Aunque los ajedrecistas se sientan frente a un tablero rígido, cuidadosamente diseñado y de reglas preestablecidas mientras que los políticos deben afrontar un escenario más volátil y de señales ambiguas, todos se enfrentan al desafío de afrontar incertidumbres e intrigas; debiendo proyectar e implementar, de forma cuidadosa, enredadas estrategias para abrirse paso hasta lograr sus objetivos. Todos, a su manera, se enfrentan al inmenso desafío de predecir los movimientos de los adversarios, de leer las intenciones detrás de cada acción y de trazar estrategias propias en busca de la supervivencia y el éxito.

El tablero de ajedrez, esa superficie inmutable donde se despliegan batallas mentales, es un microcosmos de la realidad global. Cada pieza encarna una forma de poder: los peones, la infantería; los caballos, la movilidad; las torres, las fortalezas; los obispos, la influencia; las reinas, la capacidad de proyección; y, por supuesto, los reyes, la esencia misma del liderazgo. En el juego del ajedrez, como en la política y la seguridad internacional, el objetivo es alcanzar una posición de dominio estratégico. Los jugadores, como los Estados, deben pensar varios movimientos adelante y considerar las múltiples variables que pueden surgir. Al igual que en el ajedrez, donde cada movimiento tiene consecuencias, en el escenario global cada acción política puede desencadenar un efecto dominó impredecible. La habilidad para anticipar las intenciones del adversario y desarrollar planes en consecuencia se convierte en una necesidad vital.

De manera similar, en el escenario mundial, las naciones se enfrentan constantemente a desafíos y oportunidades. La diplomacia, como el ajedrez, implica la evaluación constante de las posibilidades y el manejo de los recursos disponibles. Cada movimiento, ya sea un acuerdo comercial, una alianza militar o una conferencia de paz, tiene el potencial de alterar el delicado equilibrio del tablero geopolítico. Así lo aseguraba Garry Kasparov, aquel famoso campeón internacional que quedaría en los libros de historia por ser vencido por una Inteligencia Artificial, probablemente uno de los hitos más trascendentales en la lucha del hombre contra la máquina: "El ajedrez es un juego de estrategia, táctica y planificación; de guerra sobre un tablero".

Geopolítica, tensiones, reyes y peones

Tomemos como ejemplo la guerra en Ucrania, un enfrentamiento que ha puesto en jaque el equilibrio geopolítico de Europa. Cada bando ha buscado posicionar sus piezas en el tablero, formando alianzas y moviendo sus fichas (tropas) con precisión. Más aun, el conflicto se ha convertido desde su propio inicio en un juego global, una partida que va más allá de las fronteras ucranianas. Las maniobras políticas y militares se entrelazan en un complejo entramado de intereses, donde cada movimiento, como la esperada contraofensiva liderada desde Kiev o el ataque a una importante represa hidroeléctrica, puede cambiar el rumbo de la partida.

Si de consejos hablamos, cuánto provecho le hubiera hecho a Vladimir Putin oír al gran maestro internacional polaco y francés, nacido en Rusia, Savielly Tartakower: “En el ajedrez sólo hay un error: sobreestimar al adversario. Todo lo demás es mala suerte o debilidad”. Por su parte, probablemente envalentonado por el éxito de su defensiva y el apoyo de occidente, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski bien debería atender a Grigory Sanakoev, otro famoso campeón ruso: “No hay posiciones desesperadas; sólo posiciones inferiores que pueden salvarse. No hay posiciones empatadas; sólo posiciones igualadas en las que se puede jugar para ganar. Pero, al mismo tiempo, no olvides que no existe una posición ganada en la que sea imposible perder”. En el ajedrez, como en la vida, nada está dicho hasta que cae la última pieza.

Los escenarios de Medio Oriente y del Asia Pacífico, entre tantos otros, también presentan su propio dinamismo. En estos tableros en constante evolución, donde el desafío a las hegemonías es prácticamente una rutina, las fichas estratégicas, como las rutas marítimas y los recursos naturales, son objeto de disputa cotidiana. El choque de voluntades y la manipulación de las alianzas son la esencia misma de estas tensiones, sinfonías caóticas de intereses encontrados y rivalidades ancestrales, donde cada nación es una pieza única, con su propia historia, cultura y aspiraciones.

Las nuevas tecnologías, por otro lado, también están cambiando rápidamente el panorama de la política internacional. Al igual que en el ajedrez, donde las nuevas aperturas y tácticas pueden alterar el curso de una partida, la innovación tecnológica tiene el potencial de revolucionar el juego geopolítico. La ciberguerra, la inteligencia artificial y el espacio exterior son solo algunos de los nuevos frentes donde las naciones están compitiendo para obtener una ventaja estratégica.

Frente a estas analogías, el ajedrez enseña una valiosa lección: la importancia de la paciencia y la perseverancia. Cada partida es un recordatorio de que las victorias pocas veces se logran en pocos movimientos, sino generalmente a través de una serie de decisiones estratégicas, bien pensadas y ejecutadas con maestría. Del mismo modo, en el ámbito internacional, la construcción de una influencia duradera requiere una visión a largo plazo y un enfoque constante en el desarrollo de relaciones sólidas.

Sin embargo, no todo es racionalidad y cálculo en el mundo del ajedrez y la geopolítica. Ambos tableros también albergan un elemento de sorpresa y creatividad. Los movimientos inesperados, las jugadas audaces y las estrategias innovadoras pueden cambiar radicalmente el curso del juego. Así como en el ajedrez se celebran las sorprendentes combinaciones que desafían la lógica establecida, en la arena internacional, las decisiones valientes y visionarias pueden alterar las trayectorias históricas. Como proclamó el austríaco Wilhelm Steinitz, “el ajedrez no es para almas tímidas”. La política tampoco.