El "colegio electoral": cuando los votos no deciden directamente al presidente
En plena elección presidencial en Estados Unidos, el sistema de colegio electoral llama la atención en Argentina, donde el voto directo es la norma. Sin embargo, hasta 1994, también elegíamos presidente a través de delegados. ¿Cómo funciona este sistema y por qué lo abandonamos?
Con el foco puesto en la contienda presidencial de Estados Unidos, muchos argentinos vuelven a preguntarse cómo funciona el sistema de colegio electoral que define quién será el próximo presidente norteamericano. En el país del norte, el voto popular no siempre se traduce en victoria para el candidato con más sufragios, ya que el sistema indirecto de elección pone a 538 electores en el rol de decisión final. En Argentina, esta dinámica resulta curiosa y hasta ajena, pero lo cierto es que, durante gran parte de la historia, nuestro país también adoptó un sistema similar.
En el modelo de colegio electoral estadounidense, cuando los ciudadanos votan por el presidente, en realidad están eligiendo a delegados o "electores" que representan a cada estado y que, en su mayoría, se comprometen a votar por el candidato ganador en sus respectivos territorios. Sin embargo, como cada estado tiene un número de electores diferente –según su población–, no siempre el voto popular nacional refleja quién resultará elegido. Así, para ganar, un candidato debe reunir al menos 270 votos electorales de los 538 disponibles, lo que en ocasiones lleva a resultados en los que el ganador del voto popular pierde la presidencia. Esto ocurrió, por ejemplo, en 2000 y 2016.
El interés argentino en este sistema también surge porque, hasta la reforma de 1994, se utilizó un método de elección indirecta en este país. En Argentina, los votantes no elegían al presidente de manera directa, sino a través de un colegio electoral que, en una instancia final, decidía al mandatario. Cada provincia designaba electores en función de su población y estos se reunían para definir al próximo presidente en base a los resultados regionales, lo que a menudo dejaba en manos de los electores la posibilidad de inclinar la balanza en una decisión final.
Sin embargo, las críticas a este sistema crecieron a medida que la democracia argentina maduraba. En 1994, con la reforma de la Constitución Nacional, impulsada durante el gobierno de Carlos Menem a partir del consenso entre las dos fuerzas partidarias mayoritarias de ese momento (Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical), las cosas cambiaron.
La ley que permitió la reforma constitucional fue sancionada en diciembre de 1993, convocando a una Convención Constituyente para reformar varios aspectos clave de la Constitución de 1853, incluyendo el sistema electoral. El artículo 94 estableció el voto directo para la elección de la fórmula presidencial, eliminando el colegio electoral y asegurando que el sufragio de cada ciudadano se refleje directamente en el resultado final. Con esta reforma, se estableció una elección por mayoría, permitiendo que los votos de cada argentino definan quién asumirá el cargo sin intermediarios.
Para muchos, esta reforma trajo transparencia y un acercamiento mayor entre la decisión ciudadana y la designación del poder ejecutivo.
Aunque algunos defendían el sistema indirecto por permitir una “capa de análisis” entre el voto popular y la decisión final, la mayoría de los argentinos celebró el cambio como un paso hacia la representación directa. Se consideraba que el sistema de delegados no reflejaba adecuadamente el sentir de la población y, además, era propenso a negociaciones y acuerdos entre los electores. Con el tiempo, el voto directo se instaló como un símbolo de participación democrática plena.
En contraste, el sistema de colegio electoral en Estados Unidos se mantiene firme, aunque no sin controversias. Las derrotas de Al Gore en 2000 y de Hillary Clinton en 2016, pese a haber ganado el voto popular, alimentaron un debate nacional en el país norteamericano sobre si el colegio electoral es justo o si debería reformarse para reflejar de forma más directa el voto ciudadano. Sin embargo, su estructura federal y la tradición del sistema han mantenido este mecanismo inalterado.
La curiosidad argentina por este sistema indirecto estadounidense se hace más fuerte en cada elección presidencial de ese país, pero acá, el retorno al colegio electoral no aparece ni como un pensamiento pasajero. Para muchos, el voto directo se ha consolidado como un símbolo de representatividad democrática, permitiendo que cada sufragio tenga un peso directo en la decisión nacional.
Hoy en día, la elección presidencial en Argentina refleja el voto popular sin intermediarios, y aunque el colegio electoral estadounidense sigue llamando la atención por su carácter único y su capacidad para alterar el resultado final, el sistema argentino de elección directa es visto como una herramienta de transparencia y de fortalecimiento democrático.