Desde hace varias décadas estamos atrapados por un Estado que no podemos financiar sin ahogarnos. Hemos instituido un ciclo que fluctúa esencialmente entre la financiación del déficit fiscal a través del endeudamiento y la emisión monetaria. En uno de esos ciclos terminamos en una crisis por default de la deuda, en el otro en descontrol inflacionario o hiperinflación. Los mejores ejemplos de uno y otro son 2001 y 1989.

También estábamos atrapados por otro ciclo, en este caso político, desde 1930, entre gobiernos electos y golpes militares.

Voy a sostener que en ambos casos hemos aprendido, pero que en uno sólo hemos acertado con la respuesta. Esto ocurre en el segundo caso. Existe un consenso absolutamente generalizado entre gente de derecha, izquierda o lo que sea, que un golpe militar no es deseable y, por lo tanto, posible, aunque en estos días ha aparecido alguna opinión de algún dirigente político poniendo dudas sobre las elecciones legislativas del año próximo con la excusa de la pandemia. No es un golpe militar pero se parecería a un golpe “cívico”. Nadie duda de la importancia de proteger y defender los derechos humanos, aunque las discrepancias actuales surgen de que todos reclaman algún derecho violado.

También hemos aprendido algo en relación al ciclo económico. Más bien, los políticos han aprendido. Saben que no es bueno basarse en una sola forma de financiación de ese enorme gasto público. No es bueno que todo sea por emisión monetaria, tampoco que sea todo por endeudamiento externo. Han concluido que lo mejor es un poco de cada cosa. Es decir, un poco de emisión, un poco de endeudamiento para frenar los efectos de esa emisión (Leliqs por ejemplo), un poco de endeudamiento interno o externo si es posible, y un poco de más impuestos, empezando siempre por las retenciones.

Entonces ahora las crisis son diferentes. No colapsamos por una causa en particular, e incluso no llegamos a colapsar del todo. Cristina, ya en default, no se fue con una crisis hiperinflacionaria; Macri, no se fue con un default, aunque lo dejó en la puerta. Mientras tanto, aceitaron la máquina recaudadora, con perseguimiento tecnológico, y llevaron la cantidad de impuestos en el país a unos 140 más o menos, haciendo que todo el que se atreva a cumplirlos mejor desee cerrar y listo.

Eso sí, la madre de todas las batallas sigue ahí, incólume. Me refiero al gasto público. El diario español de negocios “Expansión”, en su página Datosmacro.com, muestra la evolución del gasto público argentino en euros (https://datosmacro.expansion.com/estado/gasto/argentina), para que tomemos una medida más estable y confiable que nuestro peso o nuestros índices de precios:

Allí puede verse el crecimiento del gasto público en los últimos 20 años. Y no solamente eso, también pueden observarse períodos en los que el gasto se redujo. ¿Acaso por alguna reforma estructural? Pues no, simplemente por una devaluación de nuestra moneda mayor al aumento de ese gasto. Así, por ejemplo, tenemos una gran caída en el 2002, pequeñas en el 2014 y 2016 y luego otra importante en el 2018.

He ahí la única herramienta que tenemos para domarlo de tanto en tanto. Por eso, y siendo que no parece que los políticos argentinos tengan la intención de reformar ese gasto lo que ha de ocurrir tarde o temprano es otra devaluación que lo licúe.

Una reforma monetaria que elimine el peso cerraría esa puerta. Lo cual plantea el dilema: ¿hay que impulsar una reforma fiscal o una reforma monetaria? Ambas seguramente. ¿pero cuál dispara a cuál? ¿cuál obliga a la otra? Pareciera ser que la monetaria a la fiscal, no al revés. Tampoco es políticamente fácil de hacer la reforma monetaria, pero en esa hay algo que todos podemos hacer para forzarla, y en buena parte estamos haciendo. El precio del blue nos lo indica.