El 2021 no empezó bien en materia de precios. Un primer mes con 4% y un febrero que apunta a la zona del 3%. De confirmarse este resultado, los diez meses restantes deberían consolidar un 1,8% mensual (promedio uniforme) para cerrar una inflación del 29%, conforme a la hipótesis planteada en el presupuesto. Un desafío que no es imposible, pero es complejo.

Esta inflación se siente mucho más sobre los bolsillos porque presenta mayor incidencia sobre los rubros alimenticios, y en particular sobre los productos básicos en la mesa de los argentinos. Para paliar este efecto, los acuerdos de precios se muestran como un complemento necesario a la normalización monetaria, financiera y fiscal. Pero no se puede pedir peras al olmo y si la macroeconomía no acompaña este ordenamiento, no va a ser suficiente.

Una administración de precios inteligente es esencial para mantener la tendencia a la baja de la inflación, en conjunto con una macroeconomía más estable. En los últimos meses se debatió mucho sobre la posibilidad de establecer "anclas" inflacionarias para pisar los precios y aplacar la inflación. Cuando se piensa en un "ancla", en economía se vincula con variables que se mantienen rígidas, que quedan inmóviles y de esa forma frenan los precios.

Ese no parece el mecanismo más efectivo para un esquema macro de alta inflación y con múltiples tensiones a la hora de alinear expectativas. Más que "anclas", lo que pareciera más apropiado para este contexto es establecer "lomas de burro". Léase, ralentizar la velocidad de crecimiento para algunas variables nominales, sin llevar a cero ese crecimiento. Que la alta nominalidad se vaya reduciendo, pero sin buscar -infructuosamente- frenarla en seco.

Entre las anclas más mencionadas están el dólar y las tarifas reguladas por el Estado. En materia cambiaria se viene hablando frecuentemente sobre un virtual congelamiento "‘de cara a las elecciones". El planteo es que "planchar" ficticiamente el dólar sería la estrategia elegida por el equipo económico para construir un puente hasta las elecciones de medio término. Nada más distante de esto. La política cambiaria fue definida desde el inicio de gestión con una regla bien clara, que se podría simplificar de la siguiente forma: el tipo de cambio ya es suficientemente alto para potenciar las exportaciones.

No hace falta devaluar más, pero tampoco queremos que se atrase. Por tanto, se deberá sostener su valor real en niveles estables. Acorde a esta definición, en el primer año de Gobierno el dólar mayorista aumentó 38% contra una inflación del 36,1%, lo cual implica una depreciación real del peso del 1,4%. En contraste, este año la previsión presupuestaria para el avance del dólar es del 25%, contra una inflación que se presupone en el 29%.

En síntesis, el consolidado bianual dará como resultado un tipo de cambio real virtualmente constante. Con esto, se tiene el primero de los efectos de "loma de burro". El dólar este año no se va a mantener inmutable, sino que va a avanzar a menor velocidad. No se va a atrasar, pero ya alcanzó un valor lo suficientemente alto, que vuelve innecesario devaluar más.

El segundo bloque de precios relevante es el tarifario. También en las últimas semanas se ha instalado que una posibilidad para anestesiar la dinámica inflacionaria sería mantener el congelamiento de tarifas de los servicios públicos y demás regulados. Estas ideas tampoco reflejan cabalmente las decisiones que se están tomando. Una y otra vez, desde el Ministerio de Economía se reafirmó la necesidad de mantener el equilibrio entre cuidar los salarios, evitando a su vez aumentar el "ticket" para el Estado.

De este aparente "callejón sin salida", se escapa a través de la segmentación. La estrategia implicará distinguir entre el consumo de grandes usuarios (industrias y comercios de porte, además de residenciales con altos ingresos) de aquellos sectores con ingresos bajos y medios. Evitar encarecer los costos sobre las familias, pero sin incrementar la cuenta de subsidios para el Estado. En este aparente "juego de suma cero", los proveedores de servicios también deberán poner su parte. Parte de los márgenes de ganancia en algunos eslabones de la cadena de valor energética ya fueron recompuestos con los mega tarifazos de 2016 a 2018. A pesar del congelamiento del último año y medio, algunas empresas siguen teniendo colchón suficiente.

El gran desafío para este año es contener la inflación y su correlato en la mejora de los salarios. Para eso no hay fórmulas mágicas; cuando se probaron recetas de shock basadas en una dinámica de desinflación acelerada, el problema solo se exacerbó. En contrario, la postura de esta administración es apuntar a un sendero de caída suave y persistente: trabajando en atacar las "instituciones inflacionarias" a través de un continuo diálogo con los actores involucrados en la formación de precios; con un Estado muy activo, trabajando en coordinar expectativas; y empezando a levantar las "anclas" inflacionarias, pero pavimentando en simultáneo las "lomas de burro".