Desde que asumió el gobierno de Alberto Fernández, el BCRA no se ha comportado uniformemente. En los casi ya dos años de mandato, la entidad dirigida por Miguel Ángel Pesce supo mostrar dos caras ajustándose a las preocupaciones del momento. Por un lado, una cara heterodoxa con la que el gobierno y el BCRA se sienten cómodos y, por otro lado, una cara ortodoxa con la que ni el gobierno ni el BCRA se sienten cómodos.

El oficialismo asumió y pocas semanas después llegó la realidad de la Pandemia. Ante la crisis, el BCRA no dudó en mostrar su faceta preferida y la emisión monetaria adoptó su cara heterodoxa. La maquinita funcionó a todo vapor hasta alcanzar un pico en agosto del año pasado. Para ese entonces, la base monetaria se incrementaba en torno al 77% interanual. Justo en ese mes, la inflación mensual anotaba un 2,7% mensual, acelerándose fuertemente del 1,9% obtenido en julio. Más aún, el promedio de la inflación mensual del 2020 era de 2,1% hasta julio. El salto inflacionario de agosto asustó al BCRA, que optó entonces por quitar el pie del acelerador y la evolución de la base monetaria se redujo notablemente, ingresando así en su faceta ortodoxa. Esta es la cara que le sienta incómoda al BCRA. El apretón monetario no es algo que el BCRA quería, sino que se aplicó por el susto de ver que la inflación tomaba otra velocidad. Así, quienes pensaban que la emisión no generaba inflación, finalmente tuvieron que recalcular en la velocidad de la emisión. Sin embargo, ya era tarde porque la emisión genera efectos inflacionarios con retardos.

Las consecuencias se vieron meses después con niveles de precios que llegaron a superar el 4% mensual y en marzo del 2021 alcanzando la horrible cifra del 4,8% mensual (la inflación anual de varios países de la región). Esta faceta duró hasta mayo de este año, cuando la evolución de la base monetaria alcanzó un piso de 16% interanual. 

A partir de entonces, el BCRA volvió a las andanzas y a mostrar su rostro preferido. La emisión monetaria volvió a cobrar velocidad y, lo peor de todo, es que seguramente la emisión se profundice, principalmente por dos razones. En primer lugar, por el contexto de elecciones legislativas donde el oficialismo se sentirá cómodo emitiendo pesos “para ponerle plata en el bolsillo a la gente”.

Por otro lado, los vencimientos de deuda interna son sumamente desafiantes en el segundo semestre. De esta manera, por más que las colocaciones sean exitosas y se logren refinanciar todos los vencimientos que restan, difícilmente se van a conseguir fondos extra para financiar al Tesoro por esta vía. El protagonismo de la emisión monetaria crecerá para financiar el déficit.

De ocurrir esto, las consecuencias ya son más que conocidas… más inflación y más empobrecimiento y pérdida del poder adquisitivo. En lo que resta del semestre es probable que la inflación ronde cerca del 3% mensual e incluso menos. Sin embargo, post elecciones, la inflación volverá a elevarse si se materializa el retorno del BCRA a su rostro heterodoxo acelerando la emisión monetaria. Para peor, no debemos olvidarnos de que padecemos una elevada inflación con parches que no son duraderos (precios cuidados, tarifas pisadas, etc.). 

Recordemos que la inflación es hija de la emisión monetaria, que a su vez es hija del déficit fiscal, que en última instancia responde a un elevado gasto público. En tanto y en cuanto Argentina no se comprometa a reducir el déficit fiscal, seguirá conviviendo con elevados niveles de inflación.

Las dos caras del BCRA