Adicciones, consumo problemático y reducción de daños: propuestas distorsionadas, reacciones medievales
Una iniciativa bien intencionada de los equipos de Salud del municipio de Morón, se topó con dos problemas muy habituales en estos tiempos: una estrategia osada para comunicarla que no terminó de ser explicada adecuadamente y una oposición agazapada para sacar rédito político, aún con temas de máxima sensibilidad. ¿En qué consiste esta modalidad de abordaje terapéutico para las adicciones?¿En qué casos tiene utilidad social su aplicación?¿Quiénes y por qué evitan dar un debate de fondo sobre un nuevo paradigma para el tratamiento de la drogadependencia?
Las estrategias de reducción de daños son un conjunto de medidas socio-sanitarias, individuales o colectivas, que pretenden disminuir los efectos negativos (físicos, psíquicos o sociales) asociados al consumo de drogas. No es ni el único, ni el más importante y generalizado de los abordajes terapéuticos, sino que suma a la hora de diversificar la oferta asistencial, desarrollando nuevos dispositivos de carácter psicosocial.
Este tipo de tratamientos se originan en la premisa de que el uso lícito ilícito de drogas forma parte de nuestro mundo, y apunta a minimizar los efectos perjudiciales, más que limitarse a condenarlos o ignorarlos. La idea principal es centrarse en la reducción y prevención de los factores de riesgo entre las poblaciones que están más “expuestas”.
El concepto socio-sanitario comenzó a instrumentarse a finales de la década del ochenta, en el condado de Merseyside, Inglaterra, cuya capital es Liverpool. Allí tenía epicentro una fuerte epidemia de consumo de heroína y una gran prevalencia de infección por el virus de la hepatitis B, que ocasionaba una altísima mortalidad entre quienes la contraían.
Fieles a su pragmatismo, los ingleses observaron que el modelo represivo con el que enfrentaban a los consumidores de heroína (mayoritariamente utilizada de modo inyectable) había agravado el panorama sanitario, por lo cual las autoridades se decidieron por intentar un nuevo enfoque del fenómeno de la droga dependencia y así nació el “Mersey Model of Harm Reduction”, que logró resultados estadísticos muy importantes.
Las razones que llevan a la instrumentación de este tipo de programas son múltiples y están basadas en la idea de morigerar el impacto sanitario provocado por otras patologías originadas en el consumo problemático. Entre ellas, se destacan:
- el aumento de enfermedades infecto-contagiosas transmisibles por vía endovenosa o sexual, que se potencian en un contexto de marginalidad y conductas asociadas al consumo de drogas ilegales (como la tuberculosis o el HIV);
- la constatación de que los afectados con deterioro no acuden a los centros de atención asistencial o social por su rechazo institucional.
- La falta de eficacia en los tratamientos que arroja una alta tasa de recaídas.
Reducir daños tiene por objetivo aumentar la calidad de vida de los consumidores de drogas, es decir, mejorar el estado de salud y la situación social de este colectivo, disminuyendo la transmisión de enfermedades infecto-contagiosas. En paralelo, incrementar la toma de conciencia de los usuarios de drogas sobre los riesgos y daños asociados a su consumo.
Equivocación por desconocimiento o mala fe
El error conceptual es pensar que este tipo de abordaje está pensado para evitar que las personas caigan en el consumo problemático. No sirve para eso, porque está pensado justamente para amortiguar los efectos provocados entre quienes no pueden dejar de consumir. Se parte de la premisa de que continuarán consumiendo drogas y, por ende, no requerirán de los servicios sanitarios para desintoxicarse y/o ingresar en un dispositivo asistencial.
La utilización de drogas es un fenómeno complejo y multicausal, con matices que van desde la dependencia severa hasta la abstinencia, lo cual requiere de un mirada amplia que permita contener todos los requerimientos de atención que puedan requerir las personas que padecen esta sociopatía.
Mi experiencia personal -descripta en el libro "Familia Adicta", escrito por este cronista, en coautoría con Ariel Federico- me llevó a transitar por varios dispositivos asistenciales para acompañar a mi hijo a lo largo de siete años durante los cuales recibió diferentes tipos de tratamiento. Desintoxicación, terapia de grupos que incluían a la familia como parte integrante de la red de contención, comunidades terapéuticas, psicoterapia individual, fueron algunas de las herramientas de las que nos valimos para luchar contra la adicción.
Esa experiencia me sirvió para aprender, entre otras cosas, que esta enfermedad no se cura, se trata. El fantasma de la adicción acecha permanentemente, convive con quien la padece a lo largo de toda su vida, pero puede sobrellevarse con las herramientas adecuadas, según el tipo de paciente y padecimiento. Nunca estuvo en el horizonte de la recuperación de Ariel la posibilidad de adoptar un tratamiento que incluyera la reducción de daños porque no era lo adecuado para su condición.
El uso de sustancias psicoactivas pone de manifiesto un entramado dinámico de determinantes biológicos, psíquicos y sociales. En consecuencia, los consumos problemáticos se encuentran atravesados por múltiples factores cuya complejidad requiere de un abordaje integral que debe contemplar al sujeto dentro de su comunidad.
Pero el tratamiento integral debe ir acompañado de una concientización de la comunidad que permita desestigmatizar la figura del usuario de sustancias y lograr una visión más precisa de sus implicancias. Esta perspectiva debe dar paso a políticas inclusivas y preventivas para lo cual resulta necesario cambiar el paradigma que habita en la actual legislación, para la cual el adicto equivale a delincuente.
Las estrategias de reducción de riesgos y daños permiten superar la posición moralista y abstencionista y favorecer el planteamiento de una política de derechos que deja atrás una posición de juicio y estigmatización y avanza hacia una mirada de inclusión e integración social. Pero no resuelve el problema de fondo.
Matar al mensajero
Lo ocurrido durante este fin de semana en Morón durante el festival cultural, solidario e inclusivo organizado por la comuna denominado "La Minga", generó un debate que se distorsionó por la forma deliberadamente intencionada en el que fue planteado por quienes eligieron detractar una iniciativa, antes de escuchar los argumentos para debatirla.
La difusión de un material sobre prevención de las adicciones que presentaba "consejos" para aquellos que consumen estupefacientes o están pensando en hacerlo, resaltó sin la debida contextualización, una de las oraciones que sugería “consumir de a poco” cocaína y pastillas. Lo que nunca mostraron los "indignados" dirigentes políticos y comunicadores que se encargaron de denostar la estrategia tildándola de "infame" o de "cómplice del narcotráfico", fue el encabezado del folleto, que contenía una aclaratoria imprescindible: "Si vas a consumir, acordate de estos consejos", advertía el mensaje antes de enumerar las sugerencias.
Desde el municipio aclararon que "los mensajes allí incluidos se enmarcan en el Programa de Reducción de Riesgos y Daños asociados al consumo de sustancias psicoactivas legales e ilegales, que lleva adelante la comuna". Según indicaron los funcionarios de Morón, el programa fue puesto en marcha mediante una ordenanza sancionada por unanimidad en el Concejo Deliberante en junio de 2021 y "promueve la realización de diferentes acciones desde el Estado local para reducir las consecuencias negativas que genera el consumo en los usuarios de sustancias psicoactivas".
Desde una perspectiva bien intencionada uno podría preguntarse si un ámbito como el de un festival donde participaron personas de diferentes edades y realidades muy disímiles, era el lugar indicado para desplegar esta campaña que tiene destinatarios tan específicos, como los adictos que requieren de la reducción de daños para el abordaje de su problemática.
Lo que debería evitarse -si como sociedad verdaderamente pretendemos avanzar en un debate serio y responsable sobre este flagelo que nos atraviesa- es la descalificación agresiva del método empleado para promocionar una política de Estado. Ninguna persona racional puede suponer que desde una propuesta sanitaria se incentive al consumo masivo de sustancias psicoactivas, sin ningún tipo de control o supervisión profesional. La focalización de este abordaje es el camino para su real aprovechamiento en beneficio de quienes más lo necesitan.
Evidentemente hay quienes prefieren rehuir un debate imprescindible que necesariamente deberá incluir a todos los sectores involucrados y eligen la chicana como método de instalación del tema, al que terminan banalizando a niveles exasperantes y poco útiles para una comunidad que demanda funcionarios que laburen en pos de una salud mental y no tuiteros presuntamente ingeniosos que tiren piedras a las iniciativas.