El impacto de la "motosierra" de Milei en la política exterior y las consecuencias internacionales
El presidente implementó una política exterior que rompe con las tradiciones diplomáticas de Argentina, priorizando ideologías sobre estrategias a largo plazo. Las decisiones de su gobierno, lejos de consolidar alianzas, parecen estar aislando al país en un escenario internacional que exige más habilidad y menos golpes bruscos.
Desde que asumió la presidencia, Javier Milei no dejó a nadie indiferente. Si algo caracterizó a su gobierno en estos primeros 10 meses fue la sobreactuación ideológica, la famosa "motosierra" que el propio presidente prometió usar sin miramientos. Pero más allá de sus reformas económicas, el daño colateral más evidente se está viendo en la política exterior. Y no se trata solo de episodios aislados. La agenda internacional de Argentina bajo el mando de Milei ha estado marcada por confrontaciones, desconocimiento de las dinámicas geopolíticas y una ruptura con la Cancillería que puede costarle al país en términos de alianzas estratégicas, financiamiento y reputación internacional.
El presidente rompió con el Pacto de Futuro de la ONU, una decisión que parece trivial, pero que en realidad deja a Argentina fuera de programas clave de financiamiento verde. En un mundo que cada vez más exige compromisos claros en materia de cambio climático, esta "disociación" innecesaria dejó a Argentina en una posición incómoda, alejada de inversiones y fondos que podrían haber beneficiado al país en proyectos de energías renovables y transición ecológica. Renunciar a esta agenda no es un gesto simbólico, es cortar oportunidades de financiamiento en un momento crítico.
La famosa "motosierra" no se detiene ahí. En una movida que sorprende a muchos, Milei también le está dando la espalda a la cooperación nuclear en un momento en que el proyecto CAREM, un reactor nuclear modular, tenía una ventana de oportunidad sin precedentes para exportarse al mundo. Las decisiones del gobierno no solo frenan un desarrollo científico y tecnológico clave, sino que también ponen en riesgo alianzas estratégicas con países interesados en este tipo de tecnología. El aislamiento, una de las consecuencias más peligrosas de esta política exterior desarticulada, se vuelve cada vez más real.
Otro punto álgido de esta "batalla cultural" es la agenda de género, o más bien, el rechazo absoluto a todo lo que tenga esa palabra en su nombre. Milei se ha embarcado en una cruzada que busca borrar la palabra "género" de cualquier acuerdo o proyecto internacional en el que participe Argentina. Este posicionamiento no solo lo distancia de las políticas de derechos humanos que el país venía liderando, sino que también complica acuerdos comerciales con países que valoran profundamente la inclusión y la igualdad de género. Incluso Mauricio Macri, a pesar de sus diferencias ideológicas, mantuvo a Argentina en la vanguardia en estos temas durante su mandato. Con esta actitud, Milei corre el riesgo de erosionar una parte importante de la imagen de Argentina como un país comprometido con los derechos humanos y las libertades individuales.
Y la lista sigue. Los choques innecesarios con España, Colombia y México, en lugar de abrir canales de diálogo, están generando tensiones que dificultan las relaciones bilaterales. En particular, la pelea con España, que venía siendo un socio clave en muchos aspectos económicos y culturales, muestra cómo la política exterior del presidente está guiada más por un afán de imponer su visión que por los intereses estratégicos del país. Las relaciones internacionales no pueden manejarse con el mismo espíritu combativo que una campaña electoral, pero esa parece ser la lógica dominante en la Casa Rosada.
La Cancillería, históricamente un espacio que opera con cierta autonomía y profesionalismo, se ha visto opacada por el personalismo de Milei. Los diplomáticos, que tienen la tarea de amortiguar los excesos de los presidentes y asegurar que la política exterior tenga continuidad y coherencia, ahora parecen relegados a ser simples ejecutores de un plan que muchos consideran impulsivo. La Ley 20957 establece claramente que el rol de la Cancillería es "preservar, defender y resguardar la soberanía, dignidad e interés de la República", pero ese mandato parece haber sido ignorado en estos primeros meses de gobierno.
La motosierra de Milei también se aplica a las relaciones con China, un socio crucial para Argentina, especialmente en términos comerciales y de inversión. Mientras el mundo camina hacia un equilibrio más matizado en sus relaciones con las grandes potencias, el gobierno argentino ha optado por alejarse de Beijing en lugar de fortalecer los lazos. Esto es preocupante, sobre todo porque China es uno de los mayores compradores de productos agrícolas argentinos y un inversor clave en infraestructura. La paciencia y la diplomacia que requiere la relación con China no pueden ser sustituidas por una postura ideológica o un capricho político.
Lo más alarmante de esta situación es que Milei no está solo en sus convicciones, sino que las está imponiendo como si se tratara de una cruzada, de una "batalla cultural" que, si bien puede resonar con algunos sectores internos, en el plano internacional está generando más problemas que soluciones. La política exterior no es algo que se pueda cambiar cada vez que un nuevo presidente asume el poder. Hay compromisos que trascienden los mandatos individuales, relaciones que llevan años construir y que no pueden destruirse por una sobreactuación.
Si se compara con gobiernos anteriores, incluso con los más disruptivos, es claro que hubo errores y desaciertos, pero también una línea de continuidad que preservaba los intereses del país más allá de las diferencias ideológicas. Con Milei, esa continuidad se rompió. Las decisiones que está tomando están llevando a Argentina a una suerte de aislamiento que, en un mundo globalizado y cada vez más interdependiente, es un lujo que el país no se puede permitir.