Estabilizar para crecer
Los programas de estabilización acompañados por el FMI fueron un fracaso rotundo de acuerdo a la línea histórica. Devaluar y ajustar no puede conducir a un escenario diferente al actual. ¿Cuál es la salida?
Los programas de estabilización ensayados históricamente de la mano del FMI fueron un fracaso rotundo y redujeron todavía más el horizonte de previsibilidad de la economía argentina. La combinación de devaluación y ajuste, mantra del Fondo y del establishment local, no puede conducir un escenario diferente en las actuales condiciones económicas. No hace falta posponer la atención de demandas sociales concretas a cambio de una señal amistosa con el establishment financiero en nombre de una inefectiva “ancla fiscal”.
El ajuste del gasto público en las actuales condiciones económicas retrazaría la salida de la crisis y su impacto en el mercado de cambio es mínimo. La fracasada experiencia de política de restricción fiscal y monetaria del último acuerdo de Macri con el FMI, debería ser suficiente para evitar recaer en un programa sostenido bajo las mismas premisas. La actual crisis de la economía argentina evidencia que el problema externo no es consecuencia de un exceso de gasto interno sobre nuestras posibilidades productivas, precepto en que se fundamenta la idea de “ancla fiscal” como ordenador del mercado cambiario.
Frente al embate ortodoxo de ajustar para estabilizar, el proyecto nacional y popular debe aprender de su experiencia histórica. Así como la estabilización del mercado de cambios en 2002 (en condiciones de default), fue el puntapié para el proceso de crecimiento posterior, la principal tarea de la política económica ahora pasa por la necesidad de estabilizar el mercado de cambios como condición para la reactivación.
El programa de estabilización sin ajuste fiscal debe descansar sobre como se articulen cuatro variables: tasa de interés en pesos, nivel de reservas, tipo de cambio oficial y brecha cambiaria. Las tasas de interés en pesos deben estar levemente por encima de la inflación y la devaluación para que el acceso a pesos baratos no alimente la brecha. Una tasa del 80% hunde la economía, encarece los costos e inviabiliza la producción, pero tasas muy bajas abaratan el costo de apostar por la devaluación. Una política de tasas relativamente elevadas con créditos a tasas subsidadas para fines específicos, puede ser una combinación a explorar en el marco de la emergencia cambiaria.
Por otra parte, la recomposición de reservas tiene que ser significativa, evaluando ampliaciones del swap con China y otros organismos multilaterales sin perder de vista que los acuerdos de financiamiento no pueden traducirse en condicionalidades a la política económica.
La brecha cambiaria debe ser un objetivo explícito de política económica y ubicarse en torno a un 30% para no generar expectativas devaluatorias fuertes en el corto plazo y evitar el costo en reservas que implica una brecha elevada. Para ello deben establecerse pautas claras de la trayectoria futura tanto del dólar oficial como el financiero.
Un “crawding peg” doble, donde se preanuncie la evolución hacia arriba del dólar “comercial” y hacia abajo del “financiero” en los próximos 6 meses, hasta lograr un objetivo de brecha a partir del cuál ambas cotizaciones comiencen a marchar juntas, puede ser una política que termine con la actual incertidumbre en el mercado. Para ello, el central debe estar dispuesto a jugar fuerte y con una certera puntería.
La alternativa de intervenir en el paralelo sin una clara definición de hacia donde se marcha, puede derivar en un despilfarro de reservas sin lograr la estabilización cambiaria.