La mayoría de los análisis que se realizaron del debate previo a la segunda vuelta electoral entre Sergio Massa, de Unión Por la Patria, y Javier Milei, de La Libertad Avanza, advierten, a simple vista, la victoria al candidato del oficialismo. O al menos ese es el consenso general que copó los noticieros el domingo por la noche y la tapa de los diarios el lunes por la mañana. Sin embargo, si se desmenuza bloque por bloque lo que fue el cara a cara entre el Ministro de Economía y el Diputado Nacional, los dos tuvieron errores y aciertos que desdibujaron su performance.

En líneas generales, es cierto que se observó una clara asimetría entre Massa y Milei, tal como señalan analistas y especialistas. A la hora de comparar las campañas de cada candidato, es evidente que la del kirchnerismo tiene, por el hecho de ser gobierno, más fondos, recursos y capacidad profesional y operativa. 

En otras palabras, lo que se vio fue un debate entre un profesional del terreno político, que se presenta con una hoja de ruta bien calculada y una estrategia clara (pensada de punta a punta: el antes, el durante y el después) y un amateur que da sus primeros pasos en esta arena.

La consideración de los recursos con los que cada contendiente dispone y los efectos que producen -sobre todo en los medios-, no es menor. Más allá de que importa más la música que el mensaje, el cómo se dice por sobre el qué, un debate no es sólo el momento en el que se produce, sino el amplio abanico de medios por los que se difunde: redes sociales, medios de comunicación, debate público, etc. 

Massa demostró ser un experto en ese sentido y el domingo quedó claro en dos oportunidades: cuando mandó a googlear más de una vez “lo que dice Milei”; y en la cobertura mediática del día posterior que reforzó la idea de que él había dominado la escena.

“Lo que dice Milei” actuó como una Doble Nelson. Por un lado, puso el foco del debate como si fuese un plebiscito sobre Milei y sus propuestas y no sobre Massa, el actual ministro; así como también, por el otro, coordinó las denuncias que hizo sobre el libertario mirando a cámara, mientras su equipo publicaba en redes el recorte de la explicación que Milei había dado segundos antes. Como si fuese un equipo de Fórmula Uno.

El efecto que más ayudó a Massa a lograr el cometido fue la seguidilla de preguntas cerradas que acotaban el margen de acción de Milei a responder “si o no”. Para temas complejos, obligó a una respuesta televisiva: simple, corta y al pie. Entre otras cosas forzó a Milei a confirmar que cerrará el Banco Central, que dolarizará la economía y a explicar detalles de su vida que eran desconocidos y que incomodaron al libertario (problemas laborales de hace 30 años, denuncias de plagios en sus libros, propiedades en el exterior). El candidato opositor desaprovechó la oportunidad de contraatacar con la crisis económica, la inflación y los escándalos de corrupción que tan cerca le pegan al candidato oficialista.

Mágicamente, por medio de un recurso simple -acentuado por el tono de aseveración del Ministro-, uno de los responsables de la crisis económica más profunda de los últimos años terminó pidiéndole explicaciones a un candidato que todavía no ha gestionado nada. Se invirtieron los roles. 

Por si fuera poco -y aquí está el quid de la cuestión-, Milei le respondió a cada una de las preguntas pensando que lo mejor era explicar el razonamiento de las medidas. Es un error vender racionalidad en una elección tan emocional como la que se vive. Clave para un primer debate: nunca se debe perder tiempo en desviar el foco de una pregunta que condena, imposible hacerlo en 25 segundos.

También es cierto que esta misma situación puede leerse a la inversa. Massa no logró magnificar los errores o las propuestas de Milei. En otras palabras, a Milei no le fue tan mal como Massa necesitaba. Lejos de enojarse como hizo casi siempre en notas con periodistas, aprovechó a desarrollar propuestas que en las últimas semanas quedaron desvirtuadas por la campaña oficialista. Algunas las explicó con mucha dificultad, pero logrando que Massa levante el tono de voz, se muestre nervioso por imponer una idea, pregunte de más y realice movimientos corporales que lo dejaron como un autoritario. El abuso de este recurso reflejó que la propuesta de Massa era atacar a Milei, quien se mostró descafeinado por no responder.

Ninguno de los dos pudo aprovechar la posibilidad de desplazarse para mostrarse más descontracturados. Caminar es alcanzar un objetivo y se usa para hablar con un público determinado, para reforzar un mensaje clave dirigido a alguien en particular. Massa lo hizo en dos oportunidades y rebotó sobre sí mismo como si fuese un animador de TV. A eso le sumó gestos propios de los libros que más se leen sobre esta temática en Estados Unidos: abusó del gesto de súplica cuando se refirió a la crisis -de la que él forma parte- y la ojiva.

Está claro que los errores no forzados de Milei, como la referencia a Margaret Thatcher y la justificación de su fanatismo por la exministra inglesa, resultaron en un gol en contra. Sin embargo, por las características particulares de esta elección, insistir con esas explicaciones refuerza la virtud de la genuinidad, un valor que Massa no tiene y que no pudo revertir.

Preparar un debate no es solamente pensar qué decir ni memorizar números y slogans para repetirlos una y otra vez, sino anticipar escenarios posibles y estudiar los puntos fuertes y débiles (los propios y los del contrincante) para anticipar ataques y defensas (como el caso del psicotécnico y la pasantía de Milei en el BCRA o el paso de Massa por la Universidad de Belgrano). En definitiva, ese es el reino de la oratoria.

Parafraseando a Giulio Andreotti, en una campaña no se debe tener razón sino lograr que te la den, porque para tenerla se necesitan argumentos, y para ganar un debate se necesita una estrategia. El debate del domingo dejó en claro que una cosa es el debate televisivo, donde todo parece fácil, y otra totalmente distinta es el debate político. Hacerlo en Intratables no es lo mismo que en una campaña, por eso quedó en evidencia que, si bien los dos se prepararon para exponer sus propuestas, Massa quiso exponer también la propuesta de Milei. Milei planificó el debate; Massa también, aunque de forma más inteligente, pues ha conseguido que no se hable del presente. Milei se enroscó en querer ganar el argumento cuando la clave era demostrar quién tiene el carácter para presidir.

En un mundo hiper digitalizado en el que se fabrican más televisores que demócratas, el formato del debate impone una simplificación (todo se analiza en términos de ganadores y perdedores), que va de la mano con la competitividad y el espectáculo político (los más de 40 puntos de rating lo confirman porque, y abre otro debate, para muchos marca un momento de alta politización en la política), que va de la mano con el conflicto. Esta campaña tiene todos esos condimentos.