¿Adiós al lobizón? Mitos y origen de la normativa que establece el padrinazgo presidencial
La Ley 20.843, que garantiza el padrinazgo presidencial del séptimo hijo varón o hija mujer, será derogada si el proyecto "Hojarasca" se aprueba. Sin embargo, quienes ya reciben este beneficio podrán conservarlo, dejando atrás una legislación nacida del miedo al lobizón y su impacto en la cultura argentina.
La ley conocida popularmente como la "Ley Lobizón", que establece el padrinazgo presidencial para el séptimo hijo de un mismo sexo en una familia, podría ser derogada como parte del paquete de la nueva Ley Hojarasca. Sin embargo, aquellos que ya disfrutan del beneficio podrán seguir haciéndolo. Esta ley tiene raíces profundas en el folclore y las supersticiones del interior de Argentina, relacionadas con el mítico lobizón, una criatura que, según la leyenda, atormentaba a las familias con siete hijos varones.
La tradición del padrinazgo presidencial data de principios del siglo XX, cuando Enrique Brost y Apolonia Holmann, una pareja de inmigrantes rusos, le escribieron al presidente José Figueroa Alcorta en 1907. Temían que su séptimo hijo varón, como dictaba la creencia popular, se transformara en lobizón, una criatura mitad hombre y mitad lobo. Figueroa Alcorta accedió a apadrinar al niño, dando inicio a una curiosa costumbre que perduró por más de un siglo.
A lo largo de los años, varios presidentes argentinos apadrinaron a cientos de niños bajo esta ley. Por ejemplo, durante sus mandatos, Juan Domingo Perón llegó a apadrinar a más de 250 niños, consolidando su cercanía con las creencias populares y rurales del país. Otros mandatarios como Raúl Alfonsín también participaron activamente, llegando a ser padrino de alrededor de 100 niños durante su presidencia. Carlos Menem, por su parte, continuó la tradición y apadrinó a más de 150 niños, incluso ampliando el padrinazgo a hijos e hijas de familias no católicas.
Uno de los casos más emblemáticos fue el de Cristina Fernández de Kirchner, quien amadrinó al primer séptimo hijo varón de religión judía, Lair Tawil, en 2009, marcando un hito en la historia de esta tradición. En su mandato, la expresidenta acumuló más de 60 ahijados, un número que también se reflejó en los posteriores gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Fernández, quienes mantuvieron viva la tradición aunque con menos ahijados debido a los cambios sociales y una menor cantidad de solicitudes formales.
El lobizón, parte del imaginario popular, ha sido durante mucho tiempo un símbolo del temor a lo desconocido en las zonas rurales de Argentina. La leyenda, que llegó al país con la inmigración europea y se mezcló con las creencias guaraníes, describía a un séptimo hijo varón como maldito, capaz de transformarse en un monstruo durante las noches de luna llena. Para evitar esa supuesta maldición, el padrinazgo presidencial no solo tenía un valor simbólico, sino que también ofrece una pensión y asistencia social hasta los 18 años del ahijado o ahijada.
Si bien el miedo al lobizón ha desaparecido en gran medida en la sociedad moderna, la ley que protege a estos "niños malditos" es más que una simple tradición folclórica. Permite a las familias recibir apoyo económico y genera un vínculo único con la figura presidencial. Ahora, con la inminente derogación de la Ley 20.843, esa curiosa mezcla de mito y Estado argentino llegará a su fin, pero aquellos que ya están bajo el padrinazgo seguirán recibiendo los beneficios previamente otorgados.
La decisión de eliminar la ley fue tomada en el marco de la Ley Hojarasca, una iniciativa legislativa que busca reducir el número de leyes obsoletas en Argentina. Sin embargo, su eliminación también plantea preguntas sobre la manera en que los mitos y las leyendas influyen en la legislación y la cultura nacional, y cómo estas costumbres han perdurado a través de generaciones.