La “guerra en partes” y el orden internacional
El orden internacional es la manera en que las grandes potencias se reparten el mundo después ganar una guerra. La presente etapa histórica se caracteriza por transitar una guerra global que reúne conflictos en casi todos los continentes. Por la cantidad y los atributos de las potencias involucradas, este podría ser un largo periodo caracterizado por la inestabilidad del sistema internacional.
El orden internacional es la manera en que las grandes potencias se reparten el mundo después ganar una guerra y ese nuevo sistema se prolongará hasta el surgimiento de un próximo conflicto. La presente etapa histórica se caracteriza por transitar una nueva gran guerra que reúne múltiples conflictos, y cuya resolución habrá de definir la nueva distribución del poder mundial. El viejo orden, surgido del fin de la Segunda Guerra Mundial, ya había sido transformado con el fin de la Guerra Fría, que abrió paso a la globalización durante la segunda parte del Siglo XX. El presente contexto internacional es la manifestación palpable de una disputa entre las grandes potencias por una nueva distribución de la riqueza y el poder en el mundo. Efectivamente, la historia está en el trabajo de parto que dará a luz un nuevo ordenamiento del sistema internacional. Como parte de los territorios y recursos en disputa, la periferia contempla la escena como una presa inmóvil, a la espera de una resolución que la tiene en el banquete.
Estados Unidos, la todavía superpotencia mundial, exhibe claros síntomas de debilidad como para sostener su hegemonía en el largo plazo. En primer lugar, la fragilidad del dólar como moneda de intercambio y de reserva global, la pérdida relativa de participación en el producto mundial y el riesgo de quedar atrás en la carrera tecnológica. En segundo lugar, el alejamiento del “sueño americano”, un frente donde la batalla cultural parece difícil de sostener con algún éxito; es imposible mantener la hegemonía si se pierde el faro que ilumina la esperanza de un pueblo. Finalmente, la crisis de las instituciones políticas, basadas en su tradicional “democracia bipartidista”, se manifiesta más que nunca en una guerra de corporaciones; las élites estadounidenses muestran intereses divergentes a la hora de definir los objetivos de los EEUU en el actual contexto internacional.
En el seno de la política estadounidense es posible identificar dos bandos. Por un lado, las corporaciones que defienden sus principales intereses en el propio territorio, y por el otro, aquellas que protegen sus intereses en el mundo; es decir, un modelo nacionalista versus modelo globalista. La despiadada confrontación entre las principales cadenas de medios de comunicación estadounidenses pone en evidencia la naturaleza y profundidad de esta disputa.
Sin embargo, conscientes de su rol en el mundo, ambas facciones corporativas tienen una política exterior definida por sus intereses prioritarios; nacionalistas y globalistas impulsan acciones para preservar su “espacio de influencia” en el mundo. Las prioridades son bien conocidas; garantizar y controlar los suministros de recursos naturales críticos, en especial la energía, sostener la hegemonía del dólar como patrón de intercambio, mantener el acceso a mercados clave, en especial los de capitales y, sobre todo, liderar la competencia tecnológica con China.
Para quienes desde la periferia del mundo suponen que una administración estadounidense pueda ser mejor que la otra, la historia nos enseña que los buenos o malos emperadores son calificados así por su éxito en la protección de sus intereses y no por llevar bienestar a los pueblos que someten.
Sin embargo, la mayoría de las acciones de política exterior de los EEUU son ahora defensivas; es decir, operaciones en las que tratan de no perder su dominio. Ucrania, Oriente Medio y Taiwán son los principales frentes de batalla de cuya resolución habrá de configurarse un nuevo orden mundial.
En este tablero de ajedrez, la OTAN está a punto de perder un alfil a manos de la Federación Rusa. Ya hay negociaciones entre Putin y algunos líderes europeos para dar una salida al conflicto en Ucrania. Además, el descrédito del Volodimir Zelensky crece tanto dentro como fuera de Ucrania. El fracasado intento de recibir una asistencia adicional de los EEUU dejó en evidencia la forma en que las potencias sueltan la mano de los empleados extranjeros cuando ya no son útiles.
En Oriente Medio, Israel es la pieza clave en la cruel avanzada sobre Gaza para fortalecer el control de la región. Esta “guerra” de exterminio pretende “completar” el mapa de Israel anexando la franja de Gaza y garantizando el acceso a recursos naturales estratégicos. Aunque ahora la zona se calienta aún más con la amenaza de una intervención directa de Irán. La poderosa nación persa ya aparece detrás de grupos terroristas como Hamás en Gaza y de los ejércitos irregulares de Hezbollah en Líbano. Además, aumenta ahora la tensión en la región tras los incidentes con atentados Hutíes de Yemen contra barcos comerciales en el estratégico canal de Suez.
En Oriente Medio el saldo parece moverse hasta ahora a favor de los EEUU, sin cuya vital asistencia Israel no podría sostener sus operaciones por mucho tiempo. Aunque el costo político para el gobierno de Israel es muy alto; la popularidad de Netanyahu está en caída libre en el frente doméstico y se multiplican las acusaciones como criminal de guerra en el frente externo, lo que le deja poco margen para extender su gobierno. Igual que Zelensky, el primer ministro israelí se mantiene en el poder habiendo suspendido las elecciones con el argumento que durante una guerra “no sería el momento oportuno” ya que debilitaría.
Si se acepta, como sostiene el paradigma del pensamiento occidental, que la democracia es la que garantiza la paz entre los pueblos, la solución enfrenta un serio dilema, los pueblos quieren la paz mientras que sus líderes son en realidad delegados de potencias extranjeras. Marco Tulio Cicerón, el célebre filósofo y político romano, ya advertía que cuanto más cerca está la caída de un imperio, más locas son sus decisiones.
En el Indo Pacífico, la situación sobre el estatus de Taiwán constituye una amenaza real a la estabilidad en Oriente. La elección del año que comienza será protagonista de importantes cambios para Taiwán. China acaba de declarar su decisión de anexar la Isla, mientras EEUU envió una flota para “resguardar” sus intereses en la región. El “modelo” económico de Taiwán viene de la mano de su estratégica importancia como proveedor de microchips de última generación para toda la industria de los países desarrollados.
Algunos analistas definen este tipo de conflictos como “guerra proxy” o “guerra por delegación”; es decir, guerras en donde las grandes potencias se disputan territorios y recursos, pero con ejércitos de terceros, muchas veces con la falsa figura de “guerra civil”. EEUU, el Reino Unido y algunos países de la Unión Europea se han especializado en “tercerizar” sus guerras; el “mundo libre” prefiere operaciones “higiénicas”, en las que no tengan que ver a sus propios soldados regresando en bolsas herméticas.
Sin embargo, la presente escalada muestra que en Ucrania, Oriente Medio y Taiwán las potencias aparecen directamente involucradas.
Otros conflictos, aunque parecen aislados, forman parte de esta gran transformación del sistema internacional en su camino hacia un nuevo ordenamiento. Los movimientos políticos en África son el emergente de otros territorios en disputa por las grandes potencias. El desplazamiento del tradicional señoreaje colonial francés es sustituido por el incremento de la presencia de China y Rusia, hecho que está reconfigurando buena parte del centro y el noroeste africano. Los golpes de estado y los cambios de régimen en África han tomado un efecto dominó: la rebelión en el Sahel francés, Mali y Níger expulsando a las tropas francesas y controlando el precio del uranio, Burkina Faso expulsando a Le Monde y eliminando el francés como idioma oficial, aparecen entre los principales eventos de este sisma político.
Finalmente, el fantasma de esta guerra llega también a Sudamérica. Venezuela es la piedra en el zapato para el gobierno de los EEUU, que pretende aislar la región de la influencia de sus principales competidores extra-continentales, China y Rusia. Su principal socio de la OTAN, el Reino Unido, ya habría ordenado el envío de un buque de guerra a la zona para disuadir al presidente venezolano, Nicolás Maduro, de “invadir” el territorio. Como se sabe, sin el apoyo de Rusia, el gobierno de Maduro no habría perdurado frente a las reiteradas arremetidas de la superpotencia hemisférica. El Esequivo es un territorio de enorme valor en recursos naturales (gas y petróleo), disputado por Venezuela con su vecina Guyana, una (ex?) colonia británica ubicada en la costa norte de Sudamérica. Fuentes del departamento de estado de los EEUU expresaron con toda claridad que no perderían “una sola baldosa” de su patio trasero.
En su discurso de Navidad, el Papa Francisco describió el momento que transita la humanidad como una “tercera guerra por partes”. En medio de sus apelaciones dirigidas a preservar la vida y evitar el sufrimiento de tantas almas inocentes, el Papa sabe que el resultado de estas guerras dejará ganadores y perdedores. Finalmente, los ganadores se repartirán el mundo y habrán de determinar los principios del nuevo orden mundial. Mientras tanto, si se considera la cantidad y los atributos de las potencias involucradas, esta podría ser una guerra prolongada, con muchas pérdidas humanas y enormes sufrimientos, caracterizada por múltiples amenazas y en diversos escenarios, con la inestabilidad del sistema internacional como principal protagonista.