Medio Oriente y Ucrania: dos guerras, dos conflictos y el verdadero desafío de Trump
El mundo presenta más de 50 conflictos activos, la cantidad más alta desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, dos de ellos se elevan a la categoría de guerra armada, con características más que convencionales y futuros altamente inciertos.
En Ucrania se sigue desarrollando una guerra que lleva más de mil días y que en las últimas 48 horas, lejos de ir apaciguándose, elevó su nivel de riesgo con el uso de misiles de largo alcance y con capacidad de transportar ojivas nucleares.
Asimismo, en Medio Oriente, la escalada israelí posterior a los ataques terroristas de octubre 7 no deja lugar a dudas respecto a la intención de Tel Aviv de desactivar la capacidad militar de Hamas y Hezbollah, en lo que muchos analistas han dado en llamar “conflicto de carácter existencial”.
SI consideramos ambos conflictos, hay que hablar de más de medio millón de muertos y entendemos que presentan características que podríamos considerar comunes: se desarrollan en territorios que arrastran problemáticas que la segunda guerra no logró resolver. En el caso de Ucrania, la histórica tensión interna entre las facciones pro rusas y pro occidentales. Con respecto a medio oriente, la aparición en 1949 de Israel como Estado nación alteró la región del levante por la negativa a reconocerlo como tal por parte de facciones islamistas extremas como Hamas, Hezbollah y más recientemente el Daesh.
Los conflictos involucran decenas de miles de bajas civiles, consideran la alternativa de la amenaza atómica como parte de los enfrentamientos, tienen raíces históricas sólidas y ambos amenazan equilibrios altamente inestables en regiones que son la confluencia entre oriente y occidente.
La situación actual no pareciera cambiar en el corto plazo para ninguno de los dos conflictos, por lo que suponemos que a fines de enero el mundo esperará el segundo mandato del presidente Donald Trump con una alta expectativa sobre su capacidad para, si no resolver, al menos desescalar los niveles de amenaza.
Hace poco, Vladimir Putin afirmó que no sabe como podría ser una tercera guerra mundial, pero que está seguro que una eventual cuarta sería con palos y piedras, dando entender que la amenaza nuclear de destrucción mutua es el principal vector disuasor para las grandes potencias.
¿Podrá Trump mediar entre israelíes e iraníes, así como entre rusos y ucranianos? Posiblemente si. Sin lugar a dudas tanto Putin como Benjamín Netanyahu consideran a Trump como un actor a respetar. Pero el factor a considerar es que la verdadera competencia para el norteamericano no está ni en Ucrania ni en Gaza, sino en China, enemigo estratégico de los Estados Unidos. La nación oriental amenaza su liderazgo mundial, no solamente desde el poder militar que ha sabido construir, sino fundamentalmente, desde un poder económico y diplomático que se ha expandido a escala global en las últimas tres décadas.
El medio oriente importante para Estados Unidos no es el levante sino la península arábiga, los rivales históricos de los iraníes chiitas no son los israelíes, sino los árabes sunitas y el reino Saudí, principal aliado de Trump en la región, y la amenaza real para Trump no es la escalada bélica sino el rol que China pueda tener en esa parte del mundo.
Ese es el verdadero desafío para la nueva administración norteamericana, lidiar con la creciente amenaza China que tiene como objetivo existencial reemplazar la preeminencia que los Estados Unidos vienen ostentando desde 1945. Así, el mundo de las próximas décadas se debatirá entre los conflictos existenciales de origen religioso, los conflictos existenciales de carácter geoestartégico (por los recursos) y los conflictos existenciales por la preeminencia comercial y económica global. Todos conflictos, y todos existenciales.