El Banco Central no debe ser apéndice del Gobierno
La Argentina se encuentra dentro del modelo capitalista. Es verdad. Pero ¿hasta qué punto lo está realmente? El capitalismo argentino se sostiene, en buena parte, por hábitos perversos.
Con acierto, los economistas Kydland y Prescott remarcan la importancia de lo institucional y ponen de manifiesto cómo las expectativas y la confianza en el Estado afectan las decisiones económicas. Así hablan de la “fortaleza de las instituciones”. Tal fortaleza está correlacionada con el respeto a los derechos de propiedad y la estabilidad en las reglas de juego.
En tal sentido, focalizan su atención en los incentivos que un gobierno tiene para rever sus planes iniciales y no cumplir lo prometido. Y también entienden que las personas y las empresas toman sus decisiones sobre la base de lo que creen que un gobierno va a hacer en el futuro. Por lo tanto, es muy importante que siga reglas fijas que incrementen la confianza del público. De allí que remarquen cuán gravitante es la fortaleza de las instituciones.
No es muy distinto a lo que recomendaron los hombres de la generación del 37. “Los estímulos para la inversión -escribía Alberdi- no son otros que la libertad, la seguridad, la igualdad (ante la ley) para todos los habitantes o ausentes del país.”
La Argentina se encuentra dentro del modelo capitalista. Es verdad. Pero ¿hasta qué punto lo está realmente? El capitalismo argentino se sostiene, en buena parte, por hábitos perversos. Es un capitalismo más abocado a la satisfacción de quienes participan de las prebendas que al bien común. Con el tiempo, esta forma de hacer negocios se ha institucionalizado. Hay empresarios que viven del gasto público y de los gobiernos que crean mercados cautivos. Así unos a otros se alimentan. Dependen de grandes proyectos y negocios salidos del Estado que, a la postre, alimentan la maquinaria inflacionaria.
En este sentido, llama la atención que la mesa, donde la Ministra de Economía ha anunciado medidas económicas, sea compartida con el presidente del Banco Central. Ello revela la escasa autonomía de este organismo con el Ejecutivo. Justamente en este tiempo de elevadísima inflación, cuando la economía pide a gritos la generación de expectativas de estabilidad monetaria y de confianza para evidenciar el propósito de instrumentar políticas que garanticen la disciplina fiscal necesaria para evitar prácticas monetarias que desestabilizan la moneda. Porque el Banco Central debe quedar afuera del manejo discrecional de la política. La autonomía debe considerarse una prioridad clave para permitir una recuperación económica inclusiva y sostenible.
Un banco central debe centrar su objeto de ser en la estabilidad monetaria y la estabilidad financiera que son el resorte fundamental en la generación de empleo y en el desarrollo económico con equidad social. Porque no debe olvidarse: el empleo y el desarrollo son consecuencia de la estabilidad.
Cuando un país cuenta con un Banco Central realmente autónomo de las decisiones del Poder Ejecutivo, cuando mantiene, de forma más o menos estable, un cuadro fiscal saneado y un régimen de derechos de propiedad casi sagrado, cuando hay apertura económica y un mercado de trabajo flexible y cuando el entorno político-institucional brinda una adecuada previsibilidad en las decisiones, la política está en situación de dar los resultados buscados por la autoridad económica. La previsibilidad es resultado del comportamiento sobre todo de las autoridades pero también de las fuerzas vivas de la sociedad que, en el marco de una determinada estructura institucional, conocer por anticipado, en buena parte, lo que va a suceder.