Fernández, el campo y la ilusión de una economía desdolarizada
El enfrentamiento entre el Gobierno y la mayoría de las entidades agropecuarias por el cierre de las exportaciones de maíz volvió a revelar la ilusión de que una parte de la economía argentina puede prescindir del dólar.
“Los productores argentinos producen en pesos argentinos, (…) pero no entiendo por qué quieren cobrarle al argentino al mismo precio que paga el mundo”, dijo el presidente Alberto Fernández para criticar el paro agropecuario del lunes, en protesta por la prohibición de exportar maíz hasta marzo.
"El mundo demanda carne, producen en pesos, pero ¿por qué los argentinos pagan el kilo de asado como lo paga un chino, un francés o un alemán?", preguntó en diálogo con Radio con vos. "Si producen todo en pesos, ¿por qué?", insistió.
Lo cierto es que el sector agropecuario, como muchos otros de la economía argentina depende en gran medida de insumos importados o simplemente “dolarizados”.
La visión de que “el campo” es autosustentable remite a épocas pretéritas, aquellas de que hablaban de un “granero del mundo”, donde las vacas se criaban solas, y vendíamos trigo. Hoy la producción agropecuaria incorpora tecnología en semillas, maquinarias, herramientas, fertilizantes, en gran medida, importados.
Pero para explicar este tema, hay que ir de lo general a lo particular, de lo mayor a lo menor. Cualquier libro de la escuela estructuralista sostiene que para que el PBI de Argentina crezca 1 por ciento, las importaciones de bienes de capital e insumos -que se pagan en dólares- aumentan, en promedio, 3 puntos porcentuales.
Por eso los ciclos económicos de crecimiento de la industria vienen unidos a aumentos de las importaciones, y si estas no están acompañadas por mayores exportaciones, tenemos un “estrangulamiento” en la balanza comercial.
Pero vamos al campo. Vamos a las cosas más simples. Un productor tiene una camioneta nacional. Son todas de muy buena calidad, Argentina tiene un “diferencial de calidad” a la hora de hacer ese tipo de vehículos. Pero hay un detalle, el 60% de los componentes de los autos que andan en el país son importados.
Solo en el 2019, un año con exportaciones crecientes e importaciones deprimidas por la caída del 2,6% del PBI se vendieron al exterior autopartes, vehículos, tractores, etc por US$ 6.659 millones, contra compras por US$ 5.991 millones, es decir, dejó una ganancia de solo US$ 668 millones
Nadie por eso se le cruza por la cabeza cerrar la industria automotriz. Genera fuentes de trabajo, desarrollo tecnológico, pero hay que ver qué saldo entre exportaciones e importaciones nos queda, y aunque sea superavitarios, a nadie se le ocurriría (por ahora) impedir la importación de autopartes.
Vamos a otro de los “fierros” que componen el campo, la maquinaria agrícola. Según datos del propio Indec en el 2019, un año “más o menos” para el campo debido a la devaluación, se vendieron 861 cosechadores, de ellas, el 42% eran importadas.
Vamos a los tractores, imagen emblemática de la siembra y la cosecha, se compraron hace dos años 6.226 unidades, un tercio de ellas de origen extranjero.
Todo esto sin ponerse a mirar qué porcentaje de componente extranjero tiene los productos locales que, como ya vimos en el caso de los automóviles, alcanza al 60%.
¡Ah, y todo eso funciona con gasoil, que también tiene un precio dolarizado!, no por nada el Gobierno volvió a establecer el “barril criollo” un precio sostén de US$ 45 el barril de crudo, para que las empresas mantengan la producción de petróleo.
Incluso, el Gobierno impulsa crear 25 granjas y frigoríficos de cerdos para expórtalos a China, pero las primeras 12.000 hembras que integrarán esos criaderos tendrían que ser importadas desde Brasil, porque en Argentina no hay esa cantidad.
Las semillas para pastura son en dólares, los agroquímicos son en dólares también los pesticidas, las vacunas, las mejoras genéticas para vacas y toros son importadas.
Según Coninagro, entidad que no adhirió al paro, el costo dolarizado total asciende al 60% para las explotaciones extensivas, como la soja, el girasol, trigo y maíz, pero aumenta al 70/75% en las intensivas, como son las producciones regionales, cerezas, uvas, o vid.
En cuanto al precio interno del maíz, las retenciones a las exportaciones sirvieron siempre no solo para recaudar impuestos de un sector que tenía escasa formalidad, sino también para “descalzar” los precios internos de los externos.
Es decir, siempre era más fácil, sobre todo al pequeño y mediano productor, vender al molino o la aceitera su producto, un 15 o 20% más barato “en dólares” que retener el grano, con el costo y riesgo que eso supone, para exportarlo.
Así se generaba un precio diferente entre el interno y el externo. Pero eso quedó por tierra con una brecha cambiaria que alcanza al 100% y que nada hace prever que vaya a modificarse.
Entonces, con todas estas cifras, ¿el campo, está o no dolarizado? Además, hay un tema también de fondo. Una moneda para ser dinero debe cumplir tres funciones: medio de pago, unidad de cuenta y reserva de valor. El dólar cumple eso requisitos ¿y el peso? .