Lecturas que influyen en los jóvenes libertarios: de Rand y "la virtud del egoísmo" a Pierce y la supremacía blanca
Los dos fomentan el individualismo extremo, el odio racial o social, la supremacía del dinero por sobre todas las cosas, la necesaria destrucción del Estado y de los sectores populares menos favorecidos. Ayn Rand y sobre todo William Pierce, fueron la inspiración de grupos supremacistas blancos y de asesinos seriales en Estados Unidos.
¿Cómo se construye y formatea el pensamiento crítico primero, y político después, en las nuevas generaciones de no lectores? Desde la aparición de internet y las redes sociales, la lectura de libros en papel y en soportes digitales cayó estrepitosamente en todas las franjas etarias. Los jóvenes libertarios, en su mayoría, suelen declarar haber leído a los economistas idealizados por el presidente Milei o bien, los libros que él recomienda.
Según la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales realizada por el Ministerio de Cultura en 2023 -una estadística que no verá la luz por lo menos durante este gobierno, producto de los recortes en todos los organismos- ocho de cada diez niños y adolescentes en edad escolar afirman haber leído un libro en el último año, y en general respondiendo a una premisa académica. La cifra, en jóvenes y adultos, es aún peor: seis de cada diez en la franja de los 30 a los 40 y aproximadamente cuatro de cada diez de los 40 a los 80 años.
De esa pobreza estadística, además, surge que solo el 7% leyó un libro de la categoría “política”, 5% de “ensayos” y ni siquiera hay registro de cuántos leyeron aunque sea un libro de “filosofía”. Resulta curioso, entonces, que en un universo tuitero donde no se leen más de 144 caracteres y que la mayoría de los jóvenes usuarios, generalmente “libertarios”, ante un “hilo” que supere el mínimo párrafo establecido, suelen responder con un slogan que impusieron y reza “Mucho texto”.
Si más de treinta palabras suele ser “mucho texto”, en tiempos veloces de escasa concentración en los que la comunicación está centrada en imágenes, llama la atención que una multitud de adolescentes se desvelen leyendo a economistas poco ortodoxos y de compleja interpretación como Von Mises, Hayeck o tantos otros, cuyos libros de teorías económicas escapan al entendimiento promedio sin una formación en la disciplina. Suelen ser, además, deslumbrados seguidores de esas teorías que luego no pueden explicar mínimamente en un debate de redes. ¿Cuánto de cierto y cuánto de impostura hay en estas afirmaciones lectoras? Es altamente probable que el discurso haya sido digerido previamente por algunos influencers de derecha que explican las teorías a su modo, en canales de youtube o incluso en un minuto de Tick Tok y que esos lectores jamás hayan tocado uno de esos libros que dicen conocer.
Diferente es el caso de Ayn Rand y de William Luther Pierce, dos autores que narran su pensamiento filosófico y político desde la ficción: en formato de novela ambos narran las peripecias de héroes anónimos que un día se cansan del “sistema” que presuponen favorecen a todo el resto a expensas suyas, y al que deciden destruír anárquicamente.
Ayn Rand y la virtud del egoísmo
En 2011, Gerardo Rozín conducía un programa llamado “Esta noche, libros”, por C5N. El 29 de julio de ese año invitó a Mauricio Macri para que cuente cuáles eran sus tres libros favoritos y el entonces jefe de gobierno porteño dijo que el primero que lo conmovió fue “Esta noche la libertad”, que narra un fragmento de la historia de Gandhi en su lucha por la paz; “El marido ideal”, de Oscar Wilde y “El Manantial”, de Ayn Rand.
Del libro de Rand dijo en la entrevista que es “uno de los mejores que leyó en su vida” y contó acerca de “la teoría filosófico-política de la autora, que divide a la sociedad en productores y depredadores” y siguió contando que “al final hay un juicio que al tipo le hacen que te emociona, te emociona”.
Hugo Biolcatti, presidente de la Sociedad Rural por el mismo tiempo que Macri recomendaba a Rand, también la mencionó como a su autora favorita, y a otro de sus libros: “La revolución de Atlas”. ¿Pero quién es esta autora que además es la creadora de una corriente filosófica propia, y en la que se referencian no solo el ex presidente Macri, sino el actual presidente Milei, y varios miles de sus militantes?
Ayn en realidad se llamó Alisa Zinovievna Rosenbaum, nacida en San Petersburgo, se trasladó con su familia a Crimea cuando llegó la revolución y de vuelta en su cuidad natal, estudió filosofía e historia. Fervorosa anticomunista, migró a los Estados Unidos en 1925 y no volvió nunca más a su país de origen. Afincada en California, se casó con Frank O´Connor, un actor de Hollywood, y puso proa a la escritura. En la Unión Soviética había escrito su primera novela “Los que vivimos”, que recién publicó en Norteamérica en 1936. En 1938 apareció su segunda novela, “Himno”, donde comenzó a tomar forma su ultra individualismo. El momento de éxito llegó en 1943 con “El manantial”, la misma que recomendó Macri.
“El manantial” se convirtió en un best seller y le dio fama a su autora. Fue llevada al cine en 1949 y aún puede vérsela en algunas plataformas de películas clásicas. El libro cuenta la historia de un arquitecto que se opone a cualquier tipo de condicionamiento legal, social o estatal, y que hastiado de lo que considera decisiones ajenas y limitantes para la realización de su obra, elije tirar abajo todo lo construido con tal de no permitir reglas más allá de las propias. El hombre es llevado a juicio y en su “alegato”, de más de cien páginas, Rand sienta las bases de lo que será la corriente filosófica que creó: el “objetivismo”.
En 1957 aparece su libro más famoso y el que cita Javier Milei: “La rebelión de Atlas” y que se desarrolla en un presente distópico norteamericano: una familia empresaria y poderosa que dirige la mayor red ferroviaria del norte del continente, y que traslada el cobre de las minas mejicanas de otro empresario mega millonario. La codicia de los estados (“saqueadores”, como dice mil veces en el texto) mejicano, estadounidense y canadiense llevan a querer nacionalizar las minas y la empresa de transporte, sumadas a nuevas leyes antimonopolios y una novedosa ley de “igualdad de oportunidades”, la presión brutal de los sindicatos, son todos los monstruos a combatir por estos empresarios que luchan contra viento y marea como héroes absolutos.
Y surge entonces un personaje de otra ficción, Robin Hood. Uno de los protagonistas dice de él: “Persigo a un hombre al que quiero destruir. Murió hace siglos, pero hasta que el último rastro de él haya desaparecido de la Tierra no tendremos un mundo decente donde vivir”. Y dos párrafos más adelante dice: “El que se dedicó a robar a los ricos para dar a los pobres. Pues bien, yo soy el hombre que roba a los pobres y les da a los ricos… o para ser más exacto, el hombre que roba a ladrones pobres para darles a los ricos productivos”.
Los apologistas del neoliberalismo y los randianos suelen machacar con que países con alta carga impositiva se encaminan a un escenario como el de “La rebelión de Atlas” y validan a una obra de absoluta ficción como si tuviera algún tipo de carácter científico o empírico, cuando no hay ni lo uno ni lo otro (no hay antecedente de algo similar en ninguna parte del mundo).
A comienzos de los 90, una encuesta de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos decía que “La rebelión de Atlas” era el libro más leído en ese país después de la Biblia, y lo paradójico es que si bien Rand era una descreída de la religión y el libro sagrado estaría en las antípodas de su ultra individualismo, los lectores de uno son también los lectores del otro, conviven con las dos tendencias y de las dos se nutren los supremacistas blancos norteamericanos.
Rand tuvo incidencia política en su país por adopción: varios think-tanks de entonces y actuales la citan constantemente. Apoyó candidatos presidenciales republicanos como Barry Goldwater, quien sentó las bases del neoconservadurismo que florecería con Ronald Reagan, el Tea Party y Donald Trump. En sus últimos años Rand publicó un ensayo titulado “La virtud del egoísmo”.
En las décadas del 60 y 70 dio múltiples entrevistas televisivas que aún pueden verse en fragmentos de Youtube. Allí por ejemplo dice, preguntada acerca del feminismo: “Las mujeres andan por ahí sacándole el trabajo a los hombres porque hay una cuota de cierto número de mujeres (…) asumiendo que las mujeres hayan sido tratadas injustamente, yo no lo creo (…) que elijan cualquier profesión excepto estibadores o jugadores de fútbol americano como están intentando ahora” y mientras mira a la platea regocijada esperando los aplausos, para cerrar el show descalificando “esa idea absurda de sacrificarse por los otros”.
A lo largo de su vida la rusa que solo quiso ser norteamericana hizo de la lucha contra el Estado su causa, y cuestionaba que interviniera en cuestiones básicas como salud y educación. Si bien había logrado una holgada posición económica, una serie de decisiones desafortunadas en sus finanzas la llevaron a que desde 1974 hasta su muerte, ocho años después, el tratamiento del cáncer que padecía lo cubrió la Seguridad Social, esa de la que tanto renegaba. Cuantos de los supuestos lectores argentinos de Rand habrán leído las casi 1200 páginas de cada libro es un misterio. Es probable que no hayan pasado de las citas sin contexto que circulan por las redes sociales y que son suficientes en un tiempo en el que el debate de ideas dio paso a la bravata violenta, la descalificación del otro y el insulto rápido, a la velocidad de los 144 caracteres.
Los diarios de Tuner y la violencia supremacista
El 15 de abril de 1995 un coche bomba con media tonelada de explosivos destruyó el edificio Alfred Murrah de Oklahoma City. Ciento sesenta y ocho muertos y unos quinientos heridos sembraron el paisaje. Fue el mayor atentado en la historia de los Estados Unidos antes del 11-S, pero su origen fue estrictamente endógeno. ¿El autor de la masacre? Timothy McVeigh, un hombre de 27 años veterano de la Guerra del Golfo, y estaba convencido de que en el ejército le habían implantado un microchip en la nalga para usarlo en un experimento de control mental.
Era un loco suelto, o no tanto. Se había entrenado en las milicias supremacistas que tanto abundan en Estados Unidos, esos grupos armados supremacistas que cuentan con un “manual para la victoria blanca”: “Los Diarios de Turner” y que por supuesto, Mc Veigh llevaba en su mochila el día del atentado y gracias a las instrucciones del libro había podido construir la bomba con la que mataría a cientos.
El autor del libro fue William Luther Pierce, un hombre que nació el mismo día en que Hitler llegó al poder y se fue de este mundo en 2002, fue un ideólogo neonazi estadounidense de tal predicamento que fue el inspirador de varios grupos terroristas. No era un improvisado ni un bruto: tenía un doctorado en física y había sido profesor de la Universidad de Oregon antes de volcarse de lleno a la militancia política de extrema derecha.
En 1974, el mismo año en que Ayn Rand empezaba a hacer uso de Medicare para sus dolencias, Pierce fundó la Alianza Nacional, que aglutinó a grupos violentos de diverso origen. Sostenía que Estados Unidos padecía un “Gobierno Sionista de Ocupación” y denunciaba al gobierno federal como brazo político de una conspiración judía contra la “raza blanca”; sus instrumentos eran el socialismo, el poder negro, el sistema financiero y los matrimonios mixtos. A todos estos postulados los sostenía con un pensamiento mágico, anclado en el esoterismo.
La novela “Los diarios de Turner”, escrita por Pierce en 1978, fue el arma decisiva con que contó el autor para reclutar adeptos de su ideología. Desde entonces el libro y el pensamiento de Pierce volcado en él fue el inspirador de decenas de ataques terroristas de ultraderecha: el de Oklahoma que mencionamos hasta el ataque de Anders Breivik, en Noruega que dejó 76 muertos. Algunos de los atacantes que tomaron el Capitolio el 6 de enero de 2021 pertenecen al grupo miliciano de extrema derecha Oath Keepers.
Su líder, condenado a 18 años de prisión, dijo en juicio que en la cárcel solo precisaba una cosa: “Los diarios de Turner” y que le hicieran llegar a Trump el mensaje de que estaban dispuestos a morir por los Estados Unidos.
Las similitudes entre los libros de Rand y el de Pierce son abrumadores. “Los diarios” comienzan con un prefacio escrito en el año 2099, cien años después de los eventos que se relatan en la cronología de sucesos escritos por el tal Turner, un líder mesiánico que provocó el derrocamiento del sistema democrático de los Estados Unidos y una consecuente guerra racial mundial luego de que el gobierno confiscara las armas que portaba la población civil.
Surge entonces un movimiento clandestino, insurrecto, de ciudadanos que procuran su libertad contra los abusos de un estado multicultural y pluralista y que pretende arrasar con todas las instituciones a las que considera “parasitarias” (el mismo término que usa Rand para hablar de los sectores empobrecidos de la sociedad y de algunos organismos estatales). La cruzada de Turner lleva a la creación de la Orden, una secta semi-religiosa de líderes internos que dirige la Organización y cuya existencia permanece desconocida tanto para el Sistema como para los otros miembros y que responde a órdenes del cielo, divinas. La violencia escala: atentados, crímenes, limpieza étnica. La novela incluye un epílogo en el que se describe cómo la Organización continúa con la conquista del resto del mundo.
En ese raid en pos de poner las cosas en una suerte de orden prestablecido, la novela da cuenta de un método de la “Orden”: “El día de la Cuerda”. Ese día, los miembros de la organización ejecutan a miles de personas a las que consideran responsables de haber creado una sociedad multicultural y feminista. Los fanáticos del libro suelen hacer mención al “día de la cuerda” y no es difícil encontrar alusiones o amenazas, incluso en Argentina, de ponerlo en práctica.
En 2018, varios medios de Washington recibieron correos electrónicos que decían que "todos los periodistas serán colgados el día de la cuerda". En Twitter, se usa frecuentemente el hashtag #Dayoftherope para hacer llamados a ejercer la violencia contra los negros, periodistas y "traidores de la raza". Pero esa amenaza tuvo un antecedente real: en 1983 el grupo “The Order”, creado por un seguidor de Pierce y neonazi como él, Robert Mathews, asesinó al locutor de radio Alan Berg, cuya historia se hizo popular con la película “La Radio Ataca”.
Los diarios se convirtieron en un libro de culto en ciertos círculos adolescentes. En Argentina no son tan populares como los libros de Rand, que se pueden comprar en cualquier librería. El de Pierce, en cambio, circula en PDF o en viejas fotocopias, pero si se ahonda en los grupos de jóvenes libertarios, más temprano que tarde se encontrará que alguien menciona al texto como uno de sus favoritos. En 2022, en ocasión del allanamiento al Centro Cultural Rittenhouse de La Plata y en procura de indicios que vinculen a quienes estaban al frente del local con el intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Kirchner, los oficiales de justicia encontraron enormes retratos de Rand y de Pierce que engalanaban las paredes.
Cuando, además, estos textos son promocionados por quienes lideran los destinos del país y que hablan de “parásitos”, de “superioridad estética y moral” o de “arrasar con el estado ladrón”, o por quienes funcionan como propagandistas de las ideas “libertarias” ante una masa acrítica de jóvenes sin formación previa, es para preocuparse. Solo se precisa uno que cruce la frontera entre lo virtual y lo real, para que pueda cambiar un fragmento de la historia, y para mal.