Escribió Nietzsche que el mundo es una fuerza en desequilibrio permanente de la que el ser humano es apenas una parte. No deberíamos, entonces, asombrarnos si iniciado 2023 las perspectivas de la economía global lo confirman. Como tampoco deberíamos los argentinos desatender los impactos que desde el resto del planeta siempre nos llegan (aunque solemos desentendernos de las relaciones causa-efecto) en medio de lo que John Chambers graficó como una “economía entretejida”.

Siempre es difícil hacer predicciones -porque es imposible conocer el futuro-. Pero pueden hacerse previsiones. Lo que ocurra en 2023 en el mundo influirá (al menos en parte) en nuestras exportaciones e importaciones, la tasa de inversión, la situación cambiaria, el financiamiento -público y privado-, la performance económica general y nuestra evolución tecnológica. Y en los efectos varios de todo ello.

Principales previsiones para 2023

El FMI prevé que la economía planetaria crecerá este año 2,7% (luego de un 3,2% en 2022). El PBI global desacelera su alza aunque superará (por primera vez), por poco, los 100 billones de dólares. Lo hará con algunas evoluciones escuálidas como las previstas para los grandes: EEUU (1%), China (4,4%), Japón (1,6%) y el Reino Unido (0,3%). Y sobre retrocesos en el PBI de ciertas relevantes economías como Alemania e Italia. Aunque algún país entre los mayores está mejor: India exhibe un pronóstico de +6,1%.

Por su lado, Euromonitor estima que la tasa de inflación planetaria; que llegó a 8,9% (9% redondeando) en 2022; descenderá algo, a través de los esfuerzos monetarios globales (que no son gratuitos): a 5,7%. Un crecimiento mundial menor generará, a su vez, una desaceleración del comercio internacional, el que en 2022 -creciendo 3,5% en volúmenes- alcanzó un histórico récord de casi 32 billones de dólares (bienes más servicios): ello supuso un importe 10 billones de dólares por encima de los resultados de un decenio atrás y casi 7 billones mayor al de prepandemia (2019). Aunque para 2023 la OMC pronostica un alza de los intercambios de solo 1%.

Ser eficaz internacionalmente para las empresas y economías en el nuevo contexto, exigente, requiere la conjunción de cuatro capacidades: microeconómica (competitividad de las empresas), meso económica (la existencia -para los exportadores- de asociaciones inmediatas y cercanas que permiten soporte en la respuesta compleja), macroeconómica (un entorno de negocios ordenado) y meta económica (un sistema institucional que garantiza los derechos subjetivos y alienta al desarrollo -tanto local como internacional-).

El mundo sigue desarrollando relaciones económicas relevantes. El comercio internacional ha seguido creciendo en el planeta. En ese comercio internacional se han destacado, en los últimos años, por su volumen, algunos principales productos. En el comercio de bienes, en tres grandes tipos: los “primarios” (petróleo, gas, minerales; especialmente), los de “soporte” (envases de plástico, productos de papel y cartón) y los “calificados” (automotores y sus partes, farmacéuticos y medicamentos, electrónicos, computadoras, semiconductores). Y en el de servicios en otros tres: los de “soporte” (viajes, cargas, logística), los de “instrumentación” (jurídicos, financieros, contables, de asistencia profesional entre empresas) y los “avanzados” (software, ingeniería, propiedad intelectual, información y datos).

Los bienes y servicios interactúan sistémicamente en el planeta (ya no es demasiado precisa la separación entre ellos) y diversos estudios internacionales dan cuenta de que una buena estadística (con una adaptación metodológica que no se ha logrado aún) mostraría que la participación de bienes y servicios en el total mundial es, entre ambos, en partes iguales.

Aunque una advertencia es relevante: hace muchos años que el comercio internacional de servicios crece más enérgicamente que el de bienes (en 2022; 15% contra 10%).

Argentina, en el mundo

Lo antes referido último es crítico para Argentina: nuestras exportaciones se dirigen a mercados que debilitan sus compras. Según OMC las importaciones desde todo origen de Sudamérica (recibe 30% de nuestras ventas externas) se reducirán (-1%), al igual que decrecerán las de Europa (-0,7%), que recibe 15% de nuestras exportaciones. Mientras, las importaciones de Asia (destino del 33% de nuestras ventas) crecerán solo 2,2% y las de Norteamérica (donde llega 9% de nuestras ventas) apenas subirán 0,8%.

Para Argentina lo anterior se vincula, a la vez, con la previsión de menores precios para los commodities (que explican dos tercios del total de nuestras exportaciones). Supone Fitch Solutions que los precios de las materias primas disminuirán 6,1% interanual en 2023 luego de un crecimiento calculado en 23,8 % en 2022.

Para la economía internacional, es relevante que varios acontecimientos en materia geopolítica influirán este año en la economía global. El mundo atraviesa tiempos turbulentos y eso reduce el confort para los emergentes.

Así, mientras no es claro el futuro de la guerra en Ucrania (y, por ende, sus efectos -que son económicamente más graves que la guerra en sí-, como las dificultades energéticas en Europa), se prevé que la FED mantendrá al alza sus tasas de interés (según Financial Times hasta 4,9% en el primer semestre), lo que mantiene fuerte el dólar contra monedas emergentes. A su vez, el COVID sostendrá su impacto en China en la primera parte del año (¿irrigará consecuencias fuera del gigante asiático?), mientras se consolidarán algunos riesgos por conflictos sociales -como las protestas en Irán-, a la vez que el S&P500 continuará débil y los precios de la energía permanecerán altos.

Y para Argentina se acaba de abrir un nuevo interrogante: ¿los actuales bravos acontecimientos políticos en Brasil serán solo un hecho pasajero o una futura limitante para la gobernabilidad del Presidente Lula da Silva? Si se trata de esto último, la performance económica de Brasil será aún menor a la (pobre) ya prevista, y Argentina sufrirá por comercio exterior, turismo receptivo, impacto de lo que ocurre en la mayor economía subcontinental en el vecindario, menos inversión regional y caída en la confianza en Latinoamérica.

La geopolítica será un factor crítico

La geopolítica está impactando en los negocios globales. El mundo asiste a la creciente influencia de la geopolítica en los negocios. Desde aquella controversia entre China y Australia por los orígenes del COVID (que terminó en restricciones comerciales contra productos australianos), hasta la reciente orden canadiense para que empresas chinas abandonen la explotación mineral, pasando por aquellas disputas sobre 5G en el Reino Unido, las discusiones (desde tiempos del Presidente Trump) relativas a la propiedad intelectual para empresas americanas en la República Popular y la reciente prohibición del gobierno del Presidente Biden de comercializar microchips entre empresas estadounidenses y otras en China; numerosos casos de intromisión de la geopolítica exhiben lo relevante del fenómeno.

El informe del WEF muestra sus principales preocupaciones para 2023. Los países están acomodándose en sus relaciones en base a vínculos redefinidos. Hoy, al menos, cuatro categorías explicitan roles: en primer lugar debe decirse que hay “aliados” (como las democracias occidentales entre sí); en segundo lugar que hay “adversarios” (como EEUU/China o también EEUU/Irán), dentro de los cuales por supuesto aparecen los enemigos (extremización de los adversarios), como Rusia y la Unión Europea; en tercer lugar que también hay meros “clientes” (como lo son los referidos aliados entre sí; pero, como también lo son como EEUU/China); y en cuarto lugar hay países “alejados” (como los más pobres y menos relevantes).

Aunque en términos económicos debe advertirse que esas categorías se mezclan entre ellas (la agenda privada es, en ocasiones, paralela a la pública) y hay adversarios que son también clientes -y en algún caso, además, relevantes clientes-. Esto ocurre porque en la economía mundial la agenda de las megaempresas imprime su propia fuerza compitiendo contra las tensiones estatales. Así, por ejemplo, mientras EEUU y China protagonizan una dura disputa geoestratégica, las empresas en ambos gigantes hacen a Estados Unidos el mayor cliente de China en el globo (16% de todas sus ventas), y a China el mayor cliente de EEUU fuera del exNAFTA (9% de todas sus ventas).

En paralelo a dos gobiernos que se endurecen, ningún comercio internacional en el mundo es más relevante que el de esas dos economías entre sí. Esto es: hay una manera de ingresar en el análisis de los vínculos internacionales propios de la época entendiendo estas nuevas tipologías de relaciones que además se superponen entre sí. Esto es: hay adversarios que son clientes; así como son clientes los aliados; y hay adversarios que están alejados entre sí también.

Aunque a la vez hay otra manera diferente de analizar (que es complementaria) y de entender los roles de los países según se analicen los tipos de países en la nueva geo-economía-política global: se tiende a nuevos bloques y (además de lo antes referido) podemos imaginar al menos cinco clases de países (en categorías entre las cuales hay también zonas grises), a saber: grandes democracias capitalistas, grandes autocracias directoriales, países de tamaño medio influyentes, países emergentes endocéntricos y países poco incidentes. Y mientras entre los primeros están Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Reino Unido y Australia; luego entre los segundos están claramente China y Rusia; y ya entre los terceros están India, Turquía y -probablemente- en el futuro inmediato, Brasil; mientras entre los cuartos Argentina, Nigeria y -hoy- México. Luego, entre los quintos, muchos países poco significativos por su impacto internacional. Demás está decir que será bueno que Argentina logre al menos pasar de entre los cuartos a los terceros.

Lo cierto es que están configurándose nuevos espacios y la acción de los países para participar en arquitecturas vinculares es incidente en los resultados económicos.

Estos nuevos vínculos generan nuevas relaciones. Algunas funcionales y muchas friccionales. Y perfiles variables y complejos (con ciertas indefiniciones o dobles perfiles). En este macro están las discusiones intraeuropeas sobre el abastecimiento energético (y el rol de Rusia), el reciente viaje del Canciller alemán a China y el papel de ciertos países “equidistantes” en las más relevantes disputas (India, Turquía, Arabia Saudita) acreditan esta complicada superficie múltiple. Así, la política no es la única realidad: el mundo conjuga tensiones entre gobiernos con necesidades de empresas (en redes) globales.

Por lo demás, es también cierto que en el planeta continúan celebrándose acuerdos de libre comercio entre mercados varios: hubo 25 nuevos en 2021/2022 -un promedio de uno por mes en el globo-; y la cifra acumulada supera los 60 desde la irrupción del COVID en el planeta (que al parecer no ha detenido la vocación integradora). Dicho sea de paso, en la materia, el más intenso actor (en estos tres años) fue el Reino Unido (post Brexit).

Para Argentina el asunto no es menor. El 70% de todo el comercio planetario ocurre entre países que han reducido entre sí hasta 0% sus aranceles en frontera a través de acuerdos internacionales y políticas específicas. Algo que Argentina no acompaña mayormente (nuestro acceso a mercados con preferencias acordadas es menor al 25% de las exportaciones), lo cual genera relevantes costos de ingreso (no solo arancelarios sino también extra-arancelarios) en nuestros mayores mercados (Asia, Europa, EEUU).

Esto nos traslada al desafío relativo al Mercosur y la nueva agenda de Brasil. El Mercosur es el acuerdo de integración con menos comercio internacional en relación a su PBI agregado entre los 20 mayores en el planeta. ¿Impulsará el nuevo gobierno de Brasilia una agenda externa más intensa? Un Brasil más activo (si luego de la actual crisis en Brasil se mantienen los anunciados propósitos del Presidente Lula da Silva) puede obligar a Argentina a salir (incómodamente) de su letargo exterior en materia de negociaciones internacionales.

Argentina apenas cuenta con 5 de las 100 mayores empresas multinacionales latinoamericanas (multilatinas) y solo ha generado 0,1% del stock de inversión extranjera directa (emisiva) hundido en el planeta. Entre nosotros apenas unas 70 empresas logran exportar más de 100 millones de dólares anuales. Y nuestra debilidad en la participación en las cadenas internacionales generadoras de valor, pervive. Pues en 2023 se consolidará una mayor complejidad en el funcionamiento de esos ecosistemas que integran innovación, inversión, producción y comercio. Y se pronostica que esas redes incrementen exigencias: Julie Gerdeman, directora ejecutiva de Everstream Analytics, dice en una reciente nota de Bloomberg (en la que se anticipa la relajación del reciente estrés en las cadenas de suministros) que "vamos por el camino de la transformación " y que “la pandemia aumentó la cadencia, la variedad y la intensidad que abrumaron a un sistema que ya estaba sobrecargado, y -ahora- cuanto más rápido las empresas se involucren y aprovechen las tecnologías, más impacto y mejora podrán lograr en las cadenas de valor”.

Las cadenas internacionales de valor (70% de todo el comercio internacional planetario ocurre dentro de ellas según OCDE) continúan en una tendencia de sofisticación. Y acompañarla es un requisito para el éxito. Las exigencias se refieren a 5 tópicos críticos: respuesta tecnológica, capital humano, cumplimento de estándares de calidad, apertura e integración para la innovación transversal y legitimidad y garantía de respuesta.

Para Argentina, además, en 2023 será relevante advertir el reacomodamiento de países y regiones al momento de prever estrategias de alianzas (considerando que este año entre nosotros debería discutirse el futuro ante las elecciones presidenciales). Y conviene, al respecto, advertirnos que entre los países más dinámicos del mundo se destaca la emergente India (ya es la quinta mayor economía del planeta) en una lista de top-15 que también incluye a Indonesia, Brasil y Corea del Sur.

Y, mientras se analiza el potencial de vínculos específicamente comerciales, conviene también evitar la nostalgia y descubrir que -por volumen de mercados- Asia y Europa decuplican (cada una) a Latinoamérica (que apenas genera 3% del comercio planetario). Hay que hacer coincidir las razones con los éxitos.

Conclusión: ante un año complejo que exige esfuerzos especiales

El mundo, pues, en movimiento, depara a la vez incomodidades y oportunidades. Y de nuestra predisposición dependerán los resultados. Alguna vez aseveró Chesterton que existe algo que se llama destino, pero que también hay algo más, que se denomina albedrío; y que lo que califica al ser humano es el sabio equilibrio en esa contradicción. Argentina se vincula con el mundo mayormente por la vía comercial (muy poco por las otras; financiera, de inversiones, de acople tecnológico). Pues, mirando ahora hacia adelante, la tantas veces propuesta (por tantos) mayor participación de empresas y productos argentinos en el comercio internacional requerirá, por ende, de la actuación renovada en base al acoplamiento a aquellas bravas condiciones globales. En verdad en el mundo no hay “comercio” internacional sino “economía” internacional dentro de la cual se integran intercambio de bienes y servicios, flujos de inversión, financiamiento intercambio de datos e información y migraciones y tele migraciones.

Lo que exige apoyar nuestra presencia en 5 componentes críticos de la época: empresas con mayor escala, más efectiva participación de ellas en redes supranacionales de valor, mejor incorporación de intangibles que califican los productos, innovación incremental sistémica y una más alta reputación que haga elegible nuestra oferta.

Así, como poder es mucho más que querer, solo la generación de esas condiciones será una fuerza que facilite el resultado. El mundo será cada vez más complejo. Y, para obtener mejores resultados, está por delante -para nosotros- la adaptación a crecientes requisitos. Especialmente, condiciones relativas a la adaptación a tendencias de la época en tecnología, geopolítica, estándares de calidad y una inestabilidad sistémica condicionante y cada vez más recurrente.