El canje de deuda fue la noticia de esta semana. Si bien el equipo de Economía logró una aceptación mayor a la esperada, queda aún presión por renovar vencimientos por $4,8 billones para los próximos 6 meses. Aún así, creemos que se empieza a allanar un camino para que la deuda no se convierta en el detonante de una crisis financiera en el corto plazo.

Un detalle no menor fue lo que tuvo que ceder el gobierno para lograr mayor adhesión: básicamente permitir integrar encajes de depósitos con estos títulos, algo que eleva el riesgo sistémico. Por otro lado, la opción de venta lo único que logra es asegurar que ante un evento de estrés el BCRA pueda salir a sostener la compra de títulos con emisión, pero lógicamente no evita que ese estrés se pueda materializar. Habrá que ver hasta qué punto oficialismo y oposición acuerdan tener una transición ordenada hacia el próximo mandato presidencial.

Hasta el momento, siguen las amenazas de la oposición denunciando la insostenibilidad de la deuda en pesos, algo que no parece ser la acción más prudente en materia económica, aunque sí quizás se entiende que le es redituable políticamente. Con esto al menos se logra atravesar unos meses hasta que la oferta política tome más forma.

A pesar del canje, los desafíos del gobierno se mantienen elevados. La tasa de inflación parece haberse ubicado en un piso del 6% y por más acuerdos de precios, difícilmente se pueda proyectar que la tasa de inflación mensual descienda sostenidamente por debajo de ese nivel en los meses siguientes cuando restan aún aumentos de precios regulados.

El programa con el FMI parece irse desdibujando entre la turbulencia del 2023. La tasa de inflación más alta deja a las tasas de interés reales algo rezagadas. La acumulación de reservas está comprometida por la sequía. El programa sin acumulación de dólares en el BCRA no podrá restablecer el acceso al mercado. Por otro lado, la meta fiscal también parece de difícil cumplimiento para este año en donde el gasto relacionado con un año de elecciones presidenciales suele ser incompatible con el ajuste. Asimismo, el ritmo de devaluación del peso frente al dólar empieza a correr por detrás de la tasa de inflación.

Todo esto pone a la economía argentina en una aspiración máxima para este año de llegar sin turbulencias, pero sí sufriendo de la alta inflación y la recesión propia del menor ingreso de dólares que restringe la capacidad de importar. Será un año de un programa de minimización de daños, pero con la certeza que no se llegará con una economía sana a diciembre.

Sobre esta economía débil habrá que implementar un ajuste aún mayor en 2024 y un reacomodamiento de precios relativos que elevará aún más la tasa de inflación. Unas perspectivas que deja la posibilidad de que el siguiente año aún sea de recesión y (más) alta tasa de inflación. La dificultad de esto es que las chances de ese programa de estabilización dependen de las condiciones de partida, y mientras menos sólidas sean, más dolorosas serán de transitar.