¿Puede Milei hacer colapsar la inflación?
Hoy el mercado y todos los agentes de peso están jugados de lleno al éxito libertario. Nubarrones sobre la viabilidad política del programa o shocks imponderables pueden desandar parte del camino transitado.
El Presidente está obsesionado en pulverizar la inflación y por eso reconfiguró su marco teórico apenas accedió al Gobierno. Desde las atípicas ideas libertarias Javier Milei migró hacia un esquema ortodoxo tradicional, con un programa muy duro en términos monetarios y fiscales. Lejos de ir por un liberalismo extremo “a como de lugar”, mantuvo los controles que constituyen el eje del ancla nominal sobre el dólar.
En base a la administración de los pagos del comercio logró sostener una acumulación significativa de reservas, que ayuda a reconstruir la confianza. Aún así, el Plan Milei mantiene el componente cavernícola por la velocidad de recomposición de precios relativos: 118% de aumento en el dólar oficial, sinceramiento de tarifas de tres cifras largas en este segundo trimestre 2024 y liberación de algunos servicios críticos como las prepagas y comunicaciones.
La vocación de concentrar los aumentos más duros en los primeros meses de gobierno para después mostrar una curva descendiente sostenida parece hacer sentido con la estrategia oficial de vanagloriarse de cada dato (público y privado) que muestre la continuidad del sendero bajista. Está claro que no hay racionalidad para que se sostenga una inflación de dos dígitos en una economía sin disrupciones institucionales, sin shocks exógenos (precios o cantidades) y sin mayores ruidos políticos severos a la vista.
En un mundo que rápidamente superó el efecto pandemia y volvió a niveles de inflación bajos, Argentina es el mal alumno que sigue muy desacoplado del resto. Hoy incluso Venezuela logró poner en caja la hiperinflación lanzada. Ese proceso también se puede dar localmente.
La hipótesis principal para sostener las chances de éxito del proceso de desinflación se basa en que se fundieron los motores de impulso sobre los precios. El desplome de la demanda interna, con un mercado que está muy deprimido por el deterioro acumulativo del poder adquisitivo impide que los consumidores corran hacia los bienes y los servicios como refugio de valor. Es así que en las últimas semanas empezaron a proliferar listas de precios sin ningún aumento o, incluso, con recortes nominales.
Un limitante sobre este esquema se puede dar producto de los fuertes aumentos en los servicios públicos. Con subas astronómicas para los segmentos comerciales e industriales, es difícil pensar que todas las empresas absorban la totalidad de los incrementos sobre su estructura de costos. Los paulatinos traslados que se van a ir sucediendo los próximos meses nos generan una inquietud sobre los límites para que la inflación colapse.
Volver a niveles de IPC mensual más similares a los años 2021 y 2022 no resolvería el problema, sino que dejaría a Argentina con un esquema de inflación alta (en comparación global), pero en el marco de una economía más chica. Por caso, una inflación del 4% mensual arroja como resultado un anualizado del 60%, mientras que una del 5% trepa hasta casi el 80% en doce meses. Estos parámetros serían tanto más bajos que la situación actual, pero quedarían lejos de superar definitivamente el problema inflacionario.
La elevada inercia del proceso, la proliferación de instituciones económicas de indexación de los contratos y cierto grado de incertidumbre política en las puertas de una elección de medio término, le pueden imprimir rigidez a la baja al IPC, a partir de un cierto piso.
Plan de estabilización
La mitad de la disciplina tenía la expectativa que el gobierno entrante avanzara con un programa de shock, pero basado en un plan de estabilización tradicional. Implicaba trabajar la reconfiguración fiscal y monetaria, sincerar los desequilibrios tarifarios y revertir distorsiones en el mercado de cambios. Este primer bloque indispensable estuvo presente, incluso con la sorpresa de una velocidad del ajuste que ni el analista más ortodoxo se hubiera imaginado.
Sin embargo, si se repasan las experiencias exitosas a lo largo de la historia económica mundial, se cae en cuenta que hoy falta una coordinación efectiva con el sector privado para dotar de consistencia al proceso y lograr sostenibilidad a lo largo del tiempo. Para eso el Gobierno debería liderar un diálogo amplio con los representantes empresariales y gremiales, dando previsibilidad sobre el sendero macro, de modo tal de anclar las expectativas y reducir desviaciones en un contexto de incertidumbre.
El Ministro Luis Caputo ensayó cierto diálogo tímido en las últimas semanas, pero pareció más un espasmo torpe por el disgusto que le están generando algunas subas destempladas sobre servicios de consumo masivo. En materia salarial solo hay voluntad de reprimir paritarias. La idea de no homologar convenios con pautas de aumentos que recuperen terreno perdido es un arma de doble filo: a corto plazo reduce la presión sobre la estructura de costos de las empresas y evita traslados de segunda ronda. A mediano plazo es difícil de sostener, dado el fuerte proceso de encarecimiento en dólares de la economía argentina que redunda en un aumento de la pobreza, incluso en trabajadores.
Recalibrando las proyecciones de inflación en función a los resultados del primer trimestre y el nuevo diseño de la política económica, presentamos un escenario base de casi 166% para el acumulado 2024, con un piso de 111,7% en el caso optimista y un techo del 212,9% si se endurecen las condiciones macro. Los números de alta frecuencia marcan una desaceleración notoria para el inicio de abril, que abre una ventana de oportunidad para volver a tasas de inflación mensual más parecidas a las del 2021.
Una vez alcanzado ese primer objetivo van a volver a brotar las inquietudes que existían en aquel entonces, con una inflación anual del 50%. ¿La percepción de menores aumentos de precios es condición suficiente para una mejora de las condiciones de vida de la población? ¿Alcanza con una inflación alta (pero más baja que la actual) para desatar los nulos múltiples que aún traban el normal funcionamiento de la economía? Probablemente la respuesta sea no. Colapsar la inflación va a ser una condición necesaria para una mejora sostenida de los indicadores socioeconómicos, pero también se requerirá una recuperación productiva firme que implique la creación de puestos de trabajo.
En igual sentido, la menor efervescencia de precios reduce distorsiones, pero también le pone la vara más alta a la política fiscal, que ya no va a poder tomar más el atajo del impuesto inflacionario y la licuación automática del gasto público. Todo esto sin considerar eventuales ruidos políticos que desvíen el recorrido de la normalización macro. Hoy el mercado y todos los agentes de peso están jugados de lleno al éxito de Milei. Nubarrones sobre la viabilidad política del programa o shocks imponderables pueden desandar parte del camino transitado.