Control de precios: ¿qué nos dice la historia?
Ejemplos que confirman que estos controles no sólo son ineficientes, sino que además producen los efectos contrarios a los que se buscan.
La idea de poner un control a los precios cuando estos aumentan no es nueva. En el libro “4000 años de control de precios y salarios”, Robert Schuettinger y Eamonn Butler reseñaron las consecuencias de estas prácticas a lo largo de más de 40 siglos de historia. En esta columna hemos seleccionado algunos ejemplos que confirman que estos controles no sólo son ineficientes, sino que además producen los efectos contrarios a los que se buscan.
Tomemos por caso el Código de Hammurabi que hace más de 4000 años impuso un férreo sistema de controles de precios y salarios en Babilonia, el cual ocasionó una fuerte caída en la actividad económica y comercial durante su reinado y el de sus sucesores. Los controles, provocaron la salida del mercado a productores y trabajadores que no estaban dispuestos a producir por debajo de sus expectativas, haciendo que disminuya la oferta de bienes, provocando el consecuente aumento de precios. El Código, entre ciento de disposiciones, establecía algunas medidas como:
1- “Si un hombre contrata a un trabajador de campo, deberá darle ocho gur de maíz por año.”
2- “Si un hombre contrata un buey para trillar, 20 qa de maíz es su paga.”
3- “Si un hombre ha contratado un carro solo, deberá dar 40 qa de maíz per diem.”
Otro caso interesante es el de Atenas en el Siglo de Oro, una ciudad estado muy poblada, pero con una región rural limitada para producir alimentos, lo cual implicaba mucha demanda y poca oferta de los mismos. Para “resolver” esta situación, al gobierno se le ocurrió crear un ejército de inspectores (llamados Sitophylakes) para controlar que los precios de los granos fueran “justos”.
El propio Aristóteles aprobaba esta política al decir que el gobierno tenía que velar porque “el grano fuera vendido en el mercado a un precio justo, que los molineros vendan harina en proporción al precio de la cebada, que los panaderos vendan el pan en proporción al precio del trigo”. De todos modos, aún bajo la amenaza de pena de muerte, los propios no lograban hacer cumplir la ley. Uno de los políticos que promovían estos controles afirmaba: “muchos han sido sometidos a juicio por sus vidas; y (prefieren) arriesgar su vida cada día, en vez de dejar de obtener de ustedes (los clientes) sus beneficios…”. Está claro que los controles no funcionaron y los precios solo subieron a medida que aumentaban los controles.
Uno de los casos más conocidos de controles de precios de la historia, es el de Roma bajo Diocleciano quien en el año 301 emitió el famoso Edicto de Diocleciano sobre precios máximos. En los primeros años de la era cristiana Roma adoptó una política de precios bajos para los alimentos, lo cual desalentó la producción, al mismo tiempo que alentó el consumo. Lo que se logró fue que la situación se volviera insostenible a lo largo de las décadas, razón por la cual Diocleciano decidió emitir su edicto, en el cual se atribuía la inflación “a la avaricia de los mercaderes y especuladores”. Los controles establecían penas tanto para los que teniendo mercancías no las vendían al precio fijado, así como a aquellos que compraran a un precio superior al establecido. Mientras tanto, el denario romano no dejaba de devaluarse, perdiendo en 4 años el 250% de su valor con respecto al oro.
No fue distinto el resultado cuando el gobierno de Londres trató de controlar el precio del vino en 1119 y en 1330. La ley establecía que la bebida se vendiera a un precio “razonable” teniendo en cuenta para ello los costos de importación más otros gastos. De todos modos, ante la escasez que produjeron estos controles y el malestar de la población el gobierno debió ceder en su postura. Algo similar ocurrió durante la Dinastía Tudor, a lo largo del siglo XVI pretendió controlar el precio de muchas mercancías. Estas prácticas se hicieron particularmente reiteradas durante el reinado de Enrique VIII cuyos excesivos gastos hicieron que el monarca buscara fondos extras disminuyendo el contenido metálico de las monedas, lo cual se traducía automáticamente en un aumento general de precios.
Contemporáneamente, del otro lado del Mar del Norte, se producía un fenómeno similar en Bélgica. Entre 1584 y 1585 la ciudad de Amberes, sitiada por los españoles, sufrió escasez de mercancías, lo cual produjo un aumento en el precio de los alimentos. Ante esta situación, el gobierno de la ciudad decidió poner precios máximos, estableciendo severas penas para aquellos que quisieran vender alimentos a precio de mercado. El resultado fue doblemente negativo: por un lado, desalentó la llegada de productos desde el exterior ya que ningún comerciante quería correr el riesgo de atravesar las fuerzas sitiadoras para vender sus productos a un precio menor al del mercado y, por el otro, se alentó un consumo descontrolado de los alimentos ya que estos estaban más baratos de lo que marcaba el mercado. La consecuencia de esta medida terminó favoreciendo al Duque de Parma que en 1585 logró ocupar la ciudad de Amberes, ya que ante la falta de alimentos no encontró resistencia en los pobladores.
El libro de Schuettinger y Butler abunda en ejemplos de este tipo. Gobiernos que gastan de más y pretenden controlar el precio de los bienes que, como producto de la devaluación de su moneda, aumentan. Lo que hace el gobierno argentino hoy, ya se ha hecho innumerables veces en el mundo y en Argentina, siempre con el mismo resultado. Pare nuestro caso, la situación es aún más grave ya que la población conoce el final de estos intentos de contener la inflación. La experiencia de los últimos70 nos ha enseñado perfectamente la relación causa-efecto de tener una política de emisión descontrolada y la futilidad de todos estos controles.