Sustitución de importaciones: ¿Puede argentina mantener una política comercial confrontativa?
La mirada global pos pandemia y la estrategia comercial del Gobierno ante el mundo. El modelo ISI en la historia argentina significa más trabas y mayores costos para importar. No es viable pensar en más condicionantes ante una frágil actividad económica.
En las últimas semanas ha resurgido un viejo concepto de la política argentina: la sustitución de importaciones. Según el Ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, uno de los ejes centrales del plan de reactivación económica para la post pandemia es la promoción de exportaciones y el fomento de la sustitución de importaciones, en especial de los sectores industriales.
La historia argentina demuestra que, en la práctica, la sustitución de importaciones significa más trabas y mayores costos para importar. Los resultados de la última encuesta de la Cámara Argentina de Comercio (CAC) ya muestran algunas señales en este sentido. En ella se observa que las autorizaciones y permisos estatales son las principales dificultades que están enfrentando hoy los importadores, en particular los retrasos en las autorizaciones de las Licencias No Automáticas de importación.
Es necesario entender que mantener o profundizar una política comercial de sustitución y restricción de importaciones implicará confrontar con nuestros socios comerciales y con los exportadores, golpeando a las propias exportaciones que se intenta impulsar.
¿Por qué decimos esto? Primero, porque el 80% de las importaciones argentinas están integradas por insumos productivos. Estos son bienes de capital, sus piezas y otros bienes que en gran parte son utilizados directamente por las empresas exportadoras o por empresas que son proveedoras de estas últimas. Si se aumentan los costos para los importadores de estos insumos se generará uno de dos efectos: encarecimiento de bienes clave para los procesos productivos o, directamente, el desabastecimiento de insumos importados para los cuales no hay ningún tipo de sustituto nacional. Bajo cualquier caso, el aumento de costos que el Estado genere sobre las importaciones al final del día terminará trasladándose a las empresas exportadoras, reduciendo su competitividad y su capacidad de posicionarse en los mercados externos.
Segundo, porque los efectos finales de la política comercial argentina también dependerán de cómo reaccionen nuestros socios comerciales ante la implementación de medidas que afecten negativamente a sus exportaciones. En 2019, el ahora presidente del Uruguay, Luis Lacalle Pou, expresó claramente estos impactos cuando hizo referencia a las trabas a las importaciones que implementó Argentina entre 2011 y 2015: “...parece que nos olvidamos que funcionarios de primer nivel del gobierno argentino terminaron con algunas industrias que empleaban casi 500 mujeres en el sur de nuestro país, de confección que no pudimos exportar a Argentina”.
La cuestión a tener en cuenta es que, en el escenario internacional, se manejan reglas de reciprocidad. La apertura de oportunidades y mercados para las exportaciones argentinas también depende de las oportunidades y mercados que abra Argentina. Pretender una política de restricción de las importaciones junto a la apertura de nuevos mercados que impulsen nuestras exportaciones es algo casi fantasioso.
Llamativamente, desde la Cancillería argentina se ha expresado esta visión. "Si no somos capaces de abrir algunos espacios en nuestro nomenclador arancelario vamos a tener limitaciones muy importantes en el resto del mundo, sobre todo en el marco de la pandemia donde todos los países están viendo con muchísimo cuidado el tema de sus mercados internos y la protección", dijo a principios de agosto el Secretario de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería, Jorge Neme.
Hay varias iniciativas en curso que requieren un enfoque de este tipo y que tienen la capacidad de potenciar las exportaciones argentinas: el Acuerdo Mercosur-UE, las negociaciones Mercosur-Canadá, y las negociaciones para aperturas de mercados agroindustriales.
La fragilidad competitiva del país refuerza la idea de que nuestras empresas no pueden darse el lujo de que se avance en una política de confrontación que provoque el cierre de mercados. Por el contrario, se necesita el apoyo de una diplomacia activa que abra nuevas oportunidades de exportación y que priorice los intereses argentinos sin olvidar su interdependencia con los intereses de los demás países.
La pregunta que queda pendiente es cuál de estas dos visiones será la que guíe la política comercial argentina.