Algunos desafíos en el plan cortoplacista
La buena noticia fue la desaceleración de los precios desde niveles sostenibles, pero la mala es que el gabinete económico tuvo que intervenir para frenar la escalada del Blue. Las restricciones y sus efectos de incertidumbre en el mercado.
La semana dio una buena sorpresa en materia inflacionaria: lograr consolidar dos semanas de fuerte desaceleración de los precios desde niveles insostenibles, al menos para el relevamiento de alimentos y bebidas que realizamos desde LCG. Así y todo, ilusionarse con que la inflación podría ceder fuertemente hacia el segundo semestre convergiendo al 2% (toda una odisea), implica alcanzar niveles cercanos a una inflación del 45% a diciembre. No es el 29% del presupuesto, que ya es imposible, pero tampoco es el 60% al que se encaminaba.
Esta inflación, alta, convive con una acumulación de inconsistencias (atraso cambiario, tarifario, controles, etc.) que difícilmente se puedan sostener en 2022 sin daños en el lado real de la economía. Aun cuando desacelere en el corto plazo, la inflación seguirá siendo un problema que acompañará lo que le queda de mandato a este Gobierno.
La mala noticia de la semana tiene que ver con la necesidad que tuvo el gabinete económico de intervenir para frenar la escalada del Blue y el resto de los dólares libres. Así como una política de contención de precios para unos meses puede ser efectiva, en esos mismos meses es muy probable que la tensión en el mercado de cambios aumente.
El BCRA no logró acumular una cantidad de reservas significativa. Las de rápida disponibilidad siguen nulas y la tenencia de títulos para intervenir en el mercado de bonos a fin de sostener el precio y evitar una suba del CCL y MEP también fue escasa, reflejada en el aumento de USD 1.000 M en la tenencia de títulos de la autoridad monetaria.
En el corto, retrasar el tipo de cambio permite diferir inflación en el tiempo, en ese mismo período la lucha será con controlar al tipo de cambio libre. El día después ni es considerado como una preocupación para quienes conducen la política económica, la política económica post elecciones estará sujeta a cómo le vaya al oficialismo y qué tan aceptable es para el público una polarización y radicalización tanto del oficialismo como de la oposición.
Las medidas de restricción extendiéndose en el tiempo causan más incertidumbre y abren un interrogante acerca de cómo será el ánimo de acá a unos meses. El ritmo de vacunación aún es bajo, más aún cuando se ve la cantidad de personas con ambas dosis (alrededor del 2%). Convivir con restricciones implicará un dinamismo menor de la actividad y peores indicadores socioeconómicos.
Bajo este contexto de restricciones, estadísticamente la economía puede crecer, si las mismas duran un trimestre y no afectan a la industria y la construcción podemos pensar en un ‘crecimiento’ del 4%-5%. Luego de una caída de 9,9%, recuperar la mitad implica que aún la anemia se sentirá.
Más aún, sin medidas de apoyo podríamos ver intensificada la pobreza, quizás no un incremento de la tasa como en el 2020, pero sí una mayor distancia de los pobres al umbral que los separa de esta situación. Este escenario no es promisorio para un oficialismo que debe estar tomando nota de cómo la pandemia hizo perder a oficialismos de todos los colores alrededor del mundo.
Un escenario menos auspicioso para el mediano plazo, debido a que esto invita a centrar los esfuerzos por polarizar con la oposición. Habrá que ver cómo reacciona esta última. No tanto desde la retórica, sino que la conformación de las listas será un indicio, aunque aún falte mucho, de lo que podría esperarse para el camino que empieza a allanarse de cara al 2023.