Luego de una larga sesión se rechazó el proyecto de ley de Presupuesto 2022. Un proyecto que tenía muchas falencias, pero en donde la discusión pasó principalmente por la pauta inflacionaria del 33% para 2022 y las fuentes de financiamiento de la brecha fiscal. Supuestos irrealistas que invalidaban todas las partidas que además eran inconsistentes con las proyecciones macroeconómicas generales.

Si bien es relevante desde un punto de vista económico estar a menos de diez días hábiles de empezar el ejercicio sin el presupuesto, es más importante el impacto político. Con esto finalmente se materializaron las dificultades del oficialismo para gobernar sin mayorías en las cámaras.

Principalmente viéndolo con la perspectiva de que el mismo Congreso deberá aprobar el acuerdo con el FMI. Si fue imposible de negociar la ley para un solo año, un proyecto que involucre varios años de compromiso será imposible. Así, la negociación con el FMI queda cada vez más difícil de ser resuelta en el corto plazo. Más aún si se suman las declaraciones de Gerry Rice (vocero del FMI) acerca de la necesidad de seguir profundizando el intercambio entre el país y el organismo.

Actualmente no se sabe el estado de situación de la negociación, pero por los hechos parece que está lejos de terminar pronto. El FMI no va a ceder tan fácilmente a aceptar un programa que pueda poner en riesgo la estabilidad económica y política de Argentina. Si la evaluación que hace el Fondo es entre firmar un acuerdo para que Argentina no ingrese en default o no firmar a la espera de armar un plan sostenible lo más probable es que prime lo último. Hoy al organismo le sale más caro el costo reputacional de mostrar un nuevo fracaso con el país que los casi USD 3.000 millones que Argentina debe pagarle en marzo.

La discusión del presupuesto parece ser la primera de muchas peleas que se darán en el Congreso y empieza a mostrar que los próximos dos años de gobierno del oficialismo se pueden transformar en un calvario para la coalición gobernante. La falta de diálogo y la vocación sobre el final de la jornada por parte de oficialismo (Máximo Kirchner) y oposición empieza a hacer perder esperanzas sobre la idea original de un gobierno peronista dialoguista de Alberto Fernández, uno de los principales atractivos del dispositivo electoral que ganó en 2019.

El gobierno además sigue empecinado en mostrar victorias pírricas: una inflación (engañosa) del 2,5% en noviembre, una actividad que crecería doble dígito, pero con pobreza, indigencia, desempleo y precariedad que no entusiasman a nadie. En medio del clima de desencanto, el Presidente está con un discurso alejado de la realidad ya en una situación donde Cristina Kirchner supuestamente le dio el visto bueno para que avance con la gestión.

De la economía de la no planificación a la promesa de planes quinquenales muestran las pocas convicciones del ejecutivo, la falta de una mirada estratégica y de a poco desnudan el mayor de los temores del peronismo: perder la presidencia en 2023. Falta mucho dicen los analistas políticos, pero lo importante es la tendencia. En este clima cualquier aspiración a que este gobierno reelija son falsas esperanzas. En lugar de empezar el proceso de ajuste y diálogo para encontrar consensos se está optando por el saraseo y la dilatación en el tiempo de definiciones.

Las históricas demandas sociales (elevadas) que tiene el país se van diluyendo a un solo reclamo: si no pueden atender esas demandas, al menos que no molesten. Y sobre esto tampoco se está haciendo un buen trabajo, el reclamo de los sectores libertarios permea fácilmente así en una sociedad cansada de que la política no sirva como herramienta para mejorar la calidad de vida de las personas. El fracaso de la política empieza a ser cada vez más visible.

Si bien el surgimiento de nuevas figuras y el rebalanceo de poder a favor de la UCR son novedades, no logran revertir un humor social apagado y no puede generar expectativas sólidas sobre un destino próspero en los próximos lustros. Basta con ver los precios de los activos argentinos para notar esa falta de confianza.