Mauro Federico

"Te espero a las 0200 en Puente 12. Solo". El escueto mensaje llegó a mi celular cerca de las 21 horas de este miércoles. El emisor: Sergio Berni, ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Durante toda la jornada se había presentado como inminente -tras dos dilaciones dispuestas por la justicia- el desalojo al predio de cien hectáreas ubicado en el partido de Presidente Perón, ocupado ilegalmente desde julio de este año por centenares de familias víctimas del déficit habitacional.

Llegué puntual, a la sede del Comando de Operaciones Especiales de la policía bonaerense. Allí me esperaban el Director de Enlace Institucional de la fuerza, comisario Walter Lafuente y dos colegas y amigos de la profesión: Lorena Maciel y Paulo Kablan. Estaba todo preparado para ejecutar una operación de características inusuales y sumamente complejas. Movilizar sigilosamente 4000 uniformados con el pertrecho logístico necesario como para desalojar a las aproximadamente 500 personas que aún permanecían en la toma.

Los tres periodistas volamos unos quince minutos en helicóptero desde Puente 12 hasta las inmediaciones del predio intrusado, donde nos esperaba el ministro de Seguridad Sergio Berni, junto a unos 2500 efectivos de la policía bonaerense. Allí el funcionario se mostró como pez en el agua, en la salsa que más le gusta: impartiendo órdenes, movilizando tropa por terreno hostil y disponiéndose a ejecutar una operación sumamente compleja que, de haber sido fallido, podía acarrear consecuencias políticas inimaginables.

Manuel Jove

En el interior del asentamiento, mientras tanto, se vivía la cuarta vigilia a la espera del desalojo. Las tres anteriores, con operativos que finalmente se suspendieron, habían sido calmas. Esta vez era diferente. Esa tensión se percibía en cada reunión de los vecinos alrededor de los fuegos que se iniciaron para atravesar una larga y fría noche.

En el barrio 20 de julio, el espacio en el que se inició la usurpación ubicado sobre la calle opuesta por la que terminaría ingresando el grupo de tareas de la Policía Bonaerense, nadie pudo pegar un ojo. Tampoco había lugar para el silencio. 

"Ni desalojo, ni represión para Guernica merecemos solución", cantaban alrededor de las llamas, al ritmo de bombos improvisados y aplausos. Se intercambiaban al mismo tiempo mensajes con referentes de los otros barrios, La Lucha, La Unión y San Martín. Buscaban por todas las vías información precisa del procedimiento policial y especulaban con el operativo. La hora  exacta y la ruta de ingreso eran, por supuesto, las principales preocupaciones. 

El nerviosismo generó también algunas discusiones entre los propios usurpadores. Una suerte de competencia de antigüedad en el predio fue tomando calor y estuvo cerca de terminar con golpes de puño. Sus compañeros no tardaron en separarlos. 

Representantes de las organizaciones sociales y agrupaciones de derechos humanos recorrían las calles internas de la toma y brindaban recomendaciones de como actuar en caso de que efectivamente llegara el desalojo. "Hasta el último momento se puede negociar", repetían. No fue el caso.

Mauro Federico

Tras caminar a paso vivo por unos tres kilómetros de pantano, las tropas capitaneadas por Berni -siempre al frente de la fila- llegaron hasta el límite del predio, donde se encuentra el casco de una estancia en la que aguardaba el resto de los efectivos. Allí, el comandante aguardó la orden del fiscal Condomí Alcorta, también presente, para la avanzada final.

Al tratarse de un terreno sumamente hostil, hubo que desplegar tablones especiales y unos puentes metálicos transportables para poder cruzar los profundos vados repletos de agua que atraviesan el extenso territorio. Cuando las primeras luces del día comenzaban a despuntar, Berni le preguntó al fiscal si podían comenzar y el representante del ministerio público le contestó tajante: "hasta que no salga el primer rayo de sol, no se mueve nadie". La actitud del fiscal mereció un comentario irónico por parte del ministro: "cuando se la aclare la retina al señor fiscal arrancamos".

Finalmente la avanzada se produjo. Quedaban pocas casillas habitadas y una a una Berni en persona se acercaba para invitar a las personas que aún permanecían a retirarse pacíficamente, comprometiéndose a cuidar de sus pertenencias. Pero a medida que avanzaban los efectivos asentamiento adentro, comenzaron a avistarse los primeros connatos de resistencia.

Manuel Jove

Tal como lo indicaba la orden judicial, el desalojo llegó con la primera luz del día. Los efectivos avanzaron en hileras de norte a sur de la toma y dejaron para la última instancia el barrio 20 de julio, donde empezó todo. 

La resistencia en el terreno no tuvo ningún efecto y las fuerzas de seguridad barrieron el lugar, dejando atrás casillas quemadas con sus correspondientes columnas de humo negro y tóxico. La combinación con los gases lacrimógenos colaboró para acelerar el operativo. Volaban piedras y botellas de un lado, en tanto respondían con disparos de balas de goma del otro. 

Minutos antes de las 7 de la mañana el campo estaba vacío en su totalidad. Sólo quedaban algunos policías esparcidos en las casi 100 hectáreas y un Berni escoltado por asesores. Sin embargo, en ese instante empezaría una segunda batalla: los desalojados más radicalizados se reagruparon y volvieron a la carga con piedrazos, caracterizados por una notable potencia y una puntería comparable con la de algún atleta olímpico. 

Se sucedieron luego más de dos horas de enfrentamientos sin pausa. Las calles angostas, sin asfalto y con una seguidilla de viviendas sin terminar se convirtieron en el escenario perfecto para un conflicto prolongado. Los policías no lograban avanzar con facilidad y se replegaban ante la lluvia de piedras. Del otro lado, las chapas que habían sido techos apenas un rato antes se transformaron en escudos. Pasadas las nueve y media de la mañana, los incidentes llegaron a su fin.