Joseph Biden, ¿el buen vecino de la región?
Lo mejor que los países de Latinoamérica pueden hacer es apostar a la articulación de intereses y la acción limitada y coherente. Hacer geopolítica desde la debilidad puede ser pretencioso y contraproducente. Las soluciones a los problemas estructurales de la región no llegarán desde afuera, sino únicamente a través del consenso y el desarrollo interno.
La asunción de Joseph Biden inaugura una era en la política exterior norteamericana que tendrá ciertas continuidades con aquella elaborada por Trump al mismo tiempo que retomará algunos los lineamientos de la administración Obama. Mientras que los cambios radicales los realizo el republicano saliente, Biden se ve a sí mismo como un restaurador, en un mundo donde la preeminencia norteamericana ya no se puede restaurar. Aun así, la apuesta de Biden es bien conocida: reglas más claras, exaltar y retomar las virtudes del orden global liberal y fomentar las alianzas y el multilateralismo, fundamentalmente frente a cuestiones comerciales y climáticas. El problema es que la visión de largo plazo ya no es compartida por nadie, en un mundo que de base es mas cínico, con colaboraciones limitadas y más nacionalista.
¿Que representa esto para la región? ¿Podrá el nuevo presidente demócrata jugar la carta del buen vecino?
Las opiniones están divididas. Por un lado, algunos ven una oportunidad en este cambio, apostando a reencontrar una agenda centrada en el desarrollo y una serie de intereses compartidos que habían sido relegados por la retórica de confrontación y centrada en la migración, la seguridad, las presiones a Venezuela y el peligro de la injerencia china de la administración de Donald Trump.
Por otro lado, se encuentran quienes no ven cambios profundos más allá de una retórica más amena. Las cuestiones migratorias seguirán siendo fuente de tensiones, al mismo tiempo que la cuestión venezolana seguirá siendo un campo minado para la administración entrante. La falta de desarrollo, la desigualdad y la pobreza de Venezuela y de la región en general demandan ayudas que el gigante norteamericano difícilmente pueda brindar, fundamentalmente porque estarán determinadas por un congreso que se mantendrá principalmente orientado a la política doméstica. Algunos pocos incluso ven esto como la posibilidad de independizar finalmente a la región de Washington y hasta la posibilidad de alianzas estratégicas de largo plazo con Beijing.
En tanto seguramente la resultante se ubicará en algún gris entre ambas posiciones, la clave para los propios actores de la región estará en la prudencia y evitar las actuaciones desacopladas del contexto, apelando al siempre poderoso “realismo mágico”. Aunque el lema del nuevo mandatario no sea tan explícito como aquel que hiciera famoso a Trump, no habrá que olvidar que la política exterior del nuevo presidente norteamericano (y de todos los que vengan tras él) seguirá estructurándose en primer lugar por sus propios intereses nacionales y de gobierno. Creer que las cosas cambiarán sólo porque los países de la región necesitan que cambien es un peligroso ejercicio de wishful thinking. Reconocer el autointerés de las grandes potencias será fundamental para mantener políticas prudentes y evitar errores de cálculo y decepciones, casi siempre costosas en el plano internacional.
En primer lugar, la duda fundamental que deberemos ir respondiendo es cuanto capital politico los asesores de Biden le recomendaran arriesgar en una región refractaria a EE. UU. y cargada de problemas antes que de soluciones, pero importante frente a la creciente acertividad china. Acostumbrados a lidiar con las muchas veces difíciles condiciones norteamericanas (fundamentalmente aquellas que suelen imponer los gobiernos demócratas), en lo que refiere al cambio climático, el desarrollo y el comercio, algunos de los principales puntos de la agenda regional de Biden, es probable que varios líderes de la América Latina opten por relacionarse con un actor más aceptable para sus proyectos autocráticos.
Mientras que las sociedades comerciales entre autocracias pueden funcionar sin mayores rispideces, aquellas entre democracias y autocracias sólo lo hacen cuando las primeras deciden hacer la vista gorda. En breve, la relación triangular no estará libre de tensiones.
Por otro lado, es importante destacar que gran parte de la agenda hacia la región seguirá centrada, como fuera el caso de Trump, en las cuestiones migratorias, de baja relevancia para el Cono Sur. Más aún, si es que alguno esperaba cambios importantes, Juan Sebastián González, nuevo director de Asuntos Hemisféricos en el Consejo de Seguridad Nacional, ya ha reconocido que el tan discutido muro con México es necesario en algunos sectores de la frontera.
Asimismo, Biden ha propiciado el regreso de la política exterior basada en valores y la defensa de la democracia contra el avance del autoritarismo. Esa situación lo llevará inevitablemente a chocar con los países de la región que continúan expresando algún tipo de tolerancia hacia el régimen de Maduro y Diosdado Cabello. Al mismo tiempo, las cuestiones relacionadas al Cambio Climático le impondrán desde el arranque una agenda negativa con el otrora aliado de Trump y principal interlocutor a nivel regional, Jair Bolsonaro.
Finalmente, en cuanto a la Argentina, endeudada, empobrecida, con una agenda confusa y con una pandemia que no le da respiro y que intenta resolver de la mano de Rusia y de China, habrá que comenzar por reconocer lo poco que tiene para ofrecer en la relación bilateral. Las incógnitas sobre el desenvolvimiento de las relaciones son más que las certezas, pero a priori no se debería esperar demasiado de ninguna de las partes.
Como si las esperables tensiones en las múltiples agendas fueran pocas, también se suma el hecho de que el período 2021-2022 implicará un superciclo electoral en la región. Es posible y hasta probable que gran parte de las conversaciones que se inicien este año puedan verse modificadas en lo inmediato. Aunque sobrasen intenciones, faltarán interlocutores de largo plazo.
Con todo esto, la clave para evitar tensiones mayores estará en advertir que en la región habrá poco o nulo espacio para la oposición o los alineamientos con ninguna gran potencia. La geopolítica y los juegos de poder en etapas de transición o en épocas de crisis, hoy por hoy, corresponde a otros. Lo mejor que los países de Latinoamérica pueden hacer es apostar a la articulación de intereses y la acción limitada y coherente, fundamentalmente en una situación donde la pandemia incrementó la crisis de gobernabilidad y la pobreza, relegando toda perspectivas de crecimiento. Hacer geopolítica desde la debilidad puede ser pretencioso y contraproducente, en tanto vivimos en una época donde el principio de no intervención se mantiene en los papeles, pero como reconociera Stephen Krasner, no es más que “hipocresía organizada”.
Las soluciones a los problemas estructurales de la región no llegarán desde afuera, sino únicamente a través del consenso y el desarrollo interno. Lo fundamental será evitar las confrontaciones innecesarias que pudieran afectar tal desarrollo, recordando siempre la capacidad de presión de Washington, la jerarquía del sistema internacional y el lugar que cada uno ocupa en ella. No caigamos en el error de esperar que el ahora sonriente buen vecino nos alcanzará siempre la pelota.