Alfredo Ignacio Astiz, preso por delitos de lesa humanidad en la cárcel de Ezeiza, es marplatense. Nació el 8 de noviembre del 1951 y como en toda familia tradicional lleva el nombre de su padre, el homónimo Alfredo Bernardo Astiz, un oficial naval que llegó a Capitán de Corbeta. Cuando nació su primer hijo junto a a María Elena Vázquez, estaba destinado en la Base Naval de Mar del Plata. 

Por entonces ni su sitio de trabajo era aún un centro clandestino de detención ni él un cómplice de la más feroz dictadura, ni su esposa una apropiadora de bebés, ni su hijo uno de los más espantosos asesinos de la historia reciente. Eran solo una familia como tantas de su clase, con algunas ínfulas de superioridad, que vivía en un modesto chalecito típico de piedra del barrio marplatense Chauvin, lejos de la populosa Avenida Colón y las playas del centro, donde se acumulaban los obreros mayoritariamente peronistas que veraneaban en "La Feliz" en los hoteles sindicales. 

La postura política del entonces teniente Alfredo Bernardo Astiz se confirmó durante las luchas internas entre “azules y colorados”. Él estuvo entre los colorados –antiperonistas jugados- que perdieron ante los azules, también antiperonistas pero dispuestos al diálogo, sobre todo con los sindicalistas del “peronismo sin Perón”, una disputa que -soterrada- se mantuvo en las filas de las Fuerzas hasta el presente. 

Durante su carrera naval y durante la Revolución Libertadora que derrocó a Perón, estuvo a cargo del Servicio de Hidrografía Naval, el instituto dedicado al estudio de las aguas y a brindar seguridad náutica. En 1959 y ya como Capitán, pasó a tener bajo su responsabilidad el buque taller ARA “Ingeniero Gadda”. Entre 1967 y 1968 fue comandante del rompehielos ARA “General San Martín”.

Nacido en 1925 y con solo cincuenta años, el padre de familia, que tenía un futuro promisorio en la fuerza y había sido enviado naval en Estados Unidos, pasó a retiro en el mismo momento en que Emilio Eduardo Massera ascendía a lo más alto de los jalones marinos. De su legajo surge que fue el mismo Astiz padre el que pidió el retiro voluntario y a los diez días el propio Massera quien se lo otorgó y sobrevuela la sospecha de que no fue una decisión de Astiz, sino un pedido expreso del Almirante, quien no tenía demasiada simpatía por el Teniente. 

Sin embargo, en octubre de 1977 volvió a ser parte del Estado cuando el General Antonio Merlo pidió a la Armada autorización para contratar a Alfredo Bernardo Astiz y el Contralmirante Horacio González firmó el permiso para que el padre de quien ese momento se enseñoreaba en las mazmorras de la ESMA, fuera parte del Ente Autárquico Mundial 78 que dirigía otro marino, Carlos Alberto Lacoste. 

El padre y el hijo: el Mundial 78 y el Centro Piloto de París

El vicealmirante Lacoste era secuaz de Massera, como si fuera poco también primo de Raquel Hartridge, la esposa de Jorge Rafael Videla y amigo de Leopoldo Fortunato Galtieri, quien le presentó a la que fue su pareja. Lacoste había sido parte de la Revolución Libertadora junto a dos camaradas y amigos: Emilio Massera y Rubén Jacinto Chamorro, luego director de la ESMA durante la dictadura. 

Pero lo fundamental en su vida vino a partir del 76: fue quien se hizo cargo de la organización del Mundial, algo que también lo hizo rico. El hombre que hoy tendría cien años era un fanático de River, que hasta su muerte en 2004 y cuando hacía décadas se conocían las denuncias en su contra, lo tuvo como socio honorario. 

También de River, donde había jugado en la tercera división, era el General de Brigada Omar Carlos Actis, un cordobés que había sido administrador de YPF durante el lanussismo, y quien fue nombrado, originalmente, al frente del EAM 78. El 6 de julio de 1976 Jorge Rafael Videla lo nombró al frente del Comité organizador del Mundial y el 19 de agosto, cuando iba a hacerse la conferencia de prensa anunciando su rol dirigencial y Actis iba rumbo al acto en su coche, desde una camioneta que se le puso a la par lo acribillaron a balazos. Como consecuencia, quedó fuera el hombre de Videla y tomó las riendas Lacoste, adlátere de Massera, que logró que el suceso deportivo le costara al país más de 700 millones de dólares de la época (los españoles, cuatro años después, gastaron el 20% de esa cifra). Años más tarde el entonces secretario de Hacienda, Juan Alemann, dijo que los organizadores "robaron como urracas". 

La declaración de Alemann fue un escándalo y tanto "La Nación" como "Clarín" volvieron a entrevistarlo. Lejos de amedrentarse, el exfuncionario dijo: "mejor pregunten quien mató a Héctor Hidalgo Solá y a Elena Holmberg y de paso, quién puso una bomba en su propia casa". Vale recordar que Holmberg era personal diplomático de la dictadura con funciones en la Embajada de París. Elena era hija y hermana de militares, prima de Lanusse y amiga personal del ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, pero ganó el peor enemigo al interior de la Junta gobernante: Massera y detrás del "Almirante Cero", Alfredo Astiz. 

Casi un año antes del Mundial, el 26 de julio del 77, el embajador Tomás de Anchorena recibió cien mil dólares del gobierno y se creó por decreto 1871 lo que se conoció como el "Centro Piloto de París". Las oficinas rentadas para el Centro, ubicadas en 83 Avenue Henri Martin, se poblaron de personajes de los grupos de tareas de la ESMA, que tenían por misión fundamental contrarrestar las denuncias contra el gobierno de facto por violaciones a los derechos humanos. De todos modos, también tuvo otra tarea: en París funcionaba entonces el Comité de Boicot a la Organización del Mundial de Fútbol en la Argentina (COBA) y los integrantes de la patota de Massera se abocaron a desacreditar al Comité. 

Astiz había llegado a París en enero o febrero de 1978, luego de haberse infiltrado entre las madres de la Iglesia de la Santa Cruz y haberlas señalado para que fueran asesinadas y desaparecidas en diciembre de 1977. Si entre las madres fue Gustavo Niño, en la Ciudad Luz se hacía llamar Alberto Escudero. Con ese nombre participó, como si fuera un argentino en el exilio, en el Comité Argentino de Información y Solidaridad (CAIS) durante los primeros nueve meses del 78. 

El Tigre Acosta y Alfredo Astiz tenían un objetivo propio: conseguir para ellos mismos parte del botín que Montoneros había conseguido tras el secuestro de los hermanos Born y que descansaba en una caja de seguridad de un banco suizo. Aparentemente, Elena Holmberg supo de esto, como también de las intenciones de Massera de usar el dinero para su candidatura política. La diplomática volvió a la Argentina en mayo del 78 y fue asesinada en diciembre por una patota que la secuestró y torturó antes de arrojar su cadáver al Río Luján. 

El 4 de junio, en pleno Mundial, y mientras Alfredo Ignacio Astiz estaba en París robando, delatando y cuando no, pasándose de juerga; Emilio Massera fue a Mar del Plata a ver uno de los partidos. Allí fue recibido por parte de la delegación del Comité del Mundial de esa ciudad, que integraba Alfredo Bernardo Astiz, el padre del "Ángel de la muerte", como jefe de prensa. 

Astiz padre se encargó, durante ese lapso, de intentar demostrarle a todos los periodistas del mundo acreditados en la ciudad balnearia que los crímenes cometidos por su hijo, entre otros asesinos y ladrones, no existían. Timoneaba ese barco desde unas lujosas oficinas montadas en el Hotel Provincial, con grandes ventanales con vista al mar. Allí también se hospedaba buena parte de la gente de prensa, y sus impresiones quedaron registradas en un libro de visitas que inauguró con un saludo el mismo Astiz, donde luego de su mensaje de bienvenida se lee su firma y las letras de un sello: “Alfredo B. Astiz. Cap. De Navío (R.E). Jefe Centro de Prensa Mar del Plata. EAM 78”, tal como mostró por primera vez la periodista Luciana Bertoia para el sitio "Papelitos". El libro original puede verse en el Archivo Nacional de la Memoria.

Alfredo Bernardo Astiz murió impune en 2004, luego de pasar años de bon vivant en el balneario del Yacht Club de Mar del Plata, a cuya comisión directiva pertenecía. Era constante verlo con su hijo, cuando aún gozaba de libertad, bebiendo whisky en los amplios salones con vista al mar, coqueteando con mujeres o en cenas de camaradería con otros marinos. Alguna vez padecieron algún escrache, del que el personal del club los libró rápidamente. No llegó a ver a su hijo preso ni a su esposa condenada a prisión domiciliaria. 

La madre y la hermana: de robar bebés a educar niños

Mientras su hijo estaba en París y su marido en campaña de prensa a favor de la dictadura, María Elena Vázquez preparaba un regalo. El hijo de uno de los albañiles que un año antes le habían remodelado su chalet del barrio Chauvin, más a tono con el nuevo status familiar, iba a ser bautizado. No era que ella se vinculara estrechamente con esa gente, pero este chico era especial para ella. 

Mario Guido Capelli, el albañil, y su esposa Carmen Ángela Orellano, no podían tener hijos. Él se lo había contado a su "patrona" en alguna ocasión. Conmovida, María Elena, lo contactó tiempo después de finalizada la obra y le dijo que su empleada doméstica estaba embarazada y no quería quedarse con el niño. 

Durante el embarazo de la mujer y según detalla casi cuarenta años después el fiscal que puso en el banquillo a la señora de Astiz, María Elena visitó al matrimonio en al menos dos oportunidades para “coordinar lo que sería la entrega del menor de edad, la que tendría lugar inmediatamente después de su nacimiento”. "En la primera ocasión, Vásquez le dijo a Orellano que la joven estaba embarazada de cinco meses y se comprometió a avisarle un mes antes de la fecha del parto si la madre seguía con intenciones de darlo", añadió el fiscal Larriera en base a las pruebas recogidas en la instrucción. Un mes antes de la fecha del parto, Vázquez cumplió su promesa y le avisó a los apropiadores que "el niño estaba por nacer y que la madre seguía con intención de entregarlo".

El 9 de marzo del 77 Orellano pasó a retirar un bebé recién nacido por una casa de la calle Balcarce al 3900, donde funcionó una clínica clandestina. La partera Antonia Baquero le entregó también un papel con el día y hora del nacimiento, que luego se supo que ni siquiera eran los reales y los nombres de Orellano y Capelli como los padres del niño, todo certificado con un sello. A los pocos días y con ese papel, lo anotaron como propio en el Registro Nacional de las Personas. Lo llamaron Alfredo, en honor a Astiz padre e hijo. 

Carmen Orellano volvió a saber de "Chiquita", como llamaban en familia a María Elena, cuando la llamó para preguntarle cuándo bautizaría al nene, puesto que era importante que no creciera en pecado mortal. Acordaron que sería cuando cumpliera un año. Cuando se acercó la fecha Chiquita volvió a llamar, para que no se olviden. Las mujeres conversaron acerca de la ceremonia que se realizaría en la iglesia del Hospital Materno Infantil. El 9 de marzo de 1978 se presentaron Chiquita y su marido, Alfredo Bernardo Astiz. Después del bautismo, fueron al almuerzo familiar para el festejo, que pagó el marino. “Toda la gestión la hizo Chiquita. La vi unas tres veces antes del nacimiento y una vez más, en el bautismo”, declaró la mujer.

Pudo saberse que el nene nació en el Centro Clandestino que funcionó en la Base Naval de Mar del Plata, actualmente señalizado como Sitio de la Memoria. De la madre no hay datos, aunque se supone que estuvo por lo menos cuatro meses en condición de detenida-desaparecida pues Vázquez avisó al matrimonio "que su empleada doméstica estaba de cinco meses de embarazo" y el niño fue entregado cuatro meses después de este aviso. La filiación real de "Alfredo" no pudo chequearse en el Banco de datos genéticos porque aún no se encontró compatibilidad con algún pariente de desaparecidos que haya donado su sangre. Para la Justicia está acreditado que la madre de Astiz, "Chiquita", entregó el bebé

Otra integrante de la familia es Lucrecia Astiz. Es una activa militante por la libertad de su hermano preso en el Penal de Ezeiza, donde cumple condena a perpetua por delitos de lesa humanidad. Amiga de Cecilia Pando, Marta Ravasi y todas las mujeres que rodean a los criminales a los que consideran víctimas, fue una de las firmantes de la carta que el grupo publicó en el diario "La Nación" en diciembre de 2023, donde conminaban a Victoria Villarruel de que cumpliera con la palabra empeñada -supuestamente- de dejarlos libres antes de navidad. Es también parte del lobby que desde febrero brega por el indulto y que, coordinado por el cura Javier Olivera Ravasi, llevó a los diputados libertarios a visitar a los genocidas presos. 

Pero además, Lucrecia sería socia propietaria de uno de los colegios privados más caros de la ciudad de Mar del Plata: el Instituto Albert Einstein de la calle Catamarca al 3600. El centro educativo ocupa una manzana en uno de los barrios más caros de la ciudad y consta de tres edificios muy modernos destinados a enseñanza inicial, primaria y secundaria. Es claro que a la sociedad anónima que nuclea al colegio pueden conformarla diferentes personas e inversores, pero según los corrillos de la ciudad balnearia sería la única propietaria. 

De ser así, ¿cómo hizo tal fortuna como para invertir varios millones de dólares solo en el predio si era una profesora de inglés proveniente de una familia de clase media? Eso nos lleva a pensar en el dinero expoliado durante la dictadura por los criminales genocidas, entre ellos, su hermano. Esos cientos de millones de dólares que robaron y lavaron a través de empresas off shore, ¿dónde están?