Eduardo Salvador Ullúa sonríe frente a la pantalla del televisor. Las imágenes que ve lo envuelven en una mezcla de esperanza -no todo está perdido- y melancolía. Tiene 72 años y los recuerdos redivivos se atolondran por salir de su cabeza, los músculos vuelven a tensarse sin recibir ninguna orden, por instinto. Ullúa mira la escena que se transmite en loop desde hace minutos: cuatro o cinco muchachones que se meten en una asamblea universitaria para romperla, se trenzan en pelea, y uno saca un gas pimienta que arroja a los ojos de otro. La violencia copó la parada y los estudiantes corren. Ullúa ríe. Estos de ahora son más tiernos. En su tiempo era a puro fierrazo, como cuando lo de la piba de Arquitectura, Silvia Filler, en Mar del Plata.

Ullúa vive en un moderno departamento de la calle Mendoza al 3600, en la ciudad de Buenos Aires, pero también pasa tiempo en su casa quinta en un country de Cardales. Hasta hace pocos meses estuvo preso en el pabellón VIP del Penal de Campo de Mayo, donde alojan a los condenados por delitos de lesa humanidad; pero por esas volteretas que saben dar los abogados -él mismo lo es- y sin tener ningún problema de salud, goza de prisión domiciliaria. En su casa tiene tiempo de sobra para escribir, mirar televisión, recibir amigos, estar en familia, como cualquier jubilado sin su historia criminal.

En los últimos cincuenta años entró y salió de la cárcel demasiadas veces. Cuando no estuvo tras las rejas, y como contracara de un mismo cuerpo, trabajó como oficial segundo en la Fiscalía Federal de Mar del Plata, a cargo de -recordemos este nombre- Gustavo Modesto Demarchi. El resto del tiempo, supo estar prófugo de la justicia.

Gustavo Demarchi

Un balazo en medio de la frente para Silvia Filler

La primera vez que Ullúa cayó en cana fue en diciembre de 1971, imputado por el crimen de la estudiante Silvia Filler. El 6 de ese mes y ese año, en la facultad de arquitectura de la Universidad Provincial de Mar del Plata, había una asamblea. Los estudiantes reclamaban algunos derechos negados por el gobierno dictatorial de Lanusse: la posibilidad de cursar de noche para aquellos que trabajaban de día, menor costo de materiales de estudio y la apertura de la universidad a sectores de la población fuera de una élite privilegiada. Filler tenía 18 años, cursaba primer año y era la primera vez que iba a una asamblea.

Los chicos y chicas estaban apiñados en el Aula Magna, un espacio no mayor de cuarenta metros cuadrados, cuando empezaron a escuchar palazos y cadenazos en los pasillos, un desbande, y un grito que muchos aún recuerdan: "Ahí vienen los fachos!". Volaron sillas, estallaron vidrios, y sonó el primer tiro al que siguieron varios más. Fue cuestión de un segundo y Silvia quedó tendida en las gradas, con un tiro en medio de la frente.

Silvia Filler

Los "fachos" llegaron al edificio del Rectorado, en la esquina de Diagonal Alberdi 2695, casi San Luis, en un segundo. Nadie los vio venir, parecían salidos de la nada. En realidad, habían recorrido pocos metros: se habían agrupado en la casa de Fernando Federico Delgado -también memoricemos este nombre-, en Diagonal Alberdi 2625. Eran unos quince o dieciseis: ninguno era estudiante de esa facultad y estaban lejos de ser unos pibes desorganizados, enojados vaya a saber por qué como quisieron mostrarlos entonces; como pretenden también ahora con los que entran con gases a las universidades, cincuenta años después. Los de entonces empezaron en el arte del apriete y el bufoso a fines de los 60 como integrantes de Tacuara.

Para cuando asesinaron a Silvia, ya eran mano de obra de la Concentración Nacional Universitaria, más conocida como CNU, una organización de extrema derecha que asoló, fundamentalmente, La Plata y Mar del Plata durante los primeros años de los 70, hasta que pasaron a ser mano de obra de la dictadura en el 76.

La cárcel por el crimen de la estudiante no duró mucho, en pocos meses fue sobreseído y en octubre de 1974 fue nombrado oficial segundo de la fiscalía federal a cargo de otro CNU, Gustavo Modesto Demarchi. Y poco tiempo después volvió a los mismos claustros a donde había asesinado a Filler, pero esta vez legitimado por un cargo, lo mismo que a otros de la patota de asesinos.

Cuando en 1975 la Universidad, que era provincial, se nacionalizó, el gobierno nombró como rector normalizador a Josué José Catuogno, uno de "los fachos" de la patota y éste, ni lerdo ni perezoso, nombró a Eduardo Cincotta como Secretario General y miembro del Consejo Académico de la Universidad Provincial de Mar del Plata y a Demarchi como coordinador docente.

Cincotta llevó más amigos, casi como una burla del destino, como un modo de mostrar que nadie podría con ellos: los que ya conocemos en estas páginas, Ullúa y Delgado, y Durquet, González y Oliveros, también de la patota, pasaron a desarrollar tareas de seguridad dentro del centro de estudios, tareas que consistían en labores ilegales de inteligencia. Llegaron a instalar un lugar de detención y tortura en el subsuelo del rectorado, como quedó demostrado décadas después en los Juicios por la Verdad. Los legajos de los integrantes de la CNU eran los únicos que no tenían foto dentro de los archivos de trabajadores de la Universidad.

Pero no conforme con tener un pie en la Justicia y otro en la Universidad, Ullúa también fue convocado por el interventor del Partido Justicialista local para conformar una comisión contra la infiltración marxista. Era la pata política partidaria

Los muchachos de la CNU

Ninguno pasaba los 25 años, pero cuando fundaron la CNU la mayoría se conocía de varios años atrás. El 23 de septiembre de 1967, durante la dictadura de Onganía, tres de ellos habían hecho su debut violento: Fernando Federico Delgado, que entonces tenía 18, Carlos Gómez y Ernesto Piantoni -otro nombre para memorar después- fueron en cana por unos días por haber interferido violentamente en una conferencia del entonces obispo Jerónimo Podestá, al que consideraban "un zurdo" por adherir a la reciente Teología de la Liberación. Por entonces estos lúmpenes pertenecían a Tacuara, de donde se fueron por considerar a la organización ultraviolenta y de extrema derecha como "muy de izquierda". Cuando allanaron la casa de Delgado -la misma de donde salieron la tarde de la asamblea- encontraron un arsenal.

Recorrido desde la casa de Delgado a la facultad

Piantoni, Delgado y Gómez se fueron de Tacuara detrás de Carlos Alberto Disandro, un profesor de la Universidad de La Plata que adhería al fascismo, al antisemitismo, y una visión cristiana opuesta al Concilio Vaticano Segundo. Tomaron el nombre de Concentración Nacional Universitaria y en Mar del Plata se presentaron oficialmente el 7 de agosto de 1971 en un acto realizado en el Teatro Alberdi, a cien metros de la casa de Delgado, como para no salir del barrio.

Además del trío mentado estaban en CNU los estudiantes de derecho Raúl Viglizzo y Oscar Héctor Corres quien, además, era policía. La organización, que tenía lazos con dirigentes sindicales como José Ignacio RucciLorenzo Miguel y el joven Hugo Moyano, hizo una demostración el 20 de noviembre de 1971, aniversario de la batalla de la Vuelta de Obligado, y quemaron gomas, tiraron bombas molotov y rompieron vidrieras en el centro de la ciudad.

Luego vino el crimen de Filler, pero por entonces eran muchos y se sentían fuertes: eran Beatriz Arenaza, Luis Raya, Oscar Silvestre Calabró, Carlos Cuadrado, Carlos Zapatero, Ricardo Scheggia, Adrián Enrique Freijo, Marcelo Arenaza, José Luis Piatti, Carlos Eduardo Zapatero, Raúl Rogelio Moleón, Alberto José Dalmasso, Gustavo Demarchi, Fernando Federico Delgado, Eduardo Pretelli, Mario Dourquet, Ernesto Macchi, Oscar Héctor Corres, Juan Carlos “Bigote” Gómez, José Catuogno, Ernesto Piantoni, Jorge De la Canale y Eduardo Ullúa entre otros.

Casi todos siguieron actuando como parte de las fuerzas parapoliciales durante la dictadura y en democracia se reconfiguraron en personas públicas con roles políticos, judiciales y mediáticos. Por caso, Adrián Freijo fue luego un periodista reconocido con fama de "justiciero" que en los 90 llegó a dirigir LU6 y que creó su propio partido vecinal con grandes chances de llegar a intendente; un camino similar transitó Demarchi, que llegó a juez y también fue candidato a intendente; o Jorge De la Canale, que no solo dirigió un comité deportivo sino que saltó a la fama como el abogado defensor del boxeador Carlos Monzón.

Centro clandestino de detención La Cueva

Cinco por uno

El 20 de marzo de 1975 Ernesto Piantoni, quien dirigía la batuta de la CNU marplatense,  iba en su 3CV por las calles del barrio Los Troncos. Eran las dos de la tarde y venía de la clínica donde unas horas antes había nacido su tercera hija, cuando se le cruzó un Peugeot 504 verde. De las ventanillas brotaron caños que dejaron al Citroen como un colador. Así y todo Piantoni logró bajar y devolver algunos tiros, antes de caer desplomado en el asfalto.

Esa misma noche y durante el velorio en "Casa Sampietro" Gustavo Demarchi asumió como jefe, que por entonces además era fiscal de la Nación.  Decidir la venganza por el crimen solo les tomó unos segundos. Iban a asesinar, casi al voleo, a cinco personas que creyeran podían tener algún tipo de relación con Montoneros, la organización a la que adjudicaron el crimen de Piantoni.

A la madrugada y desde la misma sala funeraria, se subieron a varios Falcon y a un Peugeot 404 y en caravana y con balizas en el techo, fueron a la casa del teniente primero (RE) Jorge Enrique Videla, en la calle España 855, les abrió la puerta el sobrino del dueño de casa, Enrique Elizagaray, referente de la Juventud Universitaria Peronista, y lo acribillaron a balazos. 

Uno de los vehículos acribillados en aquellas aciagas jornadas de los sangrientos setenta.

La banda secuestró entonces a Videla padre y sus dos hijos, Guillermo de 16 años y Jorge Lisandro de 22. Los cosieron a tiros y arrojaron sus cadáveres en una esquina del barrio Montemar. Faltaba uno para completar los cinco. Para eso fueron hasta la casa de la calle Falucho 3634, tocaron timbre, se presentaron como policías, secuestraron al médico dueño de casa, Bernardo Goldemberg, robaron dinero y objetos de valor, y se llevaron al hombre en un Falcon, siempre con la baliza sobre el techo, hasta un camino rural rumbo a Miramar donde lo dinamitaron.

La investigación de los homicidios cayó en la fiscalía del mismo Demarchi y de su ayudante Eduardo Salvador Ullúa.

El duro oficio de matar

El 24 de abril del 75, Fernando Federico Delgado -actualmente prófugo de la justicia- sumó dos nuevas muertes a su prontuario: en nombre de la CNU secuestró a Daniel Gasparri y a Jorge Stoppani, dos militantes de la Juventud Peronista. El cuerpo del Negro Gasparri apareció carbonizado en el asiento de atrás de su Peugeot 504, a unos metros estaba el cadáver de Stoppani con innumerables disparos.

La investigación de estos crímenes también recayó en la Fiscalía a cargo de Demarchi, así que el expediente se cerró en tiempo récord. Ullúa se encargó de archivarlo.

El viernes 9 de mayo del 75 fue el turno del secuestro y posterior asesinato de la ex decana de la Facultad de Humanidades, María del Carmen Maggi. La sacaron en un Falcon con baliza policial, a las 2.30 de la madrugada, de su casa de Maipú 4082 de Mar del Plata. Eran alrededor de 14 tipos que, según contó luego la madre de la docente, llegaron en tres autos y  tiraron la puerta abajo con sus armas largas. Su cadáver recién se lo encontró, semienterrado a la vera de un camino rural, el 23 de marzo de 1976. La causa fue cerrada sin avances investigativos el 2 de julio de 1975 cuando todavía no se habían cumplido dos meses del secuestro. El fiscal era Demarchi, su ayudante, Eduardo Salvador Ullúa.

El 3 de noviembre de 1975 Fernando Federico Delgado, Carlos González, Fernando Otero y Eduardo Salvador Ullúa estaban en San Juan. La madrugada los encontró a los cuatro arriba de un 504, esperando a que el diputado Ramón Pablo Rojas saliera de la casa de una amiga. A las cuatro y media de la mañana los hombres del Peugeot vieron salir el Falcon de Rojas. Lo siguieron. En la esquina de Paraguay y Avenida Riona la balacera fue tan tremenda, que todo el barrio se asomó a las ventanas, en plena madrugada. Rojas también estaba armado, y se resistió. Antes de caer desplomado con dos tiros en su cabeza y dos en su cuerpo, logró darle dos balazos a González, que murió en el Hospital a donde lo había llevado Otero, que marchó preso. El crimen fue por encargo del dirigente sindical de FOEVA, Delfor Ocampo, quien les pagó 50mil pesos de entonces por el trabajo. Delgado y Ullúa volvieron a Mar del Plata, sin que nadie los moleste.

La vivienda de Ullúa sobre la calle Mendoza, en la ciudad de Buenos Aires.

Con la dictadura, llegaron los ascensos

Después del golpe del 76, los integrantes de la CNU que no tenían puestos en algún poder el Estado, pasaron a integrar los servicios del Ejército y la Marina. Cincotta, por caso, dejó la Universidad con la nueva intervención y pasó a revistar como agente de inteligencia del Grupo de Artilleria Antiaéreo 601 que funcionó en Mar del Plata. Eduardo Salvador Ullúa dejó la fiscalía donde trabajaba con Demarchi y también pasó a planta del GADA 601. Fernando Federico Delgado se sumó al grupo.

Fueron la pata civil del  GADA 601 que a su vez fue asiento de la Jefatura de la Subzona 15, desde donde se ejecutó la política de terrorismo de Estado en el área de Mar del Plata y alrededores. En sus instalaciones funcionó un centro clandestino de detención, conocido como "La Cueva".

Entre los crímenes de lesa humanidad cometidos en sus instalaciones se encuentra la masacre conocida como "La noche de las corbatas", el crimen de catorce abogados laboralistas y uno de los casos más emblemáticos del horror en Mar del Plata y el país. Ullúa fue acusado de ser quien señaló a las víctimas de esa noche fatal, como así también por ser quien tenía mayor ensañamiento con las mujeres, preferentemente embarazadas, a las que violó cuando pasaron por el centro clandestino.

Negocios en democracia: "Operación Langostino"

 Ullúa siguió en sociedad con algunos de sus viejos amigos. Se presume que junto a Fernando Federico Delgado y Eduardo Cincotta siguieron en contacto con el abogado Jorge De la Canale, que por entonces era reconocido en Mar del Plata también por ser uno de los impulsores de los Juegos Panamericanos en la ciudad. De la Canale, que estuvo en los inicios de la CNU, y que luego fue abogado de la intervención de la UOM durante la dictadura,  saltó a la tapa de los diarios en enero de 1988, cuando se presentó como el abogado del boxeador Carlos Monzón, luego de que éste asesinara a su esposa, Alicia Muñiz. El hombre que nunca se separaba de su pipa y su estricta elegancia, habría cobijado a sus tres compinches de antaño bajo su ala, al fin y al cabo Ullúa también era abogado.

El cuarteto incursionó en la industria pesquera: montaron durante un tiempo una planta procesadora de pescado que no prosperó o no quiso prosperar; y en la compra y venta de campos, no siempre de manera legítima. Aparentemente aplicaron en dos o tres ocasiones un mismo método: socializaban con algún hombre de campo al que convencían de hacer algunos negocios pequeños, que daban resultado, hasta ir asfixiándolo en un sistema de pinzas de amedrentamiento y negocios cada vez más turbios, hasta que el hombre firmaba todo lo que le pusieran delante con tal de no vivir más amenazas o aprietes. Así se habrían quedado con campos en el norte argentino, uno de los cuales habría estado a nombre de Jorge De la Canale.

Para cuando De la Canale aparecía en televisión todos los días por el caso Monzón, los otros también saltaron a la tapa de los diarios. El 12 de julio de 1988 quedarían procesados por su participación en el "Operativo Langostino",  la primera gran causa de narcotráfico en la Argentina en la que se  secuestraron 587 kilos de cocaína ocultos en cajas de langostinos congelados que tenían como destino Estados Unidos. 

La empresa pesquera involucrada en la maniobra fue la marplatense Estrella de Mar. La droga había llegado previamente desde Colombia y bajado en pistas clandestinas de un campo en Santiago del Estero. Delgado, que habría sido "capataz" en esos campos, zafó de la cárcel.

Ullúa estuvo preso once años por su participación en el tráfico de esas drogas, y en su momento le dijo a otro de los presos, Ciga Correa, ni bien cayeron: "no te preocupes, los amigos se van a ocupar". A los pocos minutos tuvieron el asesoramiento penal de Jorge De la Canale.

Las condenas

Eduardo Salvador Ullúa quedó libre al finalizar el milenio y vivió tranquilo hasta que con la llegada de Néstor Kirchner al gobierno se anularon las leyes de obediencia debida y punto final y comenzaron los Juicios por la Verdad. Como su viejo amigo Fernando Federico Delgado, cuando sintieron el acecho de la ley, se profugó. De Delgado no se sabe nada desde 2007, escondido en algún lugar del país. Ullúa no tuvo tanta suerte: luego de nueve años prófugo, en 2017 volvieron a detenerlo: esta vez por los crímenes cometidos como integrante de la CNU. Perpetua. A esa causa se le sumó otra, por su participación en el Centro Clandestino "La Cueva": ocho secuestros, torturas y asesinatos. Perpetua.

Sobre su responsabilidad, niega todos los hechos. Lo único que admite es haber falsificado documentos para comprar y vender un campo como parte de una estrategia de lavado de activos, algo que nunca se investigó y que podría ser parte de esa trama de aprietes para quedarse con propiedades rurales de incautos. 

La defensa de Ullúa pidió su libertad condicional, diciendo que llevaba más de 20 años detenido –si se contaba la detención por narcotráfico y se le aplicaba la ley del 2x1. No se la concedieron y sus huesos fueron a parar a la Unidad 34 de Campo de Mayo. Con la excusa de la pandemia, pidió tener el beneficio de la prisión domiciliaria.

El periodista Javier Andrada entrevistó a Ullúa para Revista Cítrica. Cuenta que lo primero que le dijo cuando llegó a Campo de Mayo fue: "Que las condiciones no eran aptas para gente de edad avanzada. Que no podía ser que una persona mayor como Etchecolatz estuviera ahí y no le dieran la prisión domiciliaria. Un día llamé, pedí hablar con el interno Ullúa y después él vino y me dijo “¿qué es eso de interno?, llamame por mi nombre porque los que atendemos acá somos nosotros”.

Desde abril de 2022, finalmente, Ullúa goza de prisión domiciliaria. Delgado sigue prófugo. De la Canale murió y tuvo reconocimientos públicos y sociales por su labor en favor del deporte marplatense. Demarchi murió en prisión.