Los años no calmaron su violencia: tres casos de genocidas presos que sueñan con volver
Bernardo Caballero, quien fue parte del staff de torturadores de Campo de Mayo y que ahora está preso, tomó un cuchillo de larga hoja y quiso degollar a otro genocida. Por los mismos días y en el penal de Ezeiza Vazquez Sarmiento, en plan de simular demencia para quedar libre, se bajó los pantalones y orinó delante de las tres juezas que llevan su causa. Duret, también en la unidad 31, esperaba quedar en libertad para disponer del arsenal que guardaba en su casa y que la justicia decomisó esta semana.
Desde hace años un grupo de familiares de represores detenidos por delitos de lesa humanidad, acompañados por algunos políticos, personajes del clero y de la justicia, bregan por la libertad de aquellos criminales a quienes pretenden mostrar como a pobres viejitos privados injustamente de su libertad.
Habitaciones individuales no solo con camas de madera sino mesas de luz, cómoda, placard, televisor y aire acondicionado. Gimnasios con aparatos, enfermería y consultorio de odontología, una heladera cada dos reclusos en una cocina equipada, canchas de tenis, biblioteca y sala de computación son algunas de las prestaciones que tienen los genocidas presos
Precisamente desde esas computadoras que tienen a disposición, los presos VIP de los penales de Campo de Mayo y Ezeiza armaron y usan constantemente su cuenta de la red social X a la que llamaron “Los Muertos Vivos” y en la que cuentan, con su discurso, las pésimas condiciones en las que viven. Vale aclarar que en ninguna cárcel federal se permite a sus internos tener redes sociales, salvo a ellos.
De todos modos, y más allá de que argumenten vejez, el refrán dice que “El zorro pierde el pelo pero no las mañas”: la violencia que ejercieron sobre otros durante toda su vida, ni aún en la cárcel y ya viejos parecen haberla podido desterrar de sus almas.
Caballero, el degollador de Campo de Mayo
“Te voy a matar. Te lo digo delante de todos porque tengo unos huevos así de grandes. Te voy a degollar” chilló con voz de trueno Bernardo Caballero en medio de la biblioteca del pabellón B del penal Campo de Mayo. La amenaza iba dirigida, como flecha, hacia un preso novato, Ernesto Etchart, que llegó a la Unidad hace solo dos años luego de ser condenado en la causa seguida a los integrantes del Batallón 181 de Bahía Blanca, donde Etchart no hizo menos que ninguno de sus compañeros de pabellón en los cientos de centros clandestinos de represión y muerte que sembraron por todo el país. Pero el “preso viejo”, Caballero, con esa mezcla de código cuartelero y carcelario, sintió que estaban avasallando sus derechos territoriales (sobre todo teniendo en cuenta que está preso por haber secuestrado, torturado, asesinado y desaparecido a decenas de personas precisamente en ese mismo lugar que ahora lo alberga -con derechos y privilegios que negó a otros- cuando Campo de Mayo era también un centro clandestino).
Etchart había pasado esa mañana, junto a otros, en una videoconferencia con funcionarios de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a quienes les confiaron sus pesares, siempre en procura de su libertad. Caballero siguió la reunión con mirada torva, acodado sobre una mesa en un rincón fuera de la vista de la Comisión. No perdió detalle. Cuando se cerró la comunicación, esperó que Etchart saliera y antes de que llegue al comedor, le trabó el pasó y le dijo a diez centímetros de la cara, casi escupiendo saliva: “Que sea la última vez que se usa una computadora del pabellón para este tipo de cuestiones”.
La rencilla era por el uso de la computadora que precisamente Caballero, junto con Amelong y con la colaboración del cura Christian Von Wernick usan, precisamente, para postear en la red social X. La discusión escaló, Etchart no iba a pasar por cagón frente a todos los otros. Insultos de rigor, un amague de trompada, y la cosa se cerró -o al menos eso creyeron algunos que mediaron- con una amenaza de Caballero: “Te voy a cagar a trompadas, te voy a clavar un cuchillo”.
Etchart volvió a recurrir a lo que a otros negaron: denunció la situación a un celador y se hizo atender por una enfermera, porque se le había subido la presión y regresó al comedor. Caballero había quedado rumiando odio, y ni bien lo vió llegar, blandió un cuchillo de veinte centímetros de hoja que pasó de refilón por la cara de Etchart, a quien hubiera marcado si no aparecía un celador para calmar el asunto nuevamente. El bahiense volvió a su celda. Por el pasillo resonaban los gritos del preso viejo: “Te voy a matar. Te lo digo delante de todos porque tengo unos huevos así de grandes. Te voy a degollar”.
En la cuenta de X, cada día, Caballero y sus amigos insisten con que son ancianos que están muy enfermos, casi idos, al borde de una muerte solitaria en un penal lleno de maltratos.
El asesino que orinó frente al Tribunal que lo juzgaba
En el Penal de Ezeiza los reclusos por delitos de lesa humanidad también son muy activos en sus estrategias. Si los diputados Ferreyra y Benedit visitaron en marzo y casi en secreto a los de Campo de Mayo, a los del Penal 31 lo hicieron con bombos y platillos y acompañados de cuatro diputados libertarios más. Los genocidas los esperaron con té y masitas, y una carpeta que contenía el proyecto de ley que los dejaría en libertad, entre otros puntos, por tener más de setenta años que les entregó Raúl Guglielminetti.
Uno de esos ancianos compañeros de presidio de Astiz y tantos otros criminales es Juan Carlos Vázquez Sarmiento, un ex cabo principal de inteligencia de la Fuerza Aérea que debe muchas muertes, entre ellas la sufrida por la familia de Rosa Roisimblit, fundadora de Madres de Plaza de Mayo.
Vázquez Sarmiento estuvo veinte años prófugo y buscado por la justicia luego de haber sido condenado. Pudo hacer su vida sin que lo molestaran demasiado durante todo ese tiempo hasta que en 2021, cuando salía de la casa de su esposa en Ituzaingó, alguien lo vio y fue tras unas figuradas rejas en Ezeiza. En 2023 fue condenado a quince años de prisión por la apropiación de Ezequiel Rochistein Tauro, el nieto restituído 102. Ezequiel nació en noviembre de 1977 en la ESMA y es hijo de María Graciela Tauro, secuestrada cuando estaba embarazada de cuatro meses junto a su pareja Jorge Daniel Rochistein. Vazquez Sarmiento tomó el niño y lo llevó a su casa.
El hombre de 76 años a quien apodaban “El Colo”, ya cano de barba y pelo largo, enfrenta un nuevo juicio desde el 26 de agosto por la privación ilegal de la libertad de tres personas, un proceso demorado durante dos décadas por su calidad de prófugo. Hace pocos días tuvo que declarar. Lo hizo por zoom, desde el mismo penal, o eso al menos era lo que debería haber hecho.
Pero no. En pleno debate por zoom, y a sabiendas de que además quienes lo deben juzgar son tres mujeres, el criminal se bajó los pantalones, hizo lo mismo con sus calzoncillos, y orinó larga y detenidamente frente a la cámara, ante la estupefacción de todos los presentes. El desagradable episodio es un jalón mas en la estrategia de hacerse pasar por demente senil que no controla sus actos, algo que milagrosamente logra cuando las cámaras no lo enfocan.
El hombre que sueña con volver a matar
Quien tiene armas, debe declararlas en la Agencia Nacional de Materiales Controlados. Es una verdad de Perogrullo para quienes las posean. Pasaron más de diez años de que Alejandro Duret, poseedor de algunas, hacía más de diez años que no revalidaba las credenciales de legítimo usuario y su tenencia, por lo actuó la Justicia y empezaron los problemas.
Hubo una primera intimación, una segunda, una tercera. Todas desoídas. Por lo que la policía llegó hasta un coqueto departamento de Bulnes al 2700 del barrio porteño de Palermo, tocó timbre, y les franqueó el paso Victoria del Carmen Velasco. Dentro de la casa donde toma el té con sus amigas, encontraron un arsenal de veintitrés armas de fuego: diez armas largas, cinco revólveres y ocho pistolas de distinto calibre. Las armas fueron decomisadas y la mujer fue presa por 48 horas.
Victoria del Carmen no es la primera en caer tras las rejas. La precedió su marido, que cohabita con otros genocidas en el Penal de Ezeiza, al que llegó hace cuatro años luego de ser condenado por el Tribunal Oral de Mar del Plata. El arsenal sería del hijo de Victoria y Alejandro Duret, un hombre de 42 llamado igual que su padre y que por estas horas estaría en España y declarado como prófugo de la justicia.
Duret fue Coronel del Ejército y estuvo en actividad hasta 2004 cuando se presentó con su uniforme en los Tribunales de Azul. Lo había convocado el Juez Comparato para que de cuenta de su participación en el secuestro, torturas y muerte de Carlos Labolita, quien junto a su compañera Gladis D´Alessandro compartió una vivienda en La Plata con Cristina Fernández y Néstor Kirchner.
Labolita era de Las Flores y en abril de 1976 había vuelto a su casa desde La Plata, para acompañar a su madre que estaba sola, pues su padre también habia sido detenido. Allí lo chupó una patota de la Bonaerense, que dos días después lo entregó al Regimiento de Azul, de donde nunca más se lo volvió a ver. Duret era por entonces el responsable de Inteligencia militar de la región, con cabeza en Azul, y fue reconocido en juicio como quien torturó y asesinó a Labolita.
El día de la sentencia a Duret, Cecilia Pando intentó entrar a la sala de audiencias, no la dejaron y montó un escándalo ante la prensa. Fue condenado a quince años de prisión. Antes del juicio se había fugado, como ahora su hijo, pero no duró poco en ser encontrado en Chile, de donde lo extraditaron sin la contemplación del presidente Piñera. En 2016 sintió que había vientos propicios con el cambio de gobierno, y la justicia afín le concedió la libertad bajo el paraguas del 2x1. Una de sus abogadas defensoras fue María Laura Olea, la misma que junto con el abogado hijo del genocida Ibérico Saint Jean, se reunieron en marzo con los diputados libertarios y el sacerdote Javier Olivera Ravasi para pergeñar el indulto a los genocidas o bien, su libertad por ser mayores de setenta años. En 2020 volvió a la cárcel luego de varias instancias legales promovidas por la familia Labolita. En el pabellón VIP de Ezeiza, junto a Alfredo Astiz, Raúl Guglielminetti, Adolfo Donda y tantos otros adalides de la picana y el submarino, sueña con volver a ser un hombre de armas.