Testigos silenciosos e informales del pulso de una sociedad en movimiento, los motoqueros que hace dos décadas trabajaban como repartidores de alimentos o mensajeros, no solo sabían quien vivía en el 4B o qué empanadas prefería el abuelo de la casona gris. Parados en la puerta del restaurante o en una esquina del microcentro porteño, tanto entonces como ahora, huelen el aire y notan cuando algo no es corriente. 

Por eso, cuando los días previos al estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001 vieron salir de los bancos camiones de caudales en horarios imprevistos, escucharon bajar las persianas de las casas de cambio y el batir de algunas primeras cacerolas, supieron que era el preanuncio de algo grave por venir.

Ellos mismos eran una suerte de rejunte a los que los vientos de los noventa había congregado. Habían llegado a ese oficio y en ese tiempo producto de despidos en fábricas y comercios en la década anterior, en la que florecieron como consecuencia los parripollos, los kioskos, los Todo X 2 pesos, las remiserías y los motoqueros. Conocían el olor de la malaria. No tenían vacaciones, ni aguinaldo, ni empleo registrado. La mayoría eran varones desocupados que hacían de la moto su medio de subsistencia, como ahora, solo que por entonces dependían de una mensajería y una telefonista que distribuyera los pedidos y los viajes.

El oficio mutó y la pandemia tuvo bastante que ver en eso, que profundizó el protagonismo de las aplicaciones de reparto que se dedican, fundamentalmente, a distribuir mercadería de casas de comida y farmacias. Los repartidores ahora son “emprendedores” y rankean en la app de acuerdo a calificaciones que la misma empresa establece. Las condiciones laborales no mutaron, siguen siendo entonces y ahora absolutamente precarias.

Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicado en octubre de 2020, en Argentina el 73% de los trabajadores de plataformas digitales de reparto utiliza bici y el 27% motocicleta. La mitad no tiene ART, seguro de accidentes o cualquier tipo de cobertura. Y el 20% del total sufrió accidentes mientras trabajaba. En promedio, le dedican 8,6 horas por día al reparto y más de seis días a la semana. En noviembre de 2023, hace poco más de un mes, el entonces ministro de economía Sergio Massa les ofreció un seguro gratuito para estar cubiertos en casos de accidentes. Un repartidor dijo: “Cuando tenés un accidente no hay quien te banque, entonces estás accidentado, en tu casa, no tenés plata para bancar a tu familia o para arreglar la moto y se te cae el mundo”.

El que habló es Mariano Robles, Secretario General del Sindicato Único de Conductores de Motos (SUCMRA) que se fundó en 2002, y contó en Radio Gráfica acerca de lo que sucedía en ese tiempo: Veníamos del menemismo, de la Alianza. Estaba instalado, incluso en los medios, que jugaban tanto como juegan ahora, que pelearla no sirve, que hacer paro no sirve, que discutir cualquier cosa que pasa no sirve, que las privatizaciones eran algo que iba a ocurrir si o si. Me parece que en ese momento resolvimos ese acertijo, esa complicación que teníamos de pensar que no podíamos cambiar el rumbo de las cosas. Y vaya si la cambiamos que tuvo que renunciar el presidente”. 

Por eso, cuando el calor de diciembre de 2001 se transformó en furia y miles de personas coparon las calles a pesar del estado de sitio decretado por el gobierno de Fernando De la Rúa, los motoqueros, que sabían de malaria, ni lo pensaron: actuaron y dejaron huella. Fueron tapón en la 9 de Julio para que las hordas policiales no llegaran a los manifestantes; fueron ambulancia improvisada llevando y trayendo heridos; y tuvieron a su propio mártir. Gastón Riva, motoquero de mensajería de día y delivery de noche, esposo de María y padre de tres hijos, fue uno de los treinta y nueve asesinados por la policía.

Gastón iba y venía, ayudaba a los que habían quedado ahogados por los gases. En uno de esos recorridos, a las cuatro de la tarde, en la esquina de Avenida de Mayo y Tacuarí, un tiro de escopeta en el pecho lo hizo caer de espaldas. Su moto siguió unos metros más y también cayó. María vio por televisión como llevaban un cuerpo ensangrentado y reconoció las ropas de Gastón. Después supo que estaba en el Hospital Argerich, muerto. Su hija Camila, por entonces de ocho años, dijo en una entrevista de Telam: "Desde 2001 nada fue igual para nadie en Argentina. A medida que fui creciendo, empecé a tener noción de lo que había pasado. Desde entonces, la gente piensa más en política y se pregunta por sus derechos. Creo que mi papá no salió por su situación particular sino por lo que pasaba en la Argentina. Se vivía un momento de mucha pobreza y faltaba trabajo. La violencia de la policía era tremenda. Fue algo que conmovió a mucha gente."

Sebastián Gianetti, que fue partícipe de esos días de espanto, contó a la Agencia Paco Urondo: “Había mucha espontaneidad y solidaridad. Yo recibí impactos de bala y me encontré con un compañero herido. Lo subí a él y a la persona que lo estaba acompañando. Nos cruzamos a una ambulancia y, en el tira y afloje, lo convencí para llevarlo a un hospital. Todo fue espontaneidad, bronca. Nosotros éramos víctimas en forma constante de las fuerzas de seguridad. Teníamos la moto en mal estado, era muy difícil pagar un seguro y las patentes, y la policía lo sabía y nos verdugueaba”.

Carlos Oviol, “Charly”, trabajaba en la mensajería Cassandra Motors y los días previos al 19 y 20 de diciembre asegura que los días previos vio venir el estallido: “Cuando uno anda en moto se transforma en un termómetro social porque nos metemos en lugares a donde no todos llegan”. Pasaba por entonces doce horas fuera de su casa y comía en comedores populares, donde veía a madres y padres con sus hijos, en total desamparo. Cuando llegó el estado de sitio, él salió a la calle.

Charly contó al diario “El Día” de La Plata: “Había algo muy loco, le estaban pegando a un estudiante de la facultad, a una madre con hijos y hasta a los viejos. No les importaba nada”, dice en referencia a la policía. Cuando él y sus compañeros, entre ellos Mariano Robles, que hoy dirige el sindicato, vieron que en Plaza de Mayo la policía montada la emprendía contra las Madres de Plaza de Mayo, entraron con sus motos a la plaza para ser barrera entre las mujeres y los caballos. Ahí se dieron cuenta que el ruido de motores espantaba a los animales que tiraban al jinete al suelo. “Y en el piso somos todos iguales”, memora Charly. Gases, palazos, algunos presos. “Aguantar y aguantar quilombo, corchazos, bastonazos y ahí nos dimos cuenta de que éramos una fuerza de choque. Para reprimir a los manifestantes usaban a la policía motorizada con los bastones largos, iban de a dos y nosotros dijimos: Vamos dos en una sola moto, uno maneja y el otro revolea una cadena con el candado de la moto, y les va a costar bajarnos”, narra.

Cada veinte de diciembre, y en homenaje a Gastón Riva, se conmemora el día del motoquero, se organizan caravanas hasta Ramallo, donde están sepultados los restos del trabajador asesinado, y hay una placa en la esquina en donde cayó que recuerda su vida y el crimen. En esas jornadas también fueron víctimas Tuly Portillo, que por las heridas quedó para siempre en silla de ruedas; y Martín Galli, quienes aún reclaman justicia.

La historia de Gastón y de sus compañeros la narró el cineasta Pablo Torello en el documental “Motoqueros, 20 de diciembre de 2001” que está disponible en YouTube.

Hoy el escenario se reseteó: ¿Qué pasó con los motoqueros desde aquellos días con aire heroico a este presente gobernado por las aplicaciones?

"¡Amigos liberales! En octubre, podemos ganar las elecciones en primera vuelta, pero necesitamos tu apoyo. Si trabajás en una app de servicio y querés ayudar a nuestra campaña, ¡sumate al formulario!". Convocaba en septiembre de 2023, en plena campaña electoral Ramiro Marra, el candidato de La Libertad Avanza (LLA) en la Ciudad de Buenos Aires. Le hablaba a un público específico, a los “pibes Rappi”, como se conoce a los precarizados trabajadores del reparto que hoy se embanderan con las consignas del presidente que dicen, entre otras cosas, que lo mejor que puede pasarles es que no se rijan por más reglas que las que dicta “el mercado”.

"El pibe Rappi de Milei" fue tomado como ejemplo prototípico de una de las razones del batacazo de extrema derecha: aprendió a vivir en la incertidumbre como pontificaba un ministro del macrismo, sobreadaptado al pedaleo en la bici, incorporó el discurso corporativo y lo justifica diciendo que es “su propio jefe”, que maneja sus horarios, que se impone sus propias metas y que llegar a ellas depende solo de su esfuerzo. 

Entrevistado en “Minuto Final” de C5N, uno de ellos aseguró que si tenía un accidente, ganaba lo suficiente como para poder pagarse el tratamiento consecuente sin necesidad de seguro alguno que lo cubra. Las redes sociales, inexistentes en tiempos de motoqueros de 2001, fueron muy eficientes en la divulgación de estas consignas. El teléfono, imprescindible para trabajar con la app, también fue herramienta de información para los repartidores. Y el mileísmo fue muy eficiente en su discurso, sus mediadores y ese medio para llegar a un sector social y una franja etaria ignorada por otras fuerzas políticas.

En un alarde de meritocracia, el trabajador que más horas de reparto mete, más viajes hace, más veloz es, más imposiciones está dispuesto a aceptar, es premiado con más pedidos, y un pago mayor por cada uno. En un intento por regular la situación laboral el senador provincial Omar Plaini propuso crear un registro de trabajadores y consignar allí horarios de conexión y desconexión. La reacción empresarial fue inmediata: notificó a sus laburantes que de aprobarse esa ley, pondría en riesgo su fuente de trabajo. La militancia contra la ley fue bandera de los mismos precarizados, que se hicieron eco del bombardeo de redes que hablaba del “control de la casta sobre su libertad”.

Mauricio Macri parece usar el olvido o el desconocimiento de muchos de esos jóvenes acerca de lo que hicieron aquellos motoqueros del 2001; y se suma al discurso libertario tan permeable en estos jóvenes que sienten que durante la mitad de su vida no tuvieron derechos que ahora, “libertad” mediante, tendrán. El ex presidente, en apoyo absoluto al actual, los instó a ser una especie de fuerza de choque contra todo aquel que pretenda manifestarse contra el gobierno.

Entrevistado por Joaquín Morales Solá, dijo que la herencia que recibe Javier Milei es varias veces peor a la que heredó él en 2015 tras el gobierno de Cristina Kirchner. Además, lanzó una advertencia a los piqueteros (considerando como tales a todo aquél que se manifieste contra el gobierno): "Los orcos van a tener que medir muy bien cuando quieran hacer desmanes".

Los orcos, esos seres subhumanos desagradables, brutos y agresivos creados por la imaginación de Tolkien en “El Señor de los Anillos” y que toma Macri para describir a alrededor de 23 millones de argentinos que no votaron a Milei, se las tendrán que ver con “el núcleo revolucionario de Javier Milei que son los jóvenes que trabajan y reclaman una oportunidad de poder trabajar y ahorrar, no trabajar y estar por debajo de la línea de pobreza. Ellos están muy firmes", en clara referencia a los pibes repartidores a quienes, además de su labor de subsistencia, parece querer exigirles sean una fuerza de choque contra otros compatriotas vulnerados.

Veintidós años pasaron desde que los repartidores fueron un dique de contención contra la represión y la barbarie, en defensa de los que la pasaban mal como ellos, dejando incluso la vida. Hoy, les reclaman que estén del lado de las fuerzas represivas. Un salto de un lado al otro de un mostrador que no es incomprensible. Los olvidados hacen lo que pueden, a veces en defensa propia, otras en defensa ajena.