Una experiencia que inspira y abre nuevos caminos
La selección argentina de fútbol que actuó en Qatar mostró y contagió dos condiciones que son fundamentales en cualquier emprendimiento: calidad y amor por lo que se hace.
Se advirtió claramente en el regocijo con que esos jugadores vivieron sus logros y la determinación con que superaron los obstáculos. Combinaron sus habilidades y su pasión con otras virtudes manifiestas que, pesa decirlo, son infrecuentes en la vida pública argentina: prudencia en las declaraciones, serenidad y confianza ante un traspié, y cohesión de grupo.
Si esas mencionadas condiciones, junto con la eficacia y relación amorosa con la tarea, se extendieran a otros ámbitos de la vida institucional, pensemos en cuánto podríamos facilitar el camino hacia objetivos tan importantes como postergados.
El alto logro deportivo que implica ganar un torneo mundial de fútbol justifica el festejo y la alegría desenfrenada de millones de personas, pero es mágico pensar que tendrá un efecto directo sobre la solución a problemas tan urgentes como, por ejemplo, la educación o la economía. Ser los primeros a nivel mundial genera, lógicamente, una gran algarabía. Pero solo por la gracia de su fuerza y su trascendencia, no mejorará los resultados en las pruebas internacionales de aprendizaje ni disminuirá la inflación.
Los jugadores de este equipo de fútbol mostraban alegría; hacía mucho tiempo que la selección no manifestaba ese sentimiento, permanente en su juego, en sus encontronazos, en sus festejos. Hasta en sus enojos: el insulto bien rosarino de Messi al jugador que primero lo irrespetó y luego fue a pedirle la camiseta tiene la candidez del pibe de barrio que, por un momento y justificadamente, marca un límite o pone en su lugar a alguien. Tiene la violencia no violenta de los que, a pesar de los desencuentros u ocasionales disgustos, están como deben estar, en el lugar en que deben estar y llenos de convicciones y sueños.
Naturalmente, el fútbol no es todo en la Argentina ni en ningún lugar, aunque en ocasiones como la de un Mundial lo parezca y paralice a multitudes, pero es su expresión cultural de masas más importante. Por lo tanto, lo que este deporte puede excitar pone en evidencia un conjunto interesante de pensamientos positivos y movilizadores que el argentino promedio es capaz de experimentar. No es solamente satisfacción por el logro, sino por la actitud transmitida por este conjunto de jóvenes. Se aplaude la falta de estridencia, la humildad, el trabajo planificado, el esfuerzo, la convicción y la unidad. Somos capaces de apreciarlo y festejarlo, aún en el caso de que la irracionalidad no permita pasarlo en limpio. Es un sentimiento que se mezcla con estos elementos, un estado real, aunque no se pueda descomponer.
La selección propone modelos al que las preocupaciones cotidianas del ciudadano común se ven desacostumbradas. Por ejemplo, estos jugadores declaran jugar para la familia. Más aún, en los festejos del campeonato desatados en el propio campo de juego, celebraron ese concepto mediante abrazos y selfies con sus seres queridos directos. En la Argentina, no son fáciles estas representaciones porque las personas no acostumbran a ingresar en familia a los estadios por su entorno de hostilidad y violencia siempre agazapada y amenazante, o por lo menos no tan relajadamente como lo harían a un teatro o un parque de diversiones. Es una ironía hasta decirlo, pero el escenario del deporte más popular y que más devoción genera pareciera estar vedado al argentino promedio.
Quizás no podamos tomar como referencia para repetir en otros ámbitos el gran nivel de atención que la competencia de selecciones mundiales conlleva. Es un nivel de significación difícil de equiparar. Pero es factible pensar en los motores que traccionan la voluntad y la confianza para alcanzar un objetivo y superarse. Ahí sí que hay modelos que pueden inspirar y orientar las decisiones; la certeza de que las personas pueden inclinarse a apoyar y reconocer el talento y la pasión.
La reacción masiva que la victoria finalmente desató en innumerables lugares del país demuestra que la esperanza y las ganas por algo mejor está intacta, como así también la capacidad para reconocer valores básicos que, por lo general, permiten corregir errores y alcanzar los objetivos más trascendentales.
Hace bastante tiempo que no se vislumbraba una alegría así, desde la sonrisa luminosa de Mario Kempes en tiempos de oscuridad, con los brazos abiertos en posición de abrazo simbólico a toda la hinchada. Y con el valor agregado de la calidad, el plantel liderado por Lionel Messi ha sido definitivamente una experiencia para inspirar y abrir nuevos caminos.