"Argentina, 1985" y una oportunidad para oxigenar la política
El film dirigido por Santiago Mitre y protagonizado por Ricardo Darín resulta central para dar respuesta a la violencia política de las redes. ¿Qué diría Strassera si viera a Milei abrazándose con el apellido Bussi y pidiendo por el listado de los 30.000 desaparecidos?
Corren las 22 horas del viernes en el Atlas de Caballito, ubicado en el corazón del centro de la Ciudad de Buenos Aires. Tercer piso en adelante, el sector exclusivo de cine con una considerable variedad de películas para consumir. Sin embargo, en el quinto piso, donde está ubicada la sala 7, se da una fila en caracol que bordea todo el pequeño lugar que separa a dos funciones del cine y una salida de emergencia. Todos los espectadores haciendo una respetuosa fila para ingresar y ver "Argentina, 1985", un film que parece traer oxígeno a una Argentina que necesita un poco de actualización democrática.
La propuesta trae consigo una amplia cantidad de cinéfilos o meros consumidores de películas que vienen de distintos polos. Desde hombres de traje y mujeres de vestido hasta adolescentes con el pelo colorido o chicos y chicas con diversos aritos y looks modernos. Como si en esa noche de cine porteña nos retrotrajera a la "primavera alfonsonista" de rock nacional, democracia y libertad.
"Vas a ser el fiscal del juicio más importante de la historia argentina", le dice Norman Briski a Ricardo Darín, metido en la piel del histórico fiscal Julio Strassera. La película dirigida por Santiago Mitre llega al país y al mundo en un contexto particular. En Occidente se hacen tendencia los extremismos políticos -con el agravante de la guerra en Ucrania- y en Sudamérica los gobiernos elegidos democráticamente son atacados sistemáticamente por un complejo dispositivo que involucra a sectores de poder y a medios de comunicación. En Argentina, toda esa agresividad terminó en algún punto con el intento de asesinato a Cristina Kirchner que, bien o mal, con aciertos, errores y polémicas, sigue perteneciendo al sistema político a través del voto democrático. "Yo creo su intención original era matarla, si, pero lamentablemente no ensayó antes", se le escuchó decir livianamente al mejor amigo de Fernando André Sabag Montiel hace algunas semanas en los medios de comunicación, cuando apenas pasaban horas del intento de magnicidio contra la vicepresidenta.
"Argentina, 1985" llega en ese momento al país. Un momento que va desde la confusión hacia la violencia; desde la rigidez del pensamiento y el endurecimiento del discurso hasta las fantasías progresianas made in Palermo Soho. La Ciudad de Buenos Aires fue testigo de este síntoma: jóvenes sobre-escolarizados diseñando una revolución estudiantil tomando escuelas (algunos con motivos y otros sin ideas) y una Policía de la Ciudad que fue a patrullar a la casa de los padres en un accionar que nada tiene que ver con la convivencia democrática actual.
La película que reivindica -y también humaniza- a Strassera bajo la excepcional interpretación de Darín trae consigo la necesidad de replantear cuáles son los límites que tiene que tener la sociedad a la hora de convivir bajo las normas de un sistema democrático. El Poder Ejecutivo tomando decisiones, el Poder Legislativo deliberando a través de la representación del pueblo y el Poder Judicial interpretando las leyes con absoluta autonomía. ¿Cuándo fue que la división de poderes dejó de funcionar como tal y la Justicia pasó a tener una absoluta intromisión del sistema político?
El Juicio a las Juntas Militares y su recuerdo vivo a través de esta película -sin dejar de mencionar la llama viva de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo- traen consigo un mensaje mucho más profundo que condenar a criminales y genócidas de lesa humanidad. Strassera no pasó solamente a la historia por meter en una celda a Jorge Rafael Videla; en el fondo, también ratificó de una vez y para siempre el sistema democrático. Dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada.
Hoy la dirigencia política subestima a la democracia. Y aunque parezca descabellado decirlo, este axioma en parte es producto de algunas licencias que concedió la sociedad. Alguien en algún momento legitimó que haya diputados que propongan la pena de muerte, como el caso del neuquino Francisco Sánchez. O el caso de Javier Milei, que hoy se pasea por Tucumán felizmente mientras se codea con el apellido Bussi, un sinónimo de represión, tortura y muerte. "¿Me podés mostrar la lista completa de los 30 mil desaparecidos?", le preguntaba con soberbia el diputado denominado "liberal" a una periodista.
El odio es extrapolable hacia ambos lados de la grieta. Es tan violento Milei como cuando Luis D'Elía pedía colgar en Plaza de Mayo a Mauricio Macri o dirigentes de Juntos por el Cambio. También es violencia que se pongan carteles en las plazas con las caras de los periodistas para escupirlos. También resulta sincero decir que falta una cuota de responsabilidad editorial en el empresariado argentino, pero esa es otra discusión. Sentir rechazo por el otro no se puede trasladar al odio extremo. Strassera fue reconocido y valorado por haber construido y recopilado argumentos sólidos que demostraron que la Dictadura Militar llevó adelante un plan sistemático de desaparición de personas, y no por hacerle gestos desafiantes y de burla a los tenientes de la Fuerza Aérea cuando los cruzó en el estrado.
En el Atlas de Caballito la película inició a las 22.40 horas. El alegato de Strassera en la piel de Darín llegaría durante la madrugada. La frase "Señores jueces, Nunca Más" se unió en un coordinado aplauso que representó a todos los presentes e hizo retumbar las paredes de la sala 7 del cine porteño. Adolescentes, adultos mayores y jóvenes llorando, conmocionados por el hecho. Algunos por el recuerdo de la historia que atravesaron, otros por la formación intelectual que fue posible gracias a este momento trascendental de la historia argentina. "Argentina, 1985", una película que llegó en el momento indicado y que puede ayudar a repensar los discursos públicos y contribuir a un país más sereno.