Al estilo Milei, Trump embiste contra Harvard y usa el presupuesto como herramienta de castigo
La Casa Blanca bloqueó financiamiento a Harvard por negarse a limitar el activismo estudiantil. Como Milei en Argentina, Trump redobla la ofensiva contra las universidades que no se alinean con su agenda política.
A lo Milei, Trump también se pelea con las universidades. En un movimiento que resuena fuerte desde este lado del continente, el expresidente estadounidense bloqueó más de 2200 millones de dólares en subvenciones a la Universidad de Harvard por negarse a acatar una serie de exigencias de su administración que buscaban restringir el activismo en el campus. La medida, que incluyó además la suspensión de contratos por otros 60 millones, expone un patrón de presión política contra el mundo académico que recuerda —y mucho— a la actual disputa entre el gobierno de Javier Milei y las universidades públicas argentinas.
La gota que colmó el vaso para la administración de Trump fue la negativa de Harvard a implementar reformas internas impuestas desde Washington: cambios en su estructura de gobierno, una auditoría sobre sus políticas de diversidad, y el fin del reconocimiento de algunos clubes estudiantiles. Lejos de quedarse ahí, Trump subió el tono en su red social Truth Social: “Tal vez Harvard debería perder su estatus de exención impositiva y ser gravada como una entidad política si sigue promoviendo esta ‘enfermedad’”.
La historia no es nueva. Esta es la séptima vez que el trumpismo recurre a la suspensión de fondos como herramienta de castigo a universidades que considera hostiles a su línea ideológica. Seis de ellas forman parte de la Ivy League, el grupo más prestigioso de la educación superior en Estados Unidos. Harvard, una de las instituciones académicas más reconocidas del mundo, decidió plantarse. “La universidad no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales”, escribió su presidente, Alan Garber, en una carta dirigida a la comunidad educativa.
Las similitudes con la realidad argentina son inevitables. Así como Milei acusa a las universidades nacionales de ser “centros de adoctrinamiento socialista” y les recorta el presupuesto mientras denuncia “ñoquis”, en Estados Unidos Trump las acusa de ser cómplices del antisemitismo y del terrorismo ideológico. El caso de Harvard explotó tras una serie de protestas estudiantiles contra la guerra en Gaza, que el expresidente republicano aprovechó para desplegar una narrativa de “tolerancia cero” al disenso. En Argentina, el gobierno libertario tomó el reclamo estudiantil por mayor financiamiento como una provocación, y lo respondió con una auditoría general a todas las casas de estudio.
Pero hay algo más profundo: el intento de ambos gobiernos por condicionar el pensamiento crítico desde el poder estatal. En EE.UU., Trump exige políticas de admisión y contratación basadas “en el mérito”, la prohibición del uso de máscaras en el campus —para frenar protestas— y la suspensión de clubes estudiantiles que considere subversivos. De este lado del continente, el Ejecutivo manda señales de querer intervenir estructuras universitarias con el mismo objetivo: alinear políticamente el debate dentro de las aulas.
El bloqueo de fondos a Harvard despertó fuertes rechazos. El expresidente Barack Obama se pronunció en X: “Harvard ha dado el ejemplo al rechazar un intento ilegal y torpe de sofocar la libertad académica”. También se pronunciaron exalumnos, organizaciones docentes y la Asociación Estadounidense de Profesores Universitarios, que presentó una demanda contra el recorte.
En la demanda contra el gobierno norteamericano se denuncia que Trump no respetó los procedimientos del Título VI antes de recortar los fondos. Según la legislación, se requiere notificación previa tanto a la universidad como al Congreso. “Estas demandas buscan imponer a Harvard una visión política del gobierno y forzarla a castigar las voces disidentes”, plantearon los abogados.
Como dato relevante, la amenaza de Trump va más allá de Harvard: advirtió que podría congelar hasta 9000 millones de dólares en contratos y subsidios federales a otras universidades si no se alinean con sus criterios. Es un precedente fuerte, no solo para el ámbito educativo estadounidense, sino también como espejo de lo que podría replicarse en otras latitudes. En el caso argentino, el Gobierno aún no convocó al Consejo Interuniversitario Nacional para discutir el presupuesto, y el tiempo corre.