locales fue mala.
Es obvio que, si al inicio de la negociación el gobierno hubiera anunciado que resolvería los problemas de fondo que tiene el país, avanzando en las reformas estructurales pendientes, las expectativas de que la Argentina pudiera crecer sostenidamente serían mucho mayores. Y, en consecuencia, también lo serían las chances de los acreedores de cobrar los títulos que se les entregará a cambio de la deuda reestructurada. De esta manera, la generosidad de los acreedores y sus ansias de llegar a un acuerdo hubieran aumentado, permitiendo que aceptaran una quita mayor y acortando el tiempo de negociación.
Sin embargo, no hubo anuncio de programa de reformas estructurales y, lamentablemente, queda claro que es porque no lo habrá. La prueba de lo que indico es el hecho de que no se haya arreglado con el FMI antes que con los bonistas. De haber habido voluntad en resolver los problemas de fondo del país, hubiera sido mejor encarar las reformas en el marco de una auditoria de este organismo internacional. De esta manera se hubiera maximizado la credibilidad de que cumpliríamos dicho compromiso, que ya hemos roto en otras oportunidades.
Además, bajo la condición de hacer dichas reformas, el gobierno hubiera recibido más fondos, sumamente necesarios para la recuperación del nivel de actividad. Jugarse todo por incrementar confianza hubiera facilitado lograr un mejor trato con los acreedores y lograr una mayor recuperación de la economía.
De todas formas, habiendo reestructurado la deuda con los privados, refinanciar los plazos de la que corresponde al Fondo no va a ser un gran problema. No se aceptarán condicionamientos relevantes; los plazos se estirarán; aunque sin aportes de recursos, más allá de los que se les otorgarán a todos los países azotados por la pandemia. Este tema no debiera ser un gran generador de incertidumbre hacia adelante.
El mayor riesgo a futuro es que el gobierno piensa que el principal escollo de la Argentina era la reestructuración de la deuda, cuando sólo es la consecuencia de los verdaderos problemas. Por ejemplo, que los funcionarios que acceden al Estado se empeñan en gastar mucho más de lo que los argentinos podemos pagar, a pesar de una tremenda presión tributaria.
Cabe recordar que esta semana es en la que la mayoría de los argentinos habremos dejado de trabajar para el Estado y empezaremos a hacerlo para nosotros y nuestras familias. Además, según un informe del Banco Mundial, si todas las PyMes cumplieran con sus impuestos, la gran mayoría quebraría. En ese mismo informe, nos ubican en el puesto número 21 de 190 países, entre los que más exprimen a sus empresas con impuestos.
Sin embargo, ni así les alcanza y por lo tanto se endeudan. Si seguimos por este rumbo, sólo es cuestión de esperar para que se acumule un volumen de deuda que los argentinos no podremos pagar y estemos ante una décima reestructuración de deuda.
El acuerdo con los acreedores traerá menor incertidumbre; algún incremento de la demanda interna y por ende del nivel de actividad; menor caída de la demanda de pesos que disminuirá su depreciación moderando las presiones cambiarias e inflacionarias y finalmente algo más de financiamiento para el sector público y privado.
Sin embargo, si no se resuelven los problemas de fondo, todas estas mejoras serán coyunturales, es decir que durarán más o menos según el caso, para derivar en una nueva crisis. El gobierno de Cambiemos demostró que ninguna mejora de la economía puede ser sustentable si no se avanza rápidamente en las reformas estructurales pendientes.