Presión fiscal y esfuerzo fiscal: ¿Por qué es tan importante diferenciarlos?
En muchas ocasiones -algunas por ignorancia y otras por mala intención- se utiliza el concepto de presión fiscal para hablar de los impuestos sobre las personas, empresas o países, pero ¿es correcto?
“Tal vez los escandinavos somos felices porque pagamos altos impuestos”, dijo Meik Wiking, el danés que “mide la felicidad” en el mundo. Aparentemente, Wiking ha estudiado mucho sobre qué hace a una población más feliz que otras, pero queda claro que de impuestos no sabe nada. Por eso, hoy quiero aprovechar su profunda ignorancia y su ridícula afirmación para aclarar algunos términos.
En muchas ocasiones -algunas por ignorancia y otras por mala intención- se utiliza el concepto de presión fiscal para hablar de los impuestos sobre las personas, empresas o países, pero ¿es correcto? La mayoría de las veces no, porque quienes hablan de presión fiscal quieren hacer referencia a la carga que significan los impuestos de un país para sus ciudadanos.
Por eso quiero recordarle a Meik Wiking, y a tantos otros que hablan como si supieran, que existe un indicador más preciso para medir el nivel de impuestos que deben pagar los ciudadanos y es el esfuerzo fiscal.
¿Qué es la presión fiscal y qué es el esfuerzo fiscal?
La tan mencionada presión fiscal -es el indicador que los países escandinavos tienen más alto que otros países- se refiere al nivel de impuestos que se aplican en un país y, por lo tanto, se mide como el porcentaje de la recaudación fiscal obtenida por un país en relación a su PIB. ¿Es un indicador relevante? Sí, pero no es completo y no nos sirve para sacar conclusiones si lo tomamos de forma aislada.
Por eso, justamente, nace el esfuerzo fiscal, un indicador que va más allá y tiene como objetivo medir el grado de sacrificio que realizan los pagadores de impuestos de un país en términos de recaudación impositiva. ¿Cómo se mide? Como el porcentaje de la presión fiscal de un país en relación a su PIB per cápita.
Una vez aclarados ambos términos, resulta lógico que, al momento de entender la realidad impositiva de un país o de comparar países en materia impositiva, se elija al esfuerzo fiscal como indicador principal y no a la presión fiscal.
Naturalmente, el esfuerzo fiscal se acerca de forma mucho más precisa a los bolsillos de los pagadores de impuestos y eso nos permite interpretar y decodificar de forma acertada la realidad de un país y sus ciudadanos.
En otras palabras, solamente alguien que ignora por completo la diferencia entre los conceptos presión fiscal y esfuerzo fiscal puede hacer una afirmación tan temeraria y errónea, como la de Meik Wiking.
A modo de ejemplo, y para finalizar la columna, permítanme mencionar que en la última edición del ranking de infiernos fiscales que elaboramos con The 1841 Foundation, incluimos 83 países, que fueron ordenados del peor al mejor.
¿Saben qué puesto ocupó Dinamarca? ¡El 82! Queda clarísimo entonces que la felicidad que dicen tener los escandinavos puede deberse a distintas razones, pero sin dudas, el esfuerzo fiscal que hacen sus ciudadanos no es una de ellas.